Connotadas activistas por los derechos de las mujeres en su país, en la última década, han sido invitadas esta semana por el Consejo de Seguridad de la ONU para debatir sobre “Mujeres, paz y seguridad"; y han emprendido, con ayuda de ONU-Mujeres, una campaña para pedir al mundo a través de los medios de comunicación que ejerza presión sobre los talibanes y les obliguen a formar un gobierno inclusivo.
De distintas edades y orígenes, todas ellas tienen algo en común: Pasaron en muy poco tiempo de ser figuras prominentes a tener que esconderse en su país de los nuevos gobernantes y terminar ahora exiliadas en territorio ajeno.
Sorprende ver la energía y la pasión que derrochan abogando por su causa: Son todo lo contrario de unas personas derrotadas, y están convencidas de que su pueblo, el Afganistán que dejaron atrás, se levantará contra los talibanes si estos persisten en sus políticas excluyentes.
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“Tergiversan mi fe y mi religión”
Fauzia Koofi, que llegó a ser vicepresidenta del Parlamento y formó parte del comité del gobierno que negoció con los talibanes en Catar, subraya que los talibanes no son de fiar porque prometieron respetar los derechos humanos básicos y la presencia laboral de las mujeres, y al llegar al poder hicieron lo contrario.
Su decisión de cerrar las escuelas a las niñas a partir de los diez años le parece ante todo contraria al islam: “Esa gente tergiversa mi fe y mi religión, la base del islam es la lectura y la escritura, y ellos ahora excluyen a la mitad de la población mientras el mundo mira para otro lado. ¿Dónde están los países musulmanes?”, se pregunta, indignada.
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Para Koofi, el mundo debe presionar a los talibanes en tres frentes: La inclusividad étnica, el pleno respeto a los derechos de las mujeres y la expulsión de todos los grupos terroristas; según ella, los talibanes “saben luchar en el frente, pero no saben luchar contra el descontento social” que se adueña del país ahora que la ayuda occidental ha desaparecido prácticamente.
Madre de dos hijas de 22 y 23 años que huyeron con ella, solo aspira a dejarlas establecidas en Estados Unidos y regresar a Afganistán: “Allí dejé toda mi vida. Necesito estar en las calles de Kabul con mi gente, acompañarles en las horas difíciles. No sé si es seguro, pero tengo que estar ahí porque es mi pasión, es lo que soy, es mi identidad”, subraya.
La ayuda humanitaria es ahora la prioridad
Asila Wardak, diplomática, trabajaba en el ministerio de Exteriores hasta el mismo día en que Kabul sucumbió a los talibanes. Recuerda transitar por las calles vacías, fantasmales, de una ciudad que de pronto no sabía lo que iba a pasar. Las mujeres se recluyeron en sus casas y pronto confirmaron sus peores sospechas: Los talibanes les ordenaron abandonar sus trabajos salvo a quienes trabajaran en hospitales.
Pero Wardak cree que los veinte años pasados han aportado muchos cambios en la sociedad afgana, y dice sentirse esperanzada por las imágenes de mujeres que salen a las calles y se enfrentan a gritos con los policías talibanes. Según ella, la escasez de alimentos y la violencia (pues los atentados han regresado en las últimas semanas) van a hacer que los talibanes pierdan apoyo rápidamente.
“Si ellos me dejan trabajar, yo volveré a mi país. Aquí no soy nadie, no tengo casa ni un lugar para mí. Yo quiero servir a mi país”, proclama.
La cara de la mujer emancipada
Anisa Shaheed era periodista, uno de los rostros más populares de Tolo TV, la televisión más seguida en el periodo pretalibán. “Yo era la cara del libre discurso, tenía una casa, tenía un país, gente que me conocía y que confiaba en mí, a diario traía a la televisión las voces de la gente”, recuerda.
“Lo perdí todo, a veces pienso que todo esto es un mal sueño del que terminaré despertando... ¿qué me depara el futuro?”, dice esta mujer de 34 años que derrocha energía y que es difícil imaginar obedeciendo sin pestañear a un jefe talibán.
“Ellos no van a cambiar, son unos terroristas, han destrozado todo lo construido en veinte años, no han dejado nada”, dice pesimista, y recuerda qué ha sido de sus amigos y colegas que eligieron quedarse en Afganistán: “Todos los que se quedaron viven con miedo, por ellos mismos y sus familias, no les queda sino la autocensura”, se lamenta.