Los tiempos de Dios son perfectos, aún así no es fácil despedirme de este amigo. Me duele el alma saber que no disfrutaré más de nuestras conversaciones, abrazos y risas. Hoy me toca decir hasta pronto a un mentor de cientos de empresarios, a un ser único que se caracterizaba por motivarnos a ser mejores, a alguien lleno de entusiasmo, de solidaridad hacia el prójimo, y un voraz aprendiz que no se cansaba de compartirnos conocimientos y descubrimientos.
Fue fundador de la ADEC hace 40 años, su primer presidente y quien nos dejó un legado invaluable. Fue mi compañero de grupo en dirigencia empresarial, un empresario como pocos por su genuino compromiso hacia el bienestar y la calidad de vida de los colaboradores. Fue un hombre que supo vivir con coherencia entre lo que decía y lo que hacía, algo aparentemente simple pero que sabemos que es un gran desafío lograr.
Quizás para muchos poner en diálogo la doctrina social de la Iglesia y la actividad empresarial resulta mera retórica o una quimera inalcanzable, pero ¿acaso es posible plasmar en la cultura empresarial el amor de Cristo?, ¿cómo redactar rígidos procedimientos y reglamentos teniendo en cuenta el bienestar, y poniendo a la persona como el foco principal de la gestión? José Antonio Bergues, mi querido amigo Bebe, fue ejemplo de que se pueden y deben construir empresas altamente rentables y plenamente humanas, incluso en momentos de crisis.
Estoy segura de que si él leyese el párrafo anterior inmediatamente me corregiría, señalándome con asertividad que es justamente en momentos de crisis donde el empresario cristiano debe distinguirse por defender el derecho a una vida digna, a un empleo decente y a un trato justo. Cristo no nos enseña oratoria, sino la manera en la que debemos vivir nuestra fe. Lo que hacemos emana de quiénes somos en Él. Y en Cristo somos lumbrera en medio de circunstancias adversas.

Cuando un amigo se va, hay quienes lloran su partida, pero cuando Bebe nos deja para avanzar al Reino del Señor, se merece un aplauso por la vida bien vivida, por haber sido íntegro, coherente, empático, sincero y solidario con propios y extraños. Él supo innovar en el mundo empresarial a nivel nacional e internacional, ha sido un visionario buena gente, utilizó sus talentos desde la empresa teniendo como guía los valores del Reino de Dios, mostrando la fecundidad que el Señor nos promete. Pocas personas tienen ese efecto tan trascendente como él.
No se me han caído lágrimas por lamentar su partida, sino por el egoísmo de anhelar más tiempo con él en la tierra para que me acompañe en mi propio camino. Es que Bebe me nutría diariamente con sus mensajes de aliento y de enseñanza permanente.
Querido Bebe, tantas anécdotas hemos compartido en los grupos empresariales, que nos sabemos privilegiados por haberte conocido. Nos inculcaste que podemos construir el Paraguay que queremos vivir. Gracias por tu excepcional existencia. No nos despedimos, amigo querido, porque estoy segura de que en ADEC quedará tu esencia viva para siempre.