El tópico ha sido colocado con éxito en sociedades de bienestar donde el hastío agotó la pasión de las ideas y adormeció a los partidos políticos que han sustituido sus dogmas por banderas donde da igual linchar a un homosexual como un inmigrante magrebi. Pero entre nosotros los temas de sobrevivencia no abordados son mucho más relevantes que el humo que se levanta para sorprender a incautos y tontos.
El agotamiento de las ideas y el descrédito de los políticos ha llevado a que los diseñadores de campaña como Steve Bannon en los EEUU y varios de sus émulos en Europa libran la imaginaria batalla cultural con nuevos elementos que buscan concentrar el odio para polarizar las posiciones y desde ahí alcanzar el poder. No importa que no se sepa después que hacer con él en relación a las mayorías. Los incautos ponen los votos y otros los recursos para idiotizarlos mientras se mantienen los problemas de fondo sin resolver.
Fueron exitosos en la última campaña electoral donde el candidato Peña que afirmó estar a favor del casamiento homosexual cambió su posición para sostener sin rubor las banderas del fascismo: Dios, patria y familia con la que gobernaron Mussolini en Italia y Franco en España. Se escondieron los dogmas del coloradismo de los pynandi, la polca, el caballo, el naco y el poncho para emerger a lomo de los dislates las cuestiones de género y el fin de la inserción de la UE en temas de educación. Cuando llegaron al poder recularon sin graves consecuencias. Los pastores y su grey se sintieron traicionados cuando no pudieron con el convenio firmado para recibir una magra donación para dar de comer a niños hambrientos de comida y de conocimiento.
Mientras la pobreza, la ignorancia e inequidad continúan creciendo, es cada vez más necesario utilizar los recursos de la guerra cultural que mantienen los niveles de sometimiento a números altamente eficientes para ganar elecciones y seguir robando.
La gran “batalla cultural” es la que tiene que librarse justamente contra las causas que generan todas esas consecuencias. Robo de casi 2 mil millones de dólares anuales de las arcas del Estado, hospitales abandonados a su suerte, escuelas derruidas con educación en los últimos lugares, dos millones de pobres y más de 700 mil personas en pobreza extrema, 60% de paternidad irresponsable, 85% de abusos de niños en entornos familiares... esos y muchos otros temas son las consecuencias de una guerra cultural que no quiere librarse y se distrae a la gente con la cuestión de género y otras menudencias. Vamos a animarnos a enfrentar nuestros grandes problemas y no dejarnos engañar con los distractores de partidos agotados de ideas, banderas y portaestandartes significativamente corruptos.
Mientras la ignorancia siga sosteniendo esta marcha, algunos seguirán sumergidos como los comedores de loto en un humo espeso que los distrae y los somete. La verdadera guerra cultural es contra las sombras imaginarias de los mismos que circulan en las cavernas de Platón.
Disipemos las tinieblas y hagamos la tarea de acabar con sus causas para no seguir lamentándonos sus consecuencias. En el baño de los neutros no está el problema claramente.