El novenario de Caacupé fue el espacio ideal para que los obispos enviaran un mensaje, valorando la fuerza del pueblo, que se levanta ante la adversidad, y su capacidad de resistir y reconstruirse. También recordaron que, “en los momentos más oscuros y dolorosos, siempre hay en el corazón un espacio que se resiste, que se niega a rendirse”. La Iglesia alertó también sobre la concentración del poder, que distorsiona la autoridad hacia el autoritarismo, propiciando la vulneración de derechos sociales, políticos y económicos.
Llaman la atención sobre la educación en crisis, la marginación, el abandono y la desprotección de las comunidades indígenas; el abandono de los pequeños productores en la política de desarrollo rural; el autoritarismo y los abusos de poder; la corrupción en la gestión pública y privada, la explotación del planeta y sus recursos.
Es importante escuchar las advertencias respecto a la concentración indebida del poder, que se está inclinando hacia el autoritarismo y posibilita la vulneración de derechos sociales, políticos y económicos fundamentales, creando un ambiente de miedo y sumisión. Estos abusos de poder debilitan la confianza en las instituciones democráticas, aseveran los obispos. “Esto contribuye a la descomposición moral y social, y limita el crecimiento de una sociedad basada en la justicia y en el respeto irrestricto a la dignidad humana”, señala la carta pastoral.
Reflexionan los obispos sobre la esperanza, y comparten una suerte de programa o agenda para construir un futuro más justo y solidario. Instan a proteger la naturaleza y restaurar el equilibrio ecológico, reforestando, preservando las cuencas hídricas y promoviendo el uso de prácticas agrícolas sostenibles, así como la promoción de la educación ambiental. Recuerdan la necesidad de comunidades que han vivido en condiciones extremadamente difíciles debido a la falta de agua limpia en el Chaco, lo que afecta gravemente a su salud y calidad de vida, para lo cual es necesario formular políticas y proyectos que garanticen un suministro constante.
Salud y educación son, sin duda, dos pilares fundamentales. La Iglesia comparte el anhelo de un país en el que todos los niños y jóvenes tengan acceso a una educación de calidad; que se implementen programas educativos que cierren la brecha entre las áreas urbanas y rurales, garantizando igualdad de oportunidades para el crecimiento y desarrollo de cada persona. En cuanto a la salud, señalan que, para hacer crecer la esperanza, necesitamos que el acceso a la atención médica de calidad sea una realidad para todos, sin importar la situación económica. Es sabido que actualmente faltan recursos, infraestructura y personal con salarios justos que brinden servicios preventivos, diagnósticos y tratamiento de enfermedades crónicas. Los obispos afirman que el objetivo debe ser un sistema de salud inclusivo y solidario, pues –señala la carta pastoral– la salud y la vida de las personas no pueden depender de rifas, hamburgueseadas ni polladas, pues es responsabilidad de las autoridades del Gobierno. La solidaridad comunitaria es subsidiaria, indican.
El año 2025 será de Jubileo, un año especial en el que la Iglesia celebra la reconciliación, el perdón de pecados, la conversión y la penitencia sacramental. Los obispos afirman que el Jubileo es una oportunidad para que los líderes políticos, empresariales y sociales se comprometan de manera más firme y decidida a tomar decisiones responsables que prioricen el bienestar de las personas y la protección de la naturaleza.
Instan a que el poder se “utilice con sabiduría, no en función de intereses personales o de grupos económicos, que solo buscan ganancias inmediatas, sino en servicio de una visión solidaria y sostenible que incluya el bienestar de las generaciones futuras”. La Iglesia paraguaya aspira a ver un cambio de mentalidad entre quienes ostentan el poder, “un cambio que ponga a la persona humana y la naturaleza en el centro de sus preocupaciones”.