Por Andrés Colmán Gutiérrez
@andrescolman
El intento de secuestrar al general Alfredo Stroessner en la casa de su amante, María Estela Ñata Legal, en la noche del jueves 2 de febrero de 1989, resultó en un gran fracaso.
Poco después de las 20.00, el dictador salió de allí en un auto Chevrolet, color negro. En el camino recibió una llamada de la propia Ñata, avisándole que fuerzas militares estaban atacando su casa.
Asustado, Stroessner ordenó a su chofer, Pedro Miranda, que lo lleve al Regimiento Escolta Presidencial, sobre Mariscal López y General Santos.
Lo recibió el comandante del Regimiento, general Francisco Ruiz Díaz, quien le sugirió que no se quede allí.
–Este cuartel es uno de los primeros que van a atacar. No es el lugar más seguro para usted –le dijo Ruiz Díaz. Le recomiendo que se refugie en el Comando en Jefe.
Stroessner le hizo caso y se dirigió al edificio, del otro lado de la calle General Santos, pero como su despacho estaba cerrado con llave, subió al tercer piso y ocupó la oficina del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Alejandro Fretes Dávalos.
En pocos minutos se le unieron su hijo Gustavo y su nuera Pachi Heikel, su hija Graciela y otros jefes militares: Germán Martínez, Alejandro Fretes Dávalos, Alberto Johannsen, César Machuca Vargas, Bernardino Peralta Báez, Rafael Benito Guanes, entre otros.
Afuera se escuchaban disparos lejanos, que se iban acercando. Aunque había certeza de que era un levantamiento de la Caballería, Stroessner se negaba a creer que fuese su consuegro, el general Andrés Rodríguez, quien lo dirigía. “Seguramente lo tienen preso a Rodríguez”, justificaba.
AYUDA NEGADA. El coronel Gustavo Stroessner y los jefes militares que estaban con Stroessner esa noche hicieron varias llamadas, pidiendo ayuda a las fuerzas presuntamente más leales al dictador.
En quien más esperanza tenían era en el coronel Tomás Aquino, comandante de la Artillería, con asiento en Paraguarí, considerado el más leal a Stroessner, ya que él provenía de esa arma.
Según revela el coronel Pedro Hugo Cañete, ayudante general del Comando en Jefe, en un informe oficial, Aquino le prometió al propio Stroessner que iba a llegar pronto en su auxilio. “El general Johannsen le ordenó (a Aquino) desplazar toda su fuerza hacia la capital y comunicar permanentemente su posición”, narra Cañete.
Pero Aquino no sacó a sus tropas y prefirió estudiar mejor la situación. Cuando advirtió que el golpe era ya irreversible, comunicó su adhesión a Rodríguez. Dos días después ofrecerían juntos una conferencia de prensa, mostrando unidad.
AVIONES. Gustavo esperaba también la pronta respuesta de la Aeronáutica, arma a la cual él pertenecía. Esa noche ya no pudieron hablar con el comandante, general Alcibiades Soto Valleau, pero contactaron con el general Eduardo Sosa, quien aseguró que mandaría aviones para bombardear a los que atacaban al Escolta.
Pero los complotados consideraban a la Aeronáutica como “fuerza enemiga” y desarrollaron un plan para neutralizarla, con ataque de las tropas del general Regis Romero, y una acción previa del coronel Hugo Escobar, quien logró la adhesión de varios oficiales.
Al final los aviones cazas Xavante volaron sobre el Escolta y el Comando en Jefe, pero no para defender a Stroessner, sino para atemorizarlo, con la orden de Rodríguez, a través de la radio (que también escuchaban los stronistas) de arrojar “algunos caramelitos” (bombas). Esto fue decisivo para que Stroessner decida entregarse.
LA FOPE. Los stronistas, atrapados en el Comando en Jefe, también pidieron auxilio a la Fuerzas de Operaciones Especiales (Fope) de la Policía, principal tropa de élite represiva del stronismo, pero su comandante, el coronel Galo Escobar, ya se había presentado en la Caballería y se puso a la orden de Rodríguez.