Uno de los proyectos de ley más dañinos a los intereses del jefe logró filtrarse pese a la muralla parlamentaria que se había edificado desde hace unos siete años.
Ante la incredulidad del líder de esa bancada, Bachi Núñez, solo consiguieron 40 votos, uno menos de los necesarios para evitar la aprobación de la ley que incorpora a las industrias tabacaleras y clubes deportivos como sujetos obligados de control, por la Seprelad.
Un mal cálculo de los votos hizo que el cartismo cayera en su propia trampa y perdiera un privilegio histórico: Jugar con el arco libre en dos entornos muy propicios para el lavado de dinero. Pese a las sospechas de que el contrabando de cigarrillos y las exorbitantes cifras de los contratos y transferencias de deportistas eran canales ideales para tal fin, su mayoría en la Cámara de Diputados impidió sistemáticamente su control.
Todo indicaba que este tercer intento de Édgar Acosta y otros colegas correría la misma suerte que el anterior, desvirtuado por 48 de un total de 80 diputados. De hecho, el proyecto volvió a ser rechazado. Pero entonces, hubo un contraataque en el Senado, donde fue presentado uno similar. Tan seguro estaban los senadores de Honor Colorado de que en Diputados sería nuevamente bloqueado, que hasta ellos votaron por su aprobación, con la excepción de la liberal Zulma Gómez, cartista en grado de sobredosis.
Los diputados conscientes que, si rechazaban la norma, luego necesitarían 53 votos para ratificarse –un número con el que no contaban– optaron por modificarla pues, en ese caso, solo se requerirían 41 votos, un umbral que suponían ultrapasar cómodamente.
Obviamente, esa modificación propuesta por 43 diputados era una brutal mutilación que eliminaba la palabra distribución –elemento clave en el presunto esquema de contrabando– y que le extirpaba a la Seprelad la atribución de realizar los controles antilavado de dinero. Y, lo más descarado, se los cedía al Ministerio de Industria y Comercio (MIC), que constitucionalmente no tiene esa función asignada ni la mínima estructura para ejecutarla.
Todo muy bien pensado. La idea se convertiría en algo hermosamente inútil. El proceso parlamentario siguió su curso: El Senado se ratificó y el proyecto volvió a Diputados. Y allí ocurrió el error de juicio que llevó a la bancada cartista a convocar sorpresivamente a una sesión extraordinaria, ya que tenían –en teoría– los votos suficientes.
Los diez diputados azules llanistas y dionisistas mostraron la inquebrantable lealtad de siempre al patrón tabacalero. Esos ya no disimulan ni sorprenden. Pero hubo fugas en el grupo de colorados oficialistas que votan a favor de Cartes. Solo cuatro de ellos respondieron como se esperaba. Algo pasó con el resto.
El hecho es que les faltó un voto y fue sancionada la versión del Senado. Mario Abdo no perdió un minuto en promulgar una ley que, por algún motivo que no descifro, fastidia a Cartes.
Un hombre que debe estar preguntándose qué hizo para merecer tanta mala racha. En verdad, si uno se pone a repasar, ha tenido una sucesión de noticias aciagas. Su hombre de confianza, Pedro Alliana, ha perdido la presidencia de la Cámara Baja después de años; el Banco Nacional de Fomento cerró las cuentas de Tabesa; pese a las maniobras en contra, fue aprobado el protocolo de trazabilidad del tabaco; el Tribunal Superior de Justicia Electoral se ha vuelto independiente; la Concertación puede utilizar el padrón nacional; el Senado aprobó en general el proyecto que impide las “puertas giratorias” y ha perdido su tradicional mayoría en la Cámara de Diputados.
Lo curioso es que cada uno de los puntos que incomodan a Cartes es un pequeño paso a favor de la institucionalidad del país. Tengo la impresión de que, de todos los recién citados, el que más duele es este proyecto de control al tabaco y al fútbol. Y todo por unos atolondrados que no contaron bien los votos.