El Cervantes es un premio español, un galardón instituido por cierta intelectualidad oficial u oficiosa. Lo que la península lee (o mejor: lo que su industria edita) es más o menos siempre lo que se premia.
Hace tres años, la recuperada montevideana Ida Vitale (1923) ganó el Reina Sofía de poesía y ahora –un año después de que la catalana editorial Tusquets publicara por primera vez en España su poesía reunida– le adjudican el Cervantes. Se puede decir que –como Gonzalo Rojas, como José Emilio Pacheco, como Juan Gelman, como Nicanor Parra– Vitale tomó el toro literario de la corona borbónica por ambas astas. Es la primera mujer en hacerlo. Penosamente, es recién la quinta vez que ambos reconocimientos recaen en una autora.
Una foto tomada en Montevideo hace setenta años muestra a Ida y a otros doce jóvenes escritores uruguayos rodeando al poeta Juan Ramón Jiménez y a su esposa, Zenobia Camprubí, de vista por el Río de la Plata entre agosto y noviembre de 1948. Son miembros de la decisiva Generación del 45 uruguaya, a la que pertenecieron Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama (entre los que están en la foto), Mario Benedetti y Carlos Martínez Moreno (entre los que no). Cinco de esas personas fotografiadas son mujeres. Ida está en el centro, al lado de Idea. “La verdad sea dicha: Una de las cosas que hay que reivindicar en Uruguay es que la mujer hace mucho que tiene un papel importante en la vida ciudadana”, le dijo la autora de , por teléfono, a la periodista cultural del Abc, de Madrid, Inés Martín Rodrigo, la misma mañana en que se enteró de la premiación.
Aún así ella, a sus 95 años, no es concesiva con algunas batallas de sus pares. Para la traductora al castellano del ajuste de cuentas final de Simone de Beauvoir con su trayectoria vital, el ”lenguaje inclusivo” entraña una “intención reductiva”. “El lenguaje es muchos o es uno, de acuerdo con hasta qué punto lo aprovechás o lo hacés evolucionar, pero no reducirlo”, afirmó hace dos meses.
Hay en la formación poética de Vitale dos maestrazgos que fueron de cuerpo presente: Primero la del indómito español exiliado José Bergamín (quien le dedicó un soneto acróstico en el lejano 1947: “Ida, no huida, Mozart te convierte./ Te quiere musical...”); y luego, en la madurez, la del abarcador tótem de las letras mexicanas, Octavio Paz. De este heredó una metafísica mirada curiosa sobre el propio lenguaje poético, pero sin las estridencias lingüísticas que tanto seducían al autor de. Por eso en un poema Vitale admite que “quizás una misión del escritor sea salvar un lenguaje que se empobrece”.
Exiliada en México en 1974 y regresada diez años después a Uruguay, desde 1989 y hasta hace unos meses la poeta vivió en Austin, Texas. No se ha ubicado del todo aún en la ciudad de su infancia y su juventud: Los compromisos no la dejan. “Todavía tengo un cuarto patas para arriba, lleno de cajas y de libros. La vida está complicada y esto me lo va a complicar un poquito más todavía”, contó. Y cuando le preguntaron si irá a España a recibir el premio: “Sí, sí, se supone, si estoy viva… Nunca se sabe lo que va a pasar mañana”.