Gabriel García Márquez murió en Ciudad de México el 17 de abril de 2014 y para recordarlo la Fundación Gabo y el Centro Gabo lanzaron este viernes un especial con 82 palabras que el Diccionario Panhispánico de Dudas incorporó usando como ejemplos frases de la obra del autor de Cien años de soledad.
Entre esas palabras están algunas típicas de la costa atlántica colombiana y de la prosa garciamarquiana, como “acoquinar(se)”, un sinónimo de “acobardar(se)”.
“‘La violencia policial que arrasaba pueblos enteros en el interior del país para acoquinar a la oposición’ (García Márquez. Vivir para contarla (Colombia. 2002))”, señala en esa entrada el Diccionario panhispánico de dudas publicado en 2005 por la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Entre las muchas otras figura “acechanza”, que el diccionario define como “Acción de acechar (observar o esperar cautelosamente con algún propósito)”.
“‘Sometida a la vigilancia del padre y a la acechanza viciosa de las monjas, apenas si lograba completar medio folio del cuaderno escolar encerrada en los baños’ (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera (Colombia. 1985))”, consigna el diccionario.
Pasión por los diccionarios
El editor de contenidos del Centro Gabo, Orlando Oliveros Acosta, recuerda que García Márquez (Aracataca, 1927) tenía el “oficio de buscapleitos léxicos”, que “consistía en cotejar los significados que cada uno de sus diccionarios le daban a una misma palabra”, como para fomentar rivalidades entre ellos.
“Gabriel García Márquez nunca fue muy devoto a las apuestas, pero tenía las únicas bibliotecas del mundo donde los diccionarios eran gallos de pelea. Los compraba en las librerías, todavía mansos por el letargo de los estantes y las vitrinas, y se los llevaba a su cuarto de estudio para que fueran adquiriendo sus aires de reyerta”, señala Oliveros.
Recuerda que en 1998, durante un taller de periodismo, el nobel colombiano confesó a sus estudiantes que tenía los diccionarios sobre su escritorio “para que se peguen entre ellos”, y en otra ocasión le dijo a un amigo: “Soy un diccionarero”.
“A su obsesión por fomentar trifulcas entre los diccionarios, García Márquez la llamó ‘una venganza contra el destino’. En su niñez, cuando vivía en Aracataca con sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Márquez le enseñó que los diccionarios lo sabían todo y que no se equivocaban nunca”, añade Oliveros.
El escritor tuvo con los diccionarios una relación muy diferente a la de simple consulta del resto de la gente, y aunque admiraba la sabiduría que guardaban, el 18 de mayo de 1982 publicó una columna en el diario español El País donde confesaba que le gustaba “encontrar las imbecilidades de los diccionarios”, afirma el editor de contenidos del Centro Gabo.
Otra visión de la lengua en la academia
Es célebre el polémico discurso contra la ortografía pronunciado por el Nobel de Literatura de 1982 en la apertura del I Congreso Internacional de la Lengua Española, en 1997 en Zacatecas (México), titulado “Botella al mar para el dios de las palabras”.
En esa ocasión, ante el asombro de los académicos de 22 países y después de exaltar la riqueza y diversidad del idioma, dijo que la lengua española “desde hace tiempo no cabe en su pellejo” y es necesario “liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa”.
“En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros”, exclamo el nobel.
Enseguida afirmó: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver”.
En aquel discurso memorable destacó el hecho de “que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado”.
“Al final, las relaciones que mantuvo Gabo con los diccionarios fueron de complicidad. Jamás, sin embargo, dio el brazo a torcer si alguno de ellos le corregía una palabra que él deseaba publicar”, escribió hoy Oliveros en el aniversario de su fallecimiento.