El bajo impacto de estas medidas hace que la mayor visibilidad de las mismas se concentre en el mecanismo de financiamiento utilizado, que es la deuda.
Para mucha gente, al final, la medida de mayor relevancia no fue el beneficio de las acciones financiadas con estos fondos, sino la deuda en sí misma.
Una parte importante del problema radica en la situación económica previa a la pandemia. El mito del milagro económico paraguayo con su alto nivel de crecimiento durante años y su larga estabilidad contrastan con el resto de los indicadores económicos. La volatilidad del producto interno bruto por la extrema dependencia del clima y del sector externo; la persistencia de la pobreza y la desigualdad que, a su vez, se explican por la baja productividad y diversificación, la precariedad de los empleos y la baja cobertura y calidad de las políticas públicas.
Pero otra parte importante de la mala combinación de endeudamiento con poco impacto es la ausencia de un liderazgo económico que encamine medidas estructurales y no solo paliativas. Es inadmisible que después de tantas semanas, muchos ministerios con competencias económicas, recursos, autoridades y funcionarios, el Gobierno no haya podido dar señales claras.
Si se compara con las medidas sanitarias, obviando los problemas administrativos y de contrataciones públicas que enfrenta todo el Estado paraguayo, incluyendo el Ministerio de Salud, no hay duda de que el equipo de este Ministerio ha sido efectivo y, sobre todo, ha generado confianza en la mayor parte de la ciudadanía.
La situación se agrava si consideramos que el virus al que se enfrenta la autoridad sanitaria no tiene antecedentes, mientras que los problemas económicos de Paraguay son ampliamente conocidos tanto en sus causas como en las medidas que son necesarias para remover las mismas.
Una multiplicidad de investigaciones, informes, reportes, seminarios y congresos en la última década han producido toda la información que se necesita para tomar buenas decisiones económicas. A pesar de ello, este Gobierno ha sido incapaz de direccionar la política económica hacia la senda que se requiere para lograr un mejor desempeño.
El problema no empezó con la pandemia, sino antes. La falta de liderazgo se agravó con la llegada del virus, no solo por la urgencia que ameritan las medidas, sino por la crueldad con que evidencia los problemas anteriores y la ausencia de políticas para enmendarlos.
La pandemia podía haber sido la oportunidad para cambiar el rumbo del país; sin embargo, la falta de valentía para erosionar las históricas barreras a nuestro desarrollo no solo permanecen, sino que probablemente se profundizarán.
Así como están las cosas hoy, este Gobierno se irá dejando los mismos problemas económicos, pero con una deuda insostenible y más pobreza y desigualdad.