EFE
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació el 6 de julio de 1907 en la Casa Azul del barrio de Coyoacán, el mismo lugar que la vio morir en 1954, cuando dejó atrás dos centenares de obras, un romance tan pasional como tormentoso con Diego Rivera y la huella de un carácter rebelde que rompió con los convencionalismos.
Para la académica Eli Bartra, el reconocimiento tanto nacional como internacional que se hace de Kahlo tiene una parte “legítima”, pero también otra que responde a la “mercadotecnia” y que deja en segundo plano el valor de su producción artística.
La profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana, autora de “Frida Kahlo. Mujer, ideología, arte”, destaca a Efe que el mito surgido alrededor de la artista nació fundamentalmente en EE.UU. y Europa, donde “la voltean a ver y la encuentran sumamente exótica, impactante y crítica, aunque no es lo crítico lo que les interesa”.
Kahlo tuvo un gran impacto, pero no fue así con, por ejemplo, María Izquierdo (1902-1955), aunque su obra “podría ser tan exótica como la de Frida; su vida, tan triste o más”.
Sin embargo, Izquierdo “no se proyecta a esa dimensión”, reflexiona Bartra, quien valora que si el nombre de la artista de Coyoacán ha pasado a ser icónico es por una “conjunción de elementos”.
La obra de quien escribiera en una de sus pinturas la memorable frase “Viva la vida” está marcada por la presencia del dolor. De pequeña, Kahlo contrajo poliomielitis y a los 18 años su vida dio un vuelco cuando el autobús en el que viajaba chocó con un tranvía.
En el incidente se fracturó la espina dorsal y varios huesos, lo que le hizo permanecer en cama durante meses; por puro aburrimiento, según decía, comenzó a pintar, con lo que dejó de lado su idea de estudiar medicina.
El dolor físico lo inmortalizó en óleos como “La columna rota”, un autorretrato en el que su torso se abre en dos para mostrar una columna griega que se quiebra en su interior.
Mientras que el sufrimiento psicológico también brota en sus creaciones, como se ve en “Henry Ford Hospital”, pintura en la que plasma uno de los abortos que tuvo en la ciudad de Detroit (EE.UU.); no poder tener hijos fue una de sus grandes frustraciones.
Bartra denuncia que en ocasiones se ha explotado de mala manera el dolor de la artista, y hay quienes se han “regodeado” en él.
Fuera de México llamó la atención la historia de “la ‘pobre mujer’ del tercer mundo que, a pesar de todo, es la gran artista; es simple sensacionalismo”, refiere la profesora sobre la que considera que es la parte más “nefasta” alrededor de Kahlo.
La mercadotecnia, gracias a la cual tanto las obras como la imagen de Kahlo pueden encontrarse en objetos como puzzles, libretas, cojines o muñecas, “se ha apoderado de su figura, su vida, su obra, con afán lucrativo, pura y simplemente”, concluye Bartra.
Por su parte, Josefina García, directora de colecciones y servicios educativos del Museo Dolores Olmedo -que cuenta con una de las colecciones más importantes de Kahlo-, dice a Efe que la suma de la dimensión artística y comercial constituyen la “riqueza” de su figura.
Una persona puede acercarse a la pintora a través de los productos comerciales e igualmente acabará “fascinada” por quien fue Kahlo como artista y persona: “Eso es lo que le da el valor más allá de la mercadotecnia” y lo que hace que la artista sea exitosa, considera.
De acuerdo con García, Kahlo acapara tanta admiración entre los visitantes de los museos porque entre estos y ella se llega a forjar un vínculo, gracias al componente autobiográfico de sus pinturas.
“La gente cuando acude a ver sus exposiciones se da cuenta de que se puede sentir identificado con la artista”, y encuentran “otro ser humano” que ha tenido, como cualquier persona, “experiencias difíciles en la vida”, argumenta.