Quienes advirtieron la popular frase “donde te vas, te sale” tuvieron razón. Sin embargo, obviaron que la supremacía de los González, el apellido más compartido en el Paraguay, es seguida muy de cerca por el clan de los Benítez, un colectivo que gana terreno nacimiento tras nacimiento. Tampoco prestaron atención a los Martínez, el grupo que, si bien ocupa el tercer puesto en el escalafón de los apellidos más populares del país, no se achica y ya cuenta con 256.633 miembros.

Arañando la cima se encuentran los 302.009 paraguayos y paraguayas cuyo primer o segundo apellido es Benítez, y allá, en la cómoda cúspide, la hegemonía de los González, grupo que hasta ahora suma 409.534, y que en poco tiempo más podría igualar la población de Asunción, estimada en poco más de 500 mil habitantes.
Esta historia no es reciente. Ya en el 2008, el padrón electoral mostraba que para ganar las elecciones presidenciales del 20 de abril había que convencer al trío. Entonces, las personas con el apellido González habilitadas para votar sumaban 189.469. El grupo de los Benítez, con 138.531 personas, ocupaba el segundo lugar en el ránking de los votantes, y los Martínez eran 119.741.
En total, las personas que llevaban los apellidos que más abundan en el país representaban nada menos que 450 mil votos, cantidad suficiente para decidir cualquier elección. Los seguían los también numerosos López, Giménez (los hay tam¬bién con J), Vera, Duarte, Ramírez, Villalba y Fernández.
Los hijos de...
Si bien los datos brindados ahora por el Departamento de Identificaciones no contemplan a las personas indocumentadas, reflejan claramente el predominio de los tres patronímicos de origen español, cuya suma se acerca al millón de habitantes y representa al 17 por ciento de la población total. Tanto González como Benítez o Martínez son considerados patronímicos porque derivan originalmente del nombre de un progenitor que, cientos de años atrás, buscó distinguir a los suyos.
Al principio, esta distinción se lograba agregando al nombre la frase “hijo de”, pero pronto hubo que buscar otra estrategia. Así fue que los hijos de Gonzalo pasaron a llevar el nombre de su padre con el sufijo ez (que significa “hijo de”) incorporado. Lo mismo ocurrió con los Benítez, hijos de Benito, y con los Martínez, hijos de Martín.
Pero además de los apellidos patronímicos, en el pasado existieron otras formas de individualizar a las personas. Entre las más curiosas, se encuentran aquellas que guardan relación con ciudades o características de ciertos espacios físicos.
Los apellidos con estas particularidades son denominados toponímicos. Si bien eran muy comunes en el mundo antiguo, especialmente en Grecia, donde filósofos como Thales de Mileto -oriundo de Mileto- los ostentaban, poco o nada trascendieron al mundo moderno.
Los que forman parte de esta categoría, y hasta hoy tienen relevancia incluso en Paraguay, son aquellos sobrenombres que se apropiaron de lugares menores como Del Río o De la Fuente. Estos apellidos fueron inicialmente usados como distintivos por habitantes que residían en sitios donde solo existía un solo río o una sola fuente. Ese mismo origen se atribuye a los apellidos como Cabañas, Del Corral o De las Casas.
Así como los toponímicos, hasta hoy prevalecen apellidos precedentes de oficios, cargos o títulos, entre los cuales se encuentran Herrero, Zapatero o Pastor. De igual manera, muchos se originaron en apodos que guardaban relación con las características físicas de quienes los llevaban. De este tipo son los apellidos Rubio, Alegre o Bue¬no. Si bien muchos de estos apellidos siguen presentes en Paraguay, tienen más preponderancia los patronímicos.
Expansión de apellidos
Según especialistas en onomástica -ciencia que se ocupa de la catalogación y estudio de los nombres propios- la expansión de estos derivados de nombres convertidos en apellidos empezó en la Edad Media, con el auge de la documentación legal y notarial.
Si bien los escribanos medievales fueron los primeros en anotar, junto al nombre de las personas de clase alta, el nombre de su padre, con el paso del tiempo esta práctica se extendió a otros estratos sociales y, finalmente, dio origen a lo que hoy conocemos como apellido hereditario. Para el siglo XV, el uso de apellidos ya se había vuelto común y, poco tiempo después, obligatorio, debido a una iniciativa del cardenal Cisneros, quien señaló la necesidad de ha¬cer constar los nacimientos y las defunciones en los libros parroquiales.
La expansión de los apellidos a América del Sur ocurrió mucho después y se incrementó enormemente a finales del siglo XIX.
A diferencia de Argentina, que experimentó uno de los mayores éxodos de italianos a Sudamérica, Paraguay recibió una gran cantidad de españoles que emigraron en masa luego de la finalización de la Guerra Civil Española.
Descendientes de los reinos de Castilla, Navarra y León trajeron consigo los apellidos característicos de esas regiones. No solo poblaron el país de González, Benítez y Martínez. Los López, Giménez, Fernán¬dez, Ramírez, y todos aquellos que llevan ez al final, también llegaron con estos inmigrantes, cuyos herederos extendieron el legado y hoy son mayoría.
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Texto: Patricia Benítez (Publicado en la revista Vida de ÚH el 9 de octubre)