El experto explicó que sus investigaciones iniciaron en 2009, aunque aclaró que fue el geógrafo alemán Karl Sapper quien lo visitó por primera vez a finales del siglo XIX y luego de una breve averiguación regresó a su país con parte de una escultura que en la actualidad se exhibe en el Museo de Dahlem de Berlín.
En 1975, el arqueólogo estadounidense Brian Dillon fue el segundo que estuvo en el lugar y fue quien en 1990 cavó una serie de los grandes tanques de almacenamiento de sal en la región.
Woodfill precisó que el sitio se encuentra en la Franja Transversal del Norte, en el departamento de Alta Verapaz, a unos 220 kilómetros de Ciudad de Guatemala, y es un valle de 30 kilómetros cuadrados bañado por el río Chixoy.
El experto explicó en una rueda de prensa que según las evidencias que ha encontrado el equipo de 20 arqueólogos estadounidenses y guatemaltecos, los mayas de esa época tuvieron la capacidad de producir hasta 24.000 toneladas de sal cada año.
La producción se hacía mediante un procedimiento artesanal, es decir, hirviendo el agua de un río salado que fluye desde un domo que está en el centro del lugar.
Woodfill, quien es el director del proyecto, dijo que el producto era trasladado para su comercio hacia las tierras bajas de los departamentos de Petén y Alta Verapaz (norte de Guatemala) y Chiapas (México), a través de los ríos Chixoy y Usumacinta.
Los antiguos mayas usaban vasijas en forma de copa que reducían la salmuera, lo vertían en moldes grandes y planas para hacer los bloques de sal que luego exportaban, pero antes la almacenaban en enormes vasos (con un diámetro de menos de 2 metros) enterrados por toda la ciudad de la zona industrial.
“Salinas de los Nueve Cerros” data del periodo preclásico mediano temprano (1000 a 800 años antes de Cristo) y durante el clásico (600 a 900 después de Cristo) expandió su economía no sólo basada en la sal sino en la agricultura y la exportación de navajas de obsidiana, comentó.
Woodfill señaló también que han encontrado referencias de que los mayas importaban piedras de las tierras altas y el talle jade, así como cacao silvestre.
Además, existen unos lagos cuyas aguas cambian de color, que van de rosado, morado y verde, expresó el investigador.
Según el experto de la Universidad de Luisiana, el hallazgo más impresionante del sitio fue una plataforma artificial de 200 metros de ancho por hasta 100 de largo y 13 de profundidad, donde se producía la sal.
También hay dos canchas de juego de pelota maya, tres pirámides de 8 metros de altura, montículos de tierra y algunos palacios pequeños, pero la mayoría son de piedras, detalló.
El experto cree que debajo de los montículos de tierra podrían haber edificios enterrados.
Woodfill destacó que cuando colapsaron los centros contemporáneos como Tikal, Ceibal, Dos Pilas, Cancuen y Tonia, “Salinas de los Nueve Cerros” aprovechó el florecimiento posclásico para exportar su producto a las ciudades nuevas del sur.
“La ciudad sobrevivió hasta alrededor del año 1.200 después de Cristo y, aún después de su colapso, fue un recurso importante para varios grupos de mayas hasta que los españoles conquistaron la región y se apoderaron de la fuente de sal a finales del Siglo XVII”, dijo.
El arqueólogo añadió que desde entonces la sal que se produjo en el sitio se presentó en las mesas de Cobán (Alta Verapaz), Sayaxché (Petén), Kaminal Juyú, en la capital, pero también en las tierras bajas de México.
Según Woodfill, el lugar se encuentra cerca de la laguna Lachúa y en sus cercanías existen al menos 10 pueblos y fincas privadas, cuyos habitantes son los protectores del sitio.
La viceministra guatemalteca de Patrimonio Cultural y Natural, Rosa María Chan, dijo que el Estado no tiene suficientes recursos para proteger el centro.
De los más de 4.000 sitios arqueológicos que tiene Guatemala, solo 64 cuentan con protección, señaló la funcionaria, tras admitir que la depredación es muy alta debido a la demanda.