Pasen y lean:
“Desde pequeñito ya tiene ese concepto de robar con la justificación de que tiene hambre”, dijo uno. “Muchas están pasando hambre pero no andan robando comida de otros”, agregó otro.
“Por favor no romanticemos la delincuencia”, subrayó otro de los expertos. Y así prosiguen: “Triste pero por qué robar; “el hambre no justifica”, y tantos más.
Los pontificadores pasan por alto que, precisamente por la corrupción y su impunidad, tantos paraguayos pobres quedaron fuera del sistema.
No solo se trata de que hoy tienen hambre. Es que nunca tuvieron ni una mínima oportunidad para cambiar sus vidas. Es probable que además, ni una vez en sus vidas verán una escuela o un hospital. Eso se llama desigualdad, y es un perverso sistema que se fue construyendo en las últimas décadas.
Justicia. Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el santo salvadoreño dijo una vez que: “La justicia es igual a las serpientes. Solo muerden a los que están descalzos”.
Así somos. Rapidísimos para condenar al pobre; como cuando atrapan a algún malandrín que robó una gallina. Nos encanta verlos esposados y a cara descubierta cuando los expone la policía. Y eso nos da la engañosa sensación de seguridad.
Nadie sin embargo objeta el trato preferencial cuando -por algún desvío del destino- un personaje poderoso cae en desgracia. “Pase adelante doctor, vamoa negociar…”, me parece escuchar que le dicen, mientras el bandido vip camina sobre la red carpet. Le perdonamos que con sus guantes blancos nos dejó sin hospitales y sin escuelas. Y no nos sentimos amenazados.
¿Quién les llama ladrones a esos que se están volviendo multimillonarios con la emergencia? Alguno dijo acaso: “Noooooo pues correlí, sabemos nio que sos cleptómano, pero estamos en plena epidemia y no tenemos ni camas de terapia intensiva”.
Nuestro enojo siempre es selectivo. Con los pobres, feos, sucios, marginales, cualquiera se anima; cualquier tuitero les llama bandidos. Mientras miran como zombis a los que roban en dólares y se llevan lo que queda del país a sus casas.
A nadie escandaliza a estas alturas que se pueda hacer grandes negociados con la compra de tapabocas, alcohol en gel, camas para terapia intensiva y respiradores.
El país está al borde del abismo, y hay quien está aprovechando sus ventajas para ganar plata en plena crisis.
Estamos viviendo el peor momento del Paraguay contemporáneo, nos dicen que estamos en guerra y que estamos todos en el mismo barco, pero esto no es verdad. Porque hay quienes beben champán y nos miran desde sus yates de lujo (comprado con plata del Estado), mientras cual Rose, dejarán ahogarse a Jack; ¡y todos sabemos que había lugar para Leo en esa balsa!!
La gente que paga sus impuestos para mantener al elefante blanco que es nuestro Estado, se está quedando sin trabajo y sin recursos.
La “ayuda” del Gobierno no está llegado, y los paraguayos y paraguayas más pobres y sus niños pobres, sobreviven en estos días gracias a la generosidad de otros pobres, como los campesinos de la Federación Nacional Campesina que este año no pudieron marchar a Asunción con sus reclamos, pero donan sus productos para los que no tienen qué comer.
Pobres arropando a pobres. Las ollas populares son la última línea de defensa ante el abandono. Porque ante el hambre, todo lo que nos queda es la solidaridad.