02 ene. 2025

Gustavo Alfaro o la instrumentación político-colorada de la educación pública

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Foto: APF.

Por Cristian Andino,
docente, filósofo e investigador.

Cuando el actual ministro de Educación, Luis Fernando Ramírez, anunció que, tras el éxito deportivo con la Selección —que, aunque aún no está clasificada al Mundial, va por muy bien camino—, el “cazador de utopías imposibles”, Gustavo Alfaro, impartiría una charla a maestros de escuelas públicas, a muchos de nosotros nos invadió el entusiasmo.

Decíamos: Quién mejor que Alfaro, que tanto habla de utopías, para darles un espaldarazo a los maestros, que venían con la moral baja tras un estrepitoso fracaso en las últimas pruebas para acceder al Banco de Datos de Docentes Elegibles (BDDE) del MEC.

Quién mejor que Alfaro, para hablarles a los jóvenes de la patria, que constituyen mayoría en este país y que necesitan grandes dosis de utopía para combatir tanta mediocridad y fatalismo generalizado, sintetizado en el axioma tantas veces repetido de que “las cosas no van a cambiar” en este país y que, por lo tanto, ni hace falta ir a votar cada cinco años ante un sistema prebendario y clientelista que no se logrará romper.

Quién mejor que Alfaro para hablarles a esos jóvenes, sumidos en la indiferencia y la falta de conciencia política, como perfectas víctimas del sistema educativo que les hemos ofrecido bajo la premisa de que, precisamente, las prebendas y el clientelismo son formas esenciales de nuestra cultura política, tal como se escuchaba en el audio viral de un mediático senador, quien aconsejaba a un joven entusiasta sobre cómo ganar cien millones de guaraníes mensuales, siendo obsecuente al poder de turno. O al propio presidente de la República, quien, en un mitin en Hernandarias, aseguraba que los cargos en el Estado no se consiguen por méritos, sino por pleitesías rendidas al Partido Colorado, con lo cual, le seguía dando la razón a Eligio Ayala, cuando, indignado con la política paraguaya, escribió en 1915 que para ocupar cargos en el Estado “valen más ciertas contorsiones y genuflexiones del cuerpo que veinte años de estudios, que la decencia y la probidad”.

Ante este panorama, uno se imaginaba que el título de la conferencia de Alfaro podría haber sido, por ejemplo: Fatalismo y horizonte utópico educativo: Caminos para la construcción de otro país posible. Nada más lejos de la realidad. Desde el flyer de invitación al evento que intentó resaltar de manera ridícula la figura de Santiago Peña antes que la del propio Alfaro, hasta el pésimo título que eligieron para el conversatorio (Liderazgo y desarrollo humano: el despertar de un gigante), fuimos testigos todos de las verdaderas intenciones del evento: Colgarse del éxito momentáneo de Alfaro para presumir logros irrisorios de un partido político que por más de siete décadas ha utilizado la educación pública como una plataforma para afianzar su influencia política y de un gobierno títere que no hace más que expoliar y destruir al país y a su gente.

¿Cápsulas motivacionales o filosofía de cotillón?

Si bien no se puede desconocer el rotundo éxito del efecto Alfaro en la Selección, tampoco se puede negar que lo suyo no sean más que frases simples e insulsas, pero de gran efectividad futbolística en un país poco apegado a la lectura y la formación general. Por eso, ganó tanta notoriedad cuando afirmó, después de jugar contra Bolivia —a más de cuatro mil metros y casi traer una victoria—, que “hoy podemos mirar a los ojos a los rivales y decirles que nos podrán ganar, pero nos van a tener que llevar a la Luna para ganarnos”. O cuando lanza alguna que otra cita de Camus, de Borges o atribuir incluso erróneamente una famosa frase de Santayana sobre la importancia de no olvidar la historia, nada menos que a Mitre, uno de los mayores enemigos del Paraguay del siglo XIX, pero que pasó casi inadvertida ante una audiencia rendida a sus pies.

Por otro lado, más allá de las intenciones espurias del gobierno, la dialéctica de la enseñanza ha estado presente en los discursos de Alfaro, quien reconoció que “la educación es el valor más sustancioso que puede tener un pueblo”, para afirmar, líneas seguidas: “Le digo a los jugadores que no existe fuerza superior dentro del campo de juego que la fuerza de la inteligencia”.

Así, aseguraba, tras el triunfo contra Argentina, que sus jugadores le enseñan que “si antes no existían los pisos, ahora no existen los techos para seguir creciendo”, y ante la consulta sobre su expectativa de clasificar, fue tajante: Paraguay no tiene la “expectativa”, sino el “compromiso” de ir a la Copa del Mundo.

Utopía y algo más

En las últimas dos elecciones presidenciales, la participación juvenil superó por poco margen el 10% de participación de jóvenes de 18 a 23 años que figuran en el padrón del TSJE. ¿Por qué la participación electoral juvenil baja cada día más en un país que tendrá mayoría joven en los siguientes 40 años? ¿Se trata de simple apatía generacional o de fatalismos políticos más profundos? ¿Qué nos cabe esperar a los ciudadanos de a pie? ¿Se puede pretender algún cambio desde los partidos políticos y ante un escenario de un partido hegemónico en el gobierno que ha instaurado un modelo de gestión estatal que privatiza cada vez más lo público?

Así, asistimos hoy a becas de estudios universitarios, cursos de formación, bolsas de empleo, consultas médicas y tratamientos gratuitos difundidos en medios de comunicación partidarios (una nueva versión grotesca de La Voz del Coloradismo) y hasta el anuncio de la próxima creación de la universidad ANR, como grandes avances “gubernamentales” que el partido ofrece como migajas que caen de la mesa del rico Epulón.

El mensaje parece claro. Instalar una cultura de mendicidad, de dependencia partidaria y de clientelismo extremo. No es el Estado el que garantizará acceso a servicios básicos; es el partido y sus inquilinos a quienes hay que rendir culto si queremos “estar mejor”, con lo cual se fulmina nuestra débil democracia y se pervierte la dignidad ciudadana.

Más allá de cápsulas motivacionales, de lo que se trata es, digámoslo de nuevo, de volver a creer y contagiar a las jóvenes mentes del virus de la resiliencia y la utopía. De la confianza en que existen otras alternativas de transformación social, toda vez que la indignación se convierta en voluntad colectiva. Es que la indignación y el fatalismo conviven juntos como caldo de cultivo de un sistema prebendario y clientelista que, si bien no es fácil combatir, tampoco es indestructible.

Si tímidamente pensamos que Alfaro sería el depositario de la renovada conciencia política, aun por constituir, estuvimos y estamos equivocados. Al final del día, él es solo un director técnico de fútbol que utiliza frases filosóficas para motivar a sus jugadores, esos a los que el propio Alfaro describió con aquel famoso cuento de Galeano donde se afirma que “(el jugador) aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar…”.

El día en que la Selección deje de ganar, a Alfaro también lo olvidarán (empezando por sus amigos colorados), y entonces diremos que es solo fútbol y que la transformación posible y necesaria de las instituciones no vendrá del fútbol y de su perversa lógica empresarial y de mercado, sino desde la construcción colectiva del poder, desde las bases, desde los barrios, las escuelas, los grupos juveniles, los movimientos estudiantiles, que nos permita soñar más allá de la sociedad de consumo en la que todos vivimos y que aliena e idiotiza especialmente a las nuevas generaciones, al ofrecerles sensaciones falsas de libertad y felicidad por medio del consumo individual y que los empuja a pensar que “nada va a cambiar” y que ellos poco pueden hacer al respecto.

Es necesario propiciar redes de producción, de consumo, de solidaridad entre los de abajo porque, a fin de cuentas, será la presión ciudadana, organizada y crítica, por fuera de los partidos tradicionales y, probablemente, también por fuera de los liderazgos mediáticos, la única que pueda exigir y conquistar la transformación material de las instituciones y romper con las desigualdades crónicas que fuerzan a miles de paraguayos y paraguayas a ser extranjeros en su propia tierra.

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