Llevar a Dios al teatro es un desafío, por lo difícil del ser supremo a quien se refiere el argumento.
Puesta la obra con solo tres actores: Ana María Imizcoz: una sicóloga, el paciente que es Dios, (José Luis Ardissone) y Juan (quien padece de autismo) encarnado por (Matías Miranda).
Los personajes presentan y conjugan la contradicción en nuestras vidas y nuestros días, en los que se vive un “ateísmo” cotidiano, cuestionando u olvidando a un Dios, cuya esencia es EL AMOR.
Contradicción manifiesta del que cree, a veces con amor, o con agresividad y odio, optando por la facilidad vivencial de negar a un Dios, al que percibe con rostro castigador y manipulador, afirmando que no cree.
Presenta a un Dios, vulnerable, agotado y cansado de su creación, especialmente de la respuesta del hombre.
Reflexión. El argumento aparentemente sencillo, nos conduce sin embargo, a una profunda reflexión, transportándonos a un imaginario mágico del encuentro del ser humano quien vivencia soledad y abandono ante su nada. Nos presenta a una humanidad sin Dios y a un Dios con atributos totalmente humanos. Al rol de un Dios que sirve de parche o remedio y surge solo para situaciones desesperadas.
José Luis Ardissone y Ana María Imizcoz, como siempre excelentes en sus papeles, pero el nexo principal lo encarna Matías Miranda (Juan), adolescente autista, quien representa en sí las contradicciones de los seres humanos.
Matías Miranda resulta toda una revelación por la verosimilitud, ductilidad y habilidad representativa, encarnadas en su total arte expresivo y su adhesión a lo profundo de su misión.
Arlequín, quiere que participemos de una obra sin desperdicios, que merece ser vista por todos, pues su alto contenido exponencial, real y de pensamiento cargado de actualidad. ¡Viva el buen teatro!