En octubre de 1991 (entre el 8 y el 9, para ser más exactos) un jovensísimo periodista asistía como reportero a un momento histórico: el derribo de la estatua del dictador Alfredo Stroessner que infamemente vigilaba desde las alturas del cerro Lambaré en el vulgar Monumento a la Paz Victoriosa.
“Tras una dura porfía, la estatua del ex dictador Alfredo Stroessner –escribía en estas mismas páginas hace 26 años– se encuentra depositada actualmente en el Taller Municipal de la Comuna Capitalina”.
“El público presente –subrayaba– en la cima del cerro Lambaré festejó alborozado el momento en que la mole que personificaba a Stroessner fue finalmente derribada, después de casi 48 horas de ardua lucha”.
“Aproximadamente a las 18.30, cuando la tarde se iba, un símbolo casi viviente dormía su último sueño de Monumento Nacional, derribado por el peso de su propia culpa. Stroessner caía de nuevo. Pero esta vez el pueblo le cobró su parte y, entre vítores de euforia y petardos, descargó su ira en la pesada caja”.
“Para ser sinceros en el segundo golpe que le hicieron, Stroessner fue mucho más duro. Parecía que el monumento se resistía testarudamente a caer. Los imprevistos surgían a la par que iba la luz del sol”, añadía.
Después seguía: “La estatua, después de que le cortaran los pies, quedó colgada de un complicado y a la vez arcaico sistema de poleas, en una inclinación de 60 grados. Al rostro de la estatua se lo veía muy enojado”.
“Para completar la tarea, un obrero de la Comuna fue a hacer palanca en los cortados pies del monumento. Otro grupo, a su vez, tiraba de dos cuerdas desde abajo. Stroessner bailaba, pero no caía. Los esfuerzos proseguían hasta que por fin cedió y quedó colgado a tres metros del suelo. El líder se veía incómodo. Lentamente descolgaban el pedazo de cobre de su injusta investidura de Monumento Nacional. Stroessner cayó de nuevo”, concluía.
Las jornadas que acabaron en este derribo histórico había sido una dura lucha entre el general Andrés Rodríguez y el por entonces intendente asunceno Carlos Filizzola. A la distancia se ve como algo nimio, pero la puja entre los militares y el intendente socialista tenía un alto valor simbólico, ya que se dio apenas dos años después del golpe de 1989.
Stroessner fue derribado de muchos lados, pero no de la nostalgia de un pueblo decepcionado de la democracia (o que al menos no la comprende) y de la cultura política que hace prevalecer el autoritarismo y la prebenda.