La crisis energética y de suministros sigue pegando fuerte a las economías del mundo. Los efectos de la pandemia y posterior escalada bélica en Europa del Este obligaron a reconfigurar escenarios donde las fuentes de energía y de materia prima son disputadas hasta sangrientamente por los poderes centrales, mientras el resto del mundo participa atónito.
América Latina padece los efectos, como también otras partes del mundo, pero particularmente en algunos países de la región –altamente dependientes de los derivados del petróleo y de los fertilizantes, renglones que experimentaron en su momento niveles críticos en sus precios– las economías apenas pudieron sortear el embate de las restricciones, y en el lento dinamismo de sus actividades debieron hacer frente al fenómeno inflacionario como no se experimentaba hacía mucho.
Paraguay la sacó ciertamente barata, porque fue el espacio que experimentó menos descalabro económico-financiero, debido a su fortaleza macroeconómica y por las medidas adoptadas con el fin de evitar los déficits fiscales sufridos por economías vecinas.
No obstante, la población sigue sintiendo el coletazo de los altos precios, depende casi exclusivamente de la importación de combustibles fósiles, el agro necesita como insumos de los fertilizantes producidos a gran escala entre Ucrania y Rusia (países en conflicto) y el ritmo apenas viene creciendo, con proyección de un PIB de 0,2 % para final del año, lo que da la pauta de un estancamiento.
Ante el panorama de no conseguir fuente energética que sea menos onerosa, y a sabiendas de que la energía eléctrica disponible puede convertirse en arma fundamental para mejorar las condiciones de vida de la gente, mediante políticas públicas que incentiven su consumo en industrias, hogares y electromovilidad, el esquema de importación de derivados del crudo –que permiten emisión de carbono y dañan el ambiente–, se mantendrá cómodamente para favorecer al mismo grupo de aprovechadores en el sector privado, al que se suma la maquinaria corrupta de la petrolera estatal, dejando el bolsillo del ciudadano con bastantes agujeros.
Las intenciones de revertir la enorme dependencia de los hidrocarburos todavía no se traducen en políticas serias para invertir en logística e infraestructura que permitan un mayor uso de energía eléctrica, con lo que se extiende la paradoja que presenta a Paraguay como el mayor productor de energía limpia y renovable del mundo, pero que en su seno se depende mayoritariamente del diésel que, incluso –según expertos– superará en porcentaje a la biomasa como fuente.
El cambio climático es un fenómeno que impulsa a adoptar medidas paliativas, puesto que –según estudios– al año 2050 la temperatura mundial podría elevarse 2,6 grados si no se toman ahora fuertes decisiones para reducir la emisión de carbono. Si notamos que en el país el consumo de energía hidroeléctrica no llega ni al 20% del total de utilización, es evidente que aún falta un largo trecho para reconvertir las fuentes de energía.
Ciertamente, hay un alto costo en inversión que se deberá ejecutar al principio, especialmente en lo que atañe a electromovilidad, pero con sus compensaciones a mediano y largo plazo, porque los valores de recarga y mantenimiento serán mucho menores a los que ahora se destinan para el transporte de combustión interna. Similar escenario es para el uso doméstico, especialmente en los aparatos para procesar alimentos.
Como toda evolución, se presenta indefectiblemente un tiempo de transición, con políticas de ajuste y transformación, que implican grandes cantidades de recursos monetarios, pero que deberán dar pie a un nuevo escenario, menos dependiente de los combustibles fósiles y más abiertos a fuentes renovables y limpias. Al final, todos saldrán ganando y aportando a un medioambiente más armónico.