Tomás Báez Servián
Profesor de música
La mejor música de todos los tiempos se escribió entre los siglos XVI y XVII. En ese lapso se consolidó un cimiento tan sólido para el edificio del arte musical, que los pilares portentosos surgidos posteriormente, se sostuvieron y elevaron gracias al fundamento construido y establecido.
¡Qué nombres (aparte del de nuestro homenajeado, Giovanni Pierluigi da Palestrina) en ese glorioso y sublime lapso…! Orlando di Lassus, William Byrd, Andrea y Giovanni Gabrieli, Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria, Claudio Monteverdi.
LA MÚSICA AL SERVICIO DE LA IGLESIA
Giovanni Pierluigi, nace hacia el 3 de febrero de 1525, en la villa de Palestrina, cerca de Roma (muchos afirman que en realidad nació en la Ciudad Eterna, pero el nombre de la antigua población de sus familiares quedó unido indisolublemente al suyo). En Roma comenzó su formación musical como niño corista y recibió lecciones de música en su adolescencia y juventud, pasando allí gran parte de su carrera.
Giovanni Pierluigi bebió de fuentes musicales de excelencia: Guillaume Dufay, Josquin des Prez, Orlando di Lasso (más como compañero y consejero personal, pero cuya influencia fue importante en la formación del estilo musical de Palestrina). Eran tiempos del estilo musical polifónico, en el que compositores neerlandeses ejercieron gran influencia en Italia. La Iglesia ejercía un poderoso control en la labor de los compositores, puesto que las obras mayormente debían acompañar la liturgia católica, con sus exigencias correspondientes.
Fue organista de la Catedral de San Agapito (1544 a 1551), contrae matrimonio en 1547. En 1551 el papa Julio III (anteriormente obispo de Palestrina) lo nombra maestro de capilla de la Capella Giulia. Perdió este cargo en 1555 por su condición de casado, aunque lo recuperó en 1571, y permaneció en el mismo hasta su muerte.
Compuso y publicó mucha música: más de 100 misas, unos 500 motetes (de los cuales el Stabat Mater es de los más bellos y sublimes ejemplos de la producción palestriniana), canciones sagradas, letanías, madrigales sacros y también profanos.
LA MISA DEL PAPA MARCELO
El famoso Concilio de Trento (1545 – 1563), tuvo entre sus decisiones destacadas varias que guardaban relación con la liturgia musical del rito romano, urgida de recuperar pureza y uniformidad en ese tiempo.
En el contexto de las sesiones conciliares, Palestrina compondrá su muy famosa Misa del Papa Marcelo, probablemente en 1562. Al margen de anécdotas en relación a esta creación musical, no puede negarse que la obra cumple en dar salida a uno de los puntos conflictivos tratados en el Concilio: la soberana importancia de la “inteligibilidad” del texto en las misas musicales. La obra es sencilla en gran medida, no basada en ningún cantus firmus o parodia previas y se convierte en el modelo de composición de música sacra.
En torno a esta Misa surgió lo que se transformó en casi toda una leyenda: Giovanni Pierluigi da Palestrina “salvó” la polifonía con su famosa obra, y esto lo convirtió en referente obligado de la composición musical, creador del “contrapunto palestriniano”, el “viejo maestro, viejo genio, padre de la armonía” y calificativos similares.
Palestrina gozó de mucha fama en vida, su nombre y estilo fueron temas obligados de grandes teóricos de la época y su influencia continuó por mucho tiempo luego de su muerte.
El príncipe de la música, como se lo calificó a también a Palestrina, fue un hombre y un artista típico del Renacimiento, que toma las astas del destino en sus manos y se abre paso en un ambiente para nada fácil, cargado de envidias y recelos. Pero lo hace con prudencia, inteligencia, incluso con astucia. La música, su música, lo guía siempre y no le falla.
Hoy, es uno de los tesoros culturales y artísticos más extraordinarios de la humanidad, modelo de sobriedad, equilibrio y perfección musical. Y lo seguirá siendo, per saecula saeculorum.