Solo 115 guardaparques resguardan las 2.726.011 hectáreas de áreas protegidas en Paraguay, una vital tarea que debería recaer en hombros de unos 5.000 trabajadores, al menos. Nuestra realidad se limita a esos 115 hombres y mujeres que comprometen hasta la vida en esta noble labor y en cuyo homenaje emprendimos un largo viaje para destacar que cada 7 de febrero se recuerda el Día Nacional del Guardaparque.
El sol aún no se dejaba ver cuando dejamos Asunción rumbo al Departamento de Canindeyú, en búsqueda de la pequeña pero pintoresca localidad de Villa Ygatimí. Nuestra travesía, de poco más de 300 kilómetros, duró unas cinco horas y respondió a una iniciativa clara: realzar y valorizar la dura labor de los guardaparques.
Con nuestros equipos a cuestas, llegamos a la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú, uno de los últimos grandes remanentes de bosque de la Región Oriental, a cargo de la Fundación Moisés Bertoni. En este lugar, 21 de los 115 guardaparques de Paraguay dan lo mejor de sí para cuidar de las 64.405 hectáreas que componen el área protegida.
Su día, en nuestro país, se celebra cada 7 de febrero, a pesar de que en el resto del mundo se recuerda el 31 de julio. Esta fecha no fue elegida al azar, es en conmemoración del asesinato de Bruno Chevugi, un indígena aché que trabajaba resguardando el bosque en la reserva del Mbaracayú.
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El 7 de febrero del 2013, Chevugi fue asesinado durante un enfrentamiento con narcotraficantes que cultivaban marihuana en la zona. Él y otros tres compañeros fueron emboscados cuando incursionaban en botes por el río Jejuí, en el extremo sureste de la reserva, cercano a la comunidad de Horquetamí. Esta es una de las pérdidas que llora el cuerpo de guardaparques y que no debe quedar impune.
El deber por sobre todo
Equipados con pantalones, remeras y quepis de color verde, con miradas que solo transmiten amabilidad, nos abrieron la puerta a la que ellos ya consideran su casa.
Trabajan intensamente durante 21 días, para luego darse un respiro y volver a sus casas, donde pasan una semana con sus familias para recargar energía y tratar de paliar la añoranza. Pese a que a veces las ganas de pasar tiempo con los seres queridos los golpean, dicen estar conscientes del compromiso que conlleva el deber del cuidado de este preciado bien natural.
“Como guardaparque, tengo que estar alerta a alguna actividad fuera de lo habitual. Durante el recorrido rutinario, debo mirar qué animales hay en la zona e informar sobre las novedades”, nos relata Alberto Armoa (39), guardaparque de la reserva desde hace cinco años.
Alberto tiene a su cargo el puesto de control Aguarañu, situado hacia el este de la reserva, a 40 kilómetros de la administración central (Jejuimí). Su jornada laboral inicia puntualmente a las 7.00, pero está de pie antes de las 6.00.
Entre sorbos de mate caliente, en las mañanas distribuye su tiempo y acondiciona su equipo para introducirse en la densa vegetación del bosque Mbaracayú. Su recorrido abarca dos kilómetros, trayecto que hace a pie, controlando sigilosamente cada recodo del bosque.
De a poco, se va introduciendo a los senderos regados de agua, plantas y todo tipo de insectos. Sus grandes botas sortean los obstáculos que la naturaleza impone en su andar.
Un temerario recorrido
El denominado patrullaje rutinario puede ser realizado por una o dos personas diariamente. Sin embargo, existe otro procedimiento aún más cauteloso y de mayor riesgo: el patrullaje especial.
Este recorrido, según nos comenta Armoa, se realiza tres veces por mes y requiere de al menos seis guardaparques, guiados por un líder de grupo.
Se introducen al bosque durante tres días con un uniforme especial, chalecos antibalas, armas, víveres y una mochila, de al menos 15 kilos, con todo lo necesario para sobrevivir.
“Caminamos despacio y avanzamos de acuerdo con la actividad de la zona. Es una tarea muy delicada, porque no se debe hacer ruido, y mucho menos hablar”, nos detalla.
El peligro se hace aún más latente, dados los antecedentes de ataques de cazadores furtivos, narcotraficantes y, ocasionalmente, animales salvajes.
El incidente más cercano se registró en agosto del año pasado, en la reserva natural Tapyta, del Departamento de Caazapá, donde perdieron la vida dos colegas suyos.
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En aquella ocasión, resultaron víctimas fatales Rumildo Toledo (36) y Artemio Villalba (51), quienes fueron emboscados por cazadores furtivos mientras realizaban sus actividades de patrullaje. Un compañero más logró salir ileso del ataque.
Una labor con aprendizajes constantes
Actualmente, la reserva del Mbaracayú cuenta con siete puestos de control, de los cuales seis están activos: Jejuimí (administración central), La Morena (sur), Mojón 10 (sureste), Aguarañu (este) Karapa (noreste) y Horquetamí (sureste).
Pero su incursión en el área protegida no se da sin antes estar lo debidamente preparados, tanto en la teoría como en la práctica. A menudo, participan de cursos de capacitación impartidos por militares, bomberos voluntarios y profesionales extranjeros.
Para defenderse ante los posibles escenarios que pueden darse en medio del bosque, los guardaparques aprenden sobre la atención de primeros auxilios y llevan consigo siempre una mochila cargada de utensilios necesarios para la asistencia básica.
Atendiendo que también portan un arma de fuego, recibieron instrucción y practican sobre el manejo y uso responsable. Por reglamento, ante un caso de amenaza, el procedimiento indica que deben realizar tiros al aire para poner a los sospechosos en alerta.
No obstante, si la situación se sale de control, los guardaparques están autorizados a realizar disparos a la parte inferior del cuerpo (piernas) para inmovilizar a los sospechosos, evitando herir alguno de los órganos vitales. Una vez controlado el problema, proceden a realizar el auxilio médico y trasladar a la persona hasta la base.
En el sitio, se labra acta y, posteriormente, son llevados hasta el centro asistencial más cercano. En el hospital ya quedan en manos de las autoridades policiales. El uso de armas por parte del Cuerpo de Guardaparques está estipulado en la Ley 352/94 De Áreas Silvestres Protegidas.
Artículo 44: “Los Guardaparques de las Áreas Silvestres Protegidas bajo dominio público, en ejercicio de sus funciones, quedarán equiparados a los agentes del orden público, permitiéndoseles la portación de armas dentro del límite de la jurisdicción territorial de las Áreas Silvestres Protegidas. La portación de arma será reglamentada de acuerdo a lo que establecen las normas legales vigentes en la materia”.
Asimismo, en su artículo 45 refiere que el guardaparque está habilitado, dentro de los límites de su jurisdicción territorial, a efectuar arrestos, inspecciones, vigilancias y retenciones, así como tomar o solicitar medidas precautelares de seguridad, correctivas o de sanción.
La voluntad, un combustible vital
Eligio Fariña tenía solo 25 años cuando tomó la decisión de ser guarparque. Hoy, con 46 y más de la mitad de su vida recorriendo los boscosos senderos del Mbaracayú, cree con firmeza que la voluntad es el combustible que lo impulsa a seguir en esta loable labor.
Sin embargo, ingresar a las filas de los guardianes del bosque no resulta tan fácil como se piensa. Cada aspirante tiene un plazo de tres meses para pasar las pruebas que determinarán si es apto o no para el puesto.
“En ese tiempo, el aspirante entra como patrullero y rota en cada puesto cada 15 días. Tiene que entrar al bosque y también hacer las actividades diarias”, explica.
Una de las pruebas más difíciles es el reconocimiento del área, es decir, aprender a tener manejo de todo lo que le rodea, nombre de árboles, fauna existente, identificar huellas y zonas más recurrentes de los animales.
“Muchos de los que vienen, al tercer día deciden volver a retirarse. No es fácil internarse en el bosque con una mochila de 15 kilos, ni quedar solo en los puestos bases”, nos dice Eligio.
#SoyGuardaparque
No está de más recordar que en Paraguay, para cubrir 2.726.011 hectáreas de áreas protegidas, apenas contamos con 115 guardaparques, entre personal de las entidades binacionales, funcionarios del Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) y otras organizaciones.
Sin embargo, la recomendación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) es que se precisa, como mínimo, de un guardaparque por cada 500 hectáreas. Eso significa que en el país se requiere de 5.307 trabajadores dotados con todas las herramientas necesarias para realizar esta importante tarea.
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En setiembre del año pasado, unas 18 organizaciones se unieron y lanzaron la campaña Soy Guardaparque, con el objetivo de concienciar a la ciudadanía sobre la importancia de la tarea de los principales protectores del bosque.
La iniciativa busca, además, presentar un proyecto de ley que regule el trabajo de los guardaparques en Paraguay. La última vez que se promovió la reglamentación fue en el 2016, pero el proyecto fue cajoneado por la Cámara de Senadores.
De acuerdo con los datos del Mades, en Paraguay hay un total de 44 áreas silvestres protegidas, de las cuales 15 tienen presencia institucional. En cada una de ellas, es indispensable la tarea y presencia del guardaparque; por ello, Alberto y Eligio unen sus voces al reclamo para visualizar el valor de su noble labor, una labor que le asegura a cada uno de los paraguayos seguir contando con el valioso recurso natural de los bosques.