Admitamos que nuestro tiempo no se caracteriza por la radicalidad en el servicio y la humildad que predicaba el santo de Asís. A veces, incluso hay una extraña forma de manifestar soberbia o afán de superioridad moral en ir siempre de sandalia y ropa de marca raída pontificando sobre la corrupción de los otros, la maldad de los otros y la bajeza de los otros, sin mirar para dentro. Se queda medio desdibujada la imagen franciscana con esos clichés.
Pero en Paraguay sí que podemos profundizar un poco más en esa espiritualidad franciscana después de tantos siglos de influencia cultural desde aquellos inicios en el siglo XVI cuando los primeros evangelizadores, Bolaños, Buenaventura y otros compañeros, fundaron 50 pueblos, solidificaron instituciones, rescataron el guaraní y fusionaron con masa de barro el pensamiento profundo de los paraguayos, incluso antes que los jesuitas y los Próceres de Mayo.
Costumbres como el kambuchi con agua en el lindero de la casa o en una esquina del corredor jere para los transeúntes, el ‘a buen tiempo’ a la hora del almuerzo, el tupanói y el ‘sea’ que ponían a los padres y abuelos descalzos o calzados en la cátedra de la autoridad familiar, la oración a San Francisco unida a la fe en la Providencia que implicaba una cierta positividad ante el futuro, el pesebre viviente en familia y con frutas de estación, el sentido comunitario de la solidaridad, pero también una peligrosa exaltación del ‘así nomás’ que puede malinterpretarse como signo de mediocridad o de conformismo. Atribución injusta si miramos con detenimiento los portentos de iglesias franciscanas, como la de Yaguarón, que es una joya de orfebrería a gran escala, o la legendaria laboriosidad a toda prueba de las mujeres paraguayas educadas en esa espiritualidad, sencillas pero muy valientes ante el poder de turno.
Claro que toda esa impronta educativa y ese camino de sabiduría que enseña a abrazar la realidad con buen humor, es decir, entendiendo su verdad, ese su ser tal como es, sin maquillaje ni disimulo, quedaría en un tosco recuerdo de estampita o en una romántica utopía más, si no se reprodujeran en esencia en actitudes presentes, en acciones presentes de nuestra cotidianidad.
Conozco a intelectuales franciscanos que dan clase sobre la difícil Summa Teológica de Tomás de Aquino con la misma familiaridad con la que comparten tereré con personas del Bañado; tengo a mis vecinas franciscanas que gastan generosamente su juventud y sus energías por mejorar la vida de los niños en el lejano Chaco; me ha tocado disfrutar de la hospitalidad más luminosa con familias paraguayas educadas con esos principios de hospitalidad y servicialidad sin doblez. Mi abuelo que era franciscano seglar nos enseñó a mirar las estrellas con la misma simplicidad y estupor que a las personas honradas...
El 4 de octubre se recuerda de muchas formas a aquel virtuoso hombre que renunció a sus riquezas y abrazó al leproso, abrazó al obispo superfluo, abrazó al sultán, abrazó al lobo, abrazó la cruz del sufrimiento como parte del misterio de la vida y también abrazó a Dios en ricos y pobres. Algunas de sus huellas quedaron impresas en nuestra cultura y en nuestro sentido común. Valdría la pena rescatar esas joyas inmateriales más auténticas y heredarlas a nuestros niños.