El debate es sobre la energía y la soberanía de los países que la tienen o que carecen de ella. Las plantas de carbón de hulla que acabaron clausuradas por los medioambientalistas que las cuestionaron a fondo, ahora queda pensar en reabrirlas dejando la cuestión de la polución a un segundo plano. Queda la posibilidad de los países que generan gas en abundancia, como Qatar, que queda lejos, o Argelia, que está más cerca de España, pero sin infraestructura para hacer llegar a los demás países de la Unión Europea su energía e intenten suplir la otrora abundante oferta rusa. Comienza a hacer frío por aquí, pero un sudor comienza a correr por las espaldas de los líderes europeos.
Las opciones no son muchas. Queda ver cuánto aguanta Putin en su guerra contra Ucrania y si su fracaso puede forzar a un cambio de guardia al interior de su gobierno. Pero en cualquiera de los casos hay que pasar este invierno a como sea. La guerra parece prolongarse todavía mucho más y eso implica que no veremos soluciones prontas a la clave cuestión de la energía. Nosotros, con sobreabundancia de hidroenergía, nuestro único drama es no saber qué hacer con ella. Hemos financiado generosamente el desarrollo industrial de Brasil y en el camino perdido casi 80.000 millones de dólares. Tenemos frío, pero en el marote. No nos surge una sola idea de cómo convertir nuestro mayor recurso en la clave de nuestro desarrollo.
La guerra contra Ucrania muestra el fracaso de la globalización en su versión de que el comercio y los intereses orientados hacia el mismo serían suficientes para asegurar un largo periodo de paz. Sin embargo, el deseo de retornar a la antigua grandeza rusa, el petróleo parado en su comercialización en dos años de pandemia y tres generaciones de armas sin usar han acabado de convertir a Ucrania en el pato de la boda de un ciclo de conflictos inundados de nacionalismos y conflictos.
A nosotros, que renunciamos a la guerra en nuestra Constitución de 1992, nos queda enfrentar a aquella de baja intensidad que culmina con derrotados en la pobreza y la desigualdad.
Hemos perdido el calor de los ideales y estamos inundados del frío de la codicia y el egoísmo que nos convierten a todos en rivales confrontados sin ideas de cómo movilizar a nuestra gente y los recursos hacia el desarrollo, la prosperidad y el bienestar.
Aquí los europeos se sienten traicionados por su propia fragilidad. Se cuestionan no ser capaces de enfrentar solos sus propios conflictos y que se muevan al compás de los EEUU, que han relanzado la OTAN con el conflicto servido por los rusos en su desatinada acción sobre los ucranianos.
El mundo de los intereses ha sobrepuesto a la cacareada cuestión humana. Ahora solo queda esperar saber quién aguanta el frío que se viene. Si el proveedor repudiado o los europeos sometidos a temores iguales a los de la Segunda Guerra Mundial. Estamos ante una nueva realidad. El calor de la integración es historia y solo cabe saber quién supera los embates del general invierno que toca a puerta de toda Europa.
Es cuestión de esperar, sobrevivir y cómo se baraja de nuevo esta naciente guerra fría recientemente condenada en mayoría por la ONU. Esto se define en marzo del próximo año.