14 feb. 2025

Fútbol robótico

Que el fútbol se está robotizando ya no es ninguna novedad. Pero hay que decir que fue lo último hegemonizado por el capital tecnológico dentro del ecosistema histórico de este deporte, en la carrera primigenia del capitalismo genético por valorizarlo todo, al mismo tiempo que robotizarlo bajo la forma de mercancías de datos comerciables. Esos datos que esta semana el entrenador argentino del Porto lusitano, Martín Anselmi, sacó a la luz en una conferencia de prensa como parámetros sobre los que se basa el concepto contemporáneo del éxito en el fútbol: La algoritmia.

La maquinización de la vida está en la base del capitalismo. Es más: No hay ninguna ideología político-económica vigente hoy que no haya incorporado este axioma introducido en el siglo XIX. Incluso Marx entendía, más allá de sus innegables y atendibles reparos a la alienación inherente al comercio humano con las máquinas, que no hay una vuelta atrás después de haber cruzado el umbral de lo maquínico como cultura. Podemos liberarnos decía Marx, pero las máquinas formarán parte de dicha liberación, no de nuestra esclavitud.

Digo que lo último hegemonizado fue el juego mismo en realidad, porque antes de que las propias mentes intelectuales de este deporte, las de los entrenadores, se convirtieran al evangelio de los algoritmos (a fin de precisar y acelerar su trabajo de preparación y recuperación física y técnica, desalojando la imprecisión de lo inesperado, de lo azaroso), antes de todo esto ya las redes sociales no digitales, tradicionales, comunitarias del fútbol fueron robotizadas para un tipo de consumo nuevo y masivo que se veía ya en otros ámbitos del entretenimiento visual y telemático, como el cine. Se trató de un consumo televisivo y analógico, primeramente, entre los años 70 y 90; en redes digitales todavía más multitudinarias, hoy. Consumo teledirigido que diseña inclusive la manera en que el espectador presente en el estadio vive el fútbol: Como una virtualidad del consumo, aun cuando lo real y carnal está frente a los ojos.

Ahora la verdad es la de la cámara, la de las mallas adheridas al cuerpo de los futbolistas para recoger datos, la de los jugadores actuando según esta verdad, todavía no en tiempo real, es cierto, pero no tardará en suceder. Entonces el fútbol será –está siendo– otra cosa. Esta semana mismo lo dijo el DT del Atalanta italiano, Gian Piero Gasperini tras su partido de Champions: “Es un deporte completamente diferente al que ha sido durante siglos”. Les gustará seguramente a los habitantes del mundo futuro.

Pero de lo que menos se sabe es que los científicos de la robótica actual utilizan la misma lógica de razonamiento colectivo del fútbol para desarrollar la inteligencia artificial de las máquinas (que vendrán), es decir de los robots utilitarios en contextos complejos que necesitan respuestas complejas y no solamente individuales, e inmediatas. Con el fútbol los robots están aprendiendo literalmente a socializar. Es lo que los científicos de la robótica llaman “arquitectura basada en roles”. Es lo que pasaré a describir.

Un rol es seleccionado para cada jugador robótico con una función. Dicho rol y las condiciones de juego determinan el comportamiento que el robot ejecutará. La función que es utilizada para la asignación de roles se activa cuando el balón cambia de cuadrante en el campo de juego. De hecho, existen ligas de fútbol de robots. De dos tipos: Con robots de control centralizado (es decir, la arquitectura de roles propiamente dicha) y de control distribuido. En la primera hay una computadora central conectada a todos los jugadores; en la segunda, cada jugador es autónomo.

El entrenador humano se está convirtiendo en esa computadora conectada algorítmicamente a sus jugadores. Pero a despecho de la industria de datos que se está apropiando del deporte, la autonomía individual (en un concierto colectivo) sigue llenando el fútbol de una belleza inesperada que está en su esencia.

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