Convengamos que es muy difícil hoy tener poder político y no usar este de forma populista.
La educación cívica deficiente, las expectativas sobre el rol del Estado, las necesidades apremiantes de los pobladores más vulnerables, las aspiraciones materiales de los ciudadanos, las presiones de agendas globales… todo aprieta, como quien dice.
La misma sociedad y cierta parte de los nuevos guías morales que se sientan en plateas de prensa pontifican desde sus opiniones sobre lo que hay que hacer para mejorar la sociedad desde el Estado. A eso sumémosle las famosas calificaciones internacionales a nivel país para alinearnos a la Agenda 2030 que tiene este objetivo de desarrollo como segundo en una lista de 17 objetivos: Hambre Cero.
Pero si queremos crecer como sociedad con virtud, tenemos el deber de preguntarnos con más seriedad, ir más allá de los nombres rimbombantes y de la cercanía o lejanía de quienes ponen en marcha un programa estatal.
Hambre Cero se presenta en la página web del Ministerio de Desarrollo Social como un una forma de “garantizar la alimentación al 100% de las escuelas a nivel nacional”. Políticamente es un golazo. Lo percibieron muy bien los opositores que critican y, por supuesto, el Gobierno que se jacta.
El tema es que existe una pedagogía política en cada decisión de gobierno, un contexto local y uno global a tener en cuenta con este tipo de políticas, ya que tienen repercusiones a corto, mediano y largo plazo.
Para analizar el alcance hay que considerar no solo el qué es, sino también el por qué, el cómo, con quiénes, para qué y hasta cuándo.
Sobre el qué nos preguntamos: ¿Existe una necesidad real de meter almuerzo en las escuelas públicas? Yo creo que, dada la situación financiera actual de las familias paraguayas, para muchos la respuesta tajante es sí. Incluso para los pequeños productores agrícolas que nos alimentan a todos, aunque parezca paradójico.
Pero ya en el qué hay que considerar también que no es lo mismo paliar por un tiempo una necesidad a las personas que la sufren, que redefinir con “expertos” lo que es el “hambre”, “la subalimentación” o la “seguridad alimentaria” porque detrás de los conceptos hay poder, hay burocracia, y hay intereses creados. Hoy en día los que imponen sus nomenclaturas en política, se vuelven “imprescindibles” descifradores lingüísticos de la gobernanza, lo cual no siempre va de la mano con la soberanía cultural y alimentaria.
En la categoría del por qué hay que sumar a la necesidad real de muchos, un crecimiento preocupante de la visión estatista que va en detrimento del principio de subsidiariedad que inspira la Constitución Nacional. Aquí, en el fondo, se juega todo un estilo de relacionamiento social democrático participativo y el sano equilibrio entre libertad personal, fortalecimiento de los estadios intermedios de la sociedad y apoyo del estado a las familias.
En el cómo y con quiénes ya estamos viendo en redes sociales las quejas de profesores y comunidades educativas enteras sobre la falta de infraestructura, de organización adecuada, de los desperdicios, de la mala administración de recursos, especialmente humanos. En el para qué podríamos incluir algún altruismo interno, si pensamos bien, pero da para pensar mal la cantidad de casos de corrupción que hemos tenido siempre con los intermediarios de la provisión que nos han estafado a los contribuyentes de formas deplorables. En el para qué es nuestro deber insistir en que el rol de la escuela como la del Estado es por esencia subsidiario.
Si queremos desarrollarnos como país soberano, los niños en las escuelas deben estudiar y comer en la casa, para ello, hay que crear las condiciones para que las familias puedan cumplir sus deberes. Crear dependencia es un camino populista errado. Insisto, ¿no es mejor enseñar a pescar que dar pescados?