“Comunicación sin emoción”, decía Gustavo Cerati en la canción Nada personal, lanzada en 1985, siendo uno de los primeros hits de Soda Stereo, que llevaba a las masas una crítica a la falta de autenticidad en las relaciones humanas y la comunicación superficial que ya reflejaba el vacío emocional en la sociedad de la información.
“Nada, oh oh oh, nada personal”, dice el estribillo de la canción como una sátira de la interacción superficialidad entre personas donde no hay profundidad ni significado emocional, como si los intercambios fueran mecánicos o automáticos.
Cerati ya profetizaba la desconexión emocional en un mundo que estaba comenzando a ser inundado por la tecnología.
A través de metáforas, el autor denuncia la falta de conexión real y tangible en el relacionamiento entre seres humanos, donde incluso el deseo de contacto físico se ve frustrado por la virtualidad.
2025, 40 años después. Son las cinco de la mañana, el teléfono celular suena como una cisterna descompuesta. Este aparato, aparentemente inofensivo, se inmiscuye en todo y también funge de reloj despertador. Una vez que se apaga la alarma ya comienza el ritual: se revisan los mensajes de los cuarenta mil grupos de WhatsApp, el Facebook, el X, el Instagram. Se mezclan todas las informaciones. Es un tsunami de noticias, chismes, comentarios...
La noticia de los chats del difunto diputado Eulalio Lalo Gomes con su colega Orlando Arévalo tejiendo un esquema de corrupción judicial se mezclan con la orden por decreto del presidente norteamericano Donald Trump para volver a usar las pajitas de plástico para sorber líquidos y el cumpleaños de la gallina de Laurys Diva que apareció en una publicación de TikTok.
El teléfono celular se volvió la piedra angular en la vida de la mayoría de las personas. Ya no se puede vivir sin él y su ausencia puede generar ansiedad. Hay una necesidad de saberlo todo, de indignarse por todo y resumiéndolo entre unos pocos caracteres publicados en las redes.
Este fenómeno es conocido como hipercomunicación, que es consecuencia de la digitalización y del auge de los medios telemáticos que permite a los seres humanos estar cada vez más interconectados, sin que esto pueda traducirse en mejorar el vínculo ni tener más cercanía, según Byung-Chul Han, filósofo alemán de origen coreano, uno de los expertos en esta materia.
La información y el estrés son el pan de cada día y ya no es problema la falta de información que padecieron generaciones anteriores; el reto se da en cómo manejar el flujo que nos llega.
Los temas se actualizan minuto a minuto, se reproducen de forma vertiginosa y casi no da tiempo para poder procesarlos.
Si uno se adhirió a esta forma de vida, experimenta en varios momentos de la jornada distracciones sinsentido, menos tiempo para pensar y reflexionar y tomar una posición sobre lo que está pasando a su alrededor. Las cosas se hacen sin pensar, casi de forma automática.
Hay una falsa percepción que el partido de la verdad se juega en la cancha de las redes sociales, cuando esa es solo una parte de la realidad.
La vida va más allá de la virtualidad que hoy se vende como la solución a todos los males. Hace falta salir a la calle, interactuar con personas de carne y hueso, compartir, intercambiar ideas, constatar la realidad, percibirla con los ojos, tocándola con las manos.
Así se podrá evitar llegar a delegar el pensamiento, a no dejarse llevar por el perifoneo del poder de turno.
La hipercomunicación nos lleva al aislamiento, nos convierte en egoístas y mezquinos; a la falta de solidaridad, nos conduce a la soledad.
En esta época tan convulsa, se torna necesario levantar el pie del acelerador, parar un rato y detenerse a mirar lo que hay alrededor. Este detenimiento podría ayudar a encontrar el tiempo exacto para la acción.