La misa crismal es una celebración litúrgica que se celebra una vez al año y, generalmente, se realiza el Jueves Santo. En la ceremonia deben participar la mayor cantidad de sacerdotes y se consagra el Santo Crisma y se bendicen los Santos Óleos.
Durante la celebración religiosa, el arzobispo de Asunción, Adalberto Martínez, habló en su homilía sobre las manos ungidas con el óleo, “que es el signo del Espíritu Santo y de su fuerza”. Indicó que las manos de las personas son instrumentos de su acción para afrontar el mundo.
“El Señor nos impuso las manos y ahora quiere nuestras manos para que, en el mundo, se transformen en las suyas”, afirmó el obispo.
Al respecto, dijo que las manos pueden ser instrumentos para realizar el bien y ser constructoras de paz. No obstante, advirtió que también pueden ser “garfios del mal, destructoras, generadoras de conflictos y muerte”.
Siguió describiendo que hay manos que escandalizan a los demás haciendo pactos con el divisor, “al demonio padre de la mentira” que busca y alienta discordias para enfrentar unos contra otros.
Repudio a las “fuerzas del mal”
El arzobispo Adalberto Martínez reiteró que la Iglesia repudia y denuncia “esas fuerzas del mal” que provocan el terrorismo, heridos, muertes, secuestros y guerras”.
En ese momento pronunció la oración del papa Francisco durante el ángelus por el Domingo de Ramos.
“Dejemos las armas, iniciemos una tregua pascual, pero no para recargar las armas y reanudar la lucha, sino una tregua para lograr la paz, a través de una verdadera negociación, dispuestos incluso a hacer algunos sacrificios por el bien del pueblo”, indicó el Sumo Pontífice.
Martínez también mencionó que hay manos que negocian y trafican personas, drogas y otros ilícitos que causan heridas sociales e inequidades. “Manos que hacen trueque de dinero corrupto por sangre inocente. Manos que maldicen”, agregó.
Posteriormente, dijo que Dios desea unas manos portadoras de bien, llenas de solidaridad, que conduzcan por senderos justos y convierta las lágrimas en fuerza y coraje.
“Sabemos que el mundo actual necesita urgentemente la fraternidad. Sin darse cuenta, anhela encontrarse con Jesús. Pero ¿cómo podemos hacer que se produzca este encuentro? Necesitamos escuchar al Espíritu junto con todo el Pueblo de Dios, para renovar nuestra fe y encontrar nuevas formas y lenguajes para compartir el Evangelio con nuestros hermanos y hermanas”, expresó.