21 nov. 2024

Fuerza, padre Aldo

Llegó a Paraguay agotado y sin grandes expectativas, pero hoy es uno de los sacerdotes más reconocidos.

Entró joven al seminario, convencido de seguir los pasos de Damián de Molokai, el santo cura de los leprosos; pasó por la seducción del marxismo y unos jóvenes lo desafiaron a salir de esa alienación; se enamoró platónicamente, según el mismo comentó muchas veces y con esa experiencia tomó en serio su propio corazón.

No recuerdo alguna vez que se haya dejado manipular por la hipocresía o a la superficialidad, lo cual le hizo pasar muchos sinsabores, además de su carácter difícil.

En Paraguay reafirmó su vocación sacerdotal, como un “mendigo de infinito”, siguiendo a su maestro espiritual Luigi Giussani, tomando responsabilidades con la conciencia clara de sus numerosos límites físicos y síquicos.

Es un ejemplo de emprendedurismo espiritual, digamos así, porque llamativamente atribuye todas las obras culturales y de caridad en las que se juega la vida, a la asistencia de la Divina Providencia.

En algunas ocasiones he sido testigo personal de su genio, ya que no hay persona que se le acerque a la que no “ocupe” en algo útil para ayudar en las obras educativas y caritativas en las que se involucra con gran pasión.

Hace un tiempo le pregunté por dónde deberíamos empezar una obra seria entre los pobres, y, sin dudar me dijo: “Yo construiría un templo de oro en Cateura” porque cuando uno que no tiene nada material se siente hijo de un Padre bueno y presente, empieza a resucitar el yo. No es con asistencialismo que se saca al pobre de la mentalidad derrotista, sino con la gratuidad del amo y con la belleza de Dios”. Y luego remataba: “Como decía Ratzinger, la belleza es el resplandor de la verdad, y como decía Dostoievski, la belleza salva al mundo…”.

Es notable que una persona con esa mentalidad se las pase haciendo obras materiales concretas, como la clínica para enfermos terminales donde ha ayudado a vivir y morir con dignidad a las personas más olvidadas y/o despreciadas de la sociedad, los hogares de niños y ancianos, la pizzería Oh Sole Mío que luego se convirtió en un centro cultural, etc. Él mismo adoptó a un niño hidrocefálico, Aldito Trento, y apadrinó a varios personajes cuya vida nada tenían que ver con la religión. Conozco gente a la que le impulsó a adoptar niños y a vivir experiencias de caridad fuertes. Conocí por lo menos tres políticos y varios periodistas a los que hizo asistir personalmente a enfermos desconocidos de forma periódica.

¿Cómo es posible que una personita frágil y con carácter difícil logre cosas como que el famoso escultor Etsuro Sotoo, jefe de parte de la construcción de la Sagrada Familia de Barcelona, obra cumbre del gran Gaudí, ayudara a hermosear la clínica de enfermos terminales?

Es sabido que lo visitó el papa Francisco, fuera de programa, y de quien supo que vendría a Paraguay antes que varios obispos. Quizás alguno recuerde el Semanario Observador Semanal que publicaba con el Diario Última Hora, y sus famosos boletines de la parroquia San Rafael, donde aún se pueden apreciar ejecutadas sus ideas acerca de la limpieza, el orden y la belleza que asocia a la evangelización, ya que, según predica, Cristo está presente en todo lo que hacemos y vivimos, y en la cotidianeidad, el corazón humano experimenta su compañía hacia el destino.

Escribo este comentario compungida por la noticia de que el padre Aldo está delicado, peleando por su vida en el hospital. Puedo escribir mucho más sobre celebridades, donaciones, entrevistas, situaciones complicadas, arte, libros escritos por este cura y en los que de una manera poco común se experimenta la escandalosa cercanía de Dios con los más débiles de la comunidad. Solo con ánimo de animarnos a tenerlo presente y darle fuerzas al padre, dejo volando esta frase de su autoría: “No hay hombres escombros para Dios”.

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