Simultáneamente, emergen riesgos diferentes que deben mitigarse para aprovechar eficazmente estas oportunidades: cambios en las pautas de consumo, competencia más intensa, nuevas propuestas de valor con nuevos productos y servicios. Y cambios estructurales en los mercados por la fragmentación económica, así como la persistencia de influencias inflacionarias que podrían demorar una continua reducción de las tasas de interés a nivel global.
Tanto los desafíos con potencial impacto positivo como los nuevos riesgos deben ser analizados e incorporados en las estrategias de crecimiento de las empresas. Por ello, surge como imperativa la gestión estratégica como una dinámica permanente, y no limitada a prácticas anuales o esporádicas.
La estrategia debe ser asumida como un ejercicio dinámico donde los objetivos y las iniciativas deben ser evaluados periódicamente tanto en sus resultados (¿se han logrado las metas o el retorno esperado?), como en su orientación (¿los objetivos recogen las oportunidades nuevas o crean nuevas tendencias en el mercado?). Esta gestión dinámica encuentra lógica si los mercados evolucionan con velocidad y los cambios son frecuentes.
Por tanto, la gestión estratégica actual debe tener sólidas orientaciones de agilidad y de flexibilidad en toda empresa que busca un crecimiento continuo y sostenible.
Ahora bien, esta orientación estratégica solo será eficaz si está acompañada de una nueva mentalidad en los directorios, en los equipos gerenciales y en la cultura organizacional. La nueva mentalidad debe ser un rasgo de curiosidad y apertura a nuevas dinámicas, procesos, herramientas o modelos de negocios, propuestas de valor. E incluso nuevas alianzas estratégicas que los CEO y directorios deben incentivar en todos los niveles de la organización.
Esta renovada mentalidad debe considerar la gestión del cambio como una habilidad esencial de la organización, integrando la innovación como tarea permanente mediante el desarrollo de procedimientos que la fomenten. Será clave para desarrollar una cultura de adaptabilidad en la empresa, que podrá llevarla a anticipar nuevas tendencias, sean de oportunidades como de riesgos, y orientar oportunamente sus estrategias.
Por tanto, la nueva mentalidad será esencial para forjar nuevas visiones, y que estas nuevas visiones determinen cuáles son las nuevas capacidades y conocimientos que requieren nuestras empresas. Además permitirá identificar entre los riesgos emergentes también nuevas oportunidades para los negocios.
En efecto, uno de los riesgos señalados es la fragmentación económica que se ha observado en los últimos diez años a nivel global, y que se refiere a los cambios en los flujos de comercio entre las principales regiones económicas globales a consecuencia de medidas proteccionistas. Entre otros impactos, pueden citarse a los cambios en las cadenas de suministros y los consecuentes efectos adversos en muchas cadenas de producción y sus implicancias inflacionarias.
Este riesgo ha generado, sin embargo, oportunidades para otras regiones con la creciente adopción de estrategias de “near-shoring” por empresas globales.
Las guerras comerciales y otras tensiones geopolíticas configuran nuevas oportunidades para nuestra región para recibir nuevas inversiones con estrategias de “near-shoring”. El Paraguay, con su naciente grado de inversión, con su entorno macroeconómico estable y creíble, y con uno de los climas de inversión más favorables de la región, puede beneficiarse significativamente de esta oportunidad.
Todo dependerá de cómo definan las empresas su gestión estratégica, y cuál es la mentalidad que incorpora a su cultura organizacional, al tiempo de apoyar aquellas reformas en el Estado que lo hagan más eficiente.