Una realidad que no se puede desconocer es el impacto del confinamiento de dos años por la pandemia en los niños y jóvenes, debido al cambio sustancial en su forma de vida y relacionamiento. En ese tiempo tuvieron más posibilidades de acceso al internet y a la tecnología. Ya antes de la pandemia era un inconveniente que los niños estén consumidos por su conexión a la tecnología, situación que les generaba un retraimiento e incluso bajo rendimiento escolar. Con el encierro dicha práctica se acentuó e igualmente el peligro que representa el ciberbullying.
Sicólogos advierten que desde la incursión del internet y de las plataformas interactivas de comunicación, producción y entretenimiento se desarrolló un patrón de conducta común, especialmente, en los más pequeños: soledad, precaria socialización y dificultad para entablar lazos interpersonales. Estos rasgos se propagaron a partir de una mayor conectividad y masificación de las computadoras y teléfonos inteligentes, entre otros. Luego, los problemas en la personalidad de los chicos se trasladaron a sus ámbitos de desempeño, como la escuela.
Además de la citada situación expuesta, los dos años de aislamiento social de la actual generación de niños y jóvenes por la pandemia del Covid-19 incidieron en una mayor ansiedad y en conductas violentas o antisociales.
El sicólogo forense Eduardo Bieber explica que la violencia, así como el acoso en las escuelas no forman parte de un fenómeno social nuevo, pero lo que diferencia a los chicos de hoy es que se muestran más indefensos y no saben cómo resolver los conflictos que se les presentan en la vida real.
Por ello, el espacio en las instituciones educativas es de suma importancia para el abordaje de estos temas y deben realizarse talleres de capacitación para los docentes, habida cuenta que afrontan una realidad en varios aspectos diferentes tras el confinamiento. Los maestros son los que tienen un contacto directo con los alumnos, por lo cual una adecuada formación de ellos para la prevención del acoso escolar, seguimiento y contención a las víctimas es de gran relevancia. Se deben sumar los sicólogos, cuya cantidad tiene que aumentarse en las escuelas para un mejor y mayor abordaje de las situaciones de conflicto.
Como sabemos, la familia es la base de la sociedad, pero no siempre en ella se transmiten los valores que necesitan los niños en su proceso de crecimiento y educación, por una diversidad de factores. Por eso es que la escuela como un segundo lugar de más trascendencia para los niños tiene que ser un espacio donde se les brinden formación integral, mucha seguridad y ayuda ante eventuales situaciones de acoso escolar u otras formas de violencia.
En las instituciones educativas se debe orientar a los niños a no ser agresores o a no callar ante los variados tipos de acosos si son víctimas. E igualmente enseñarles que cuando un niño ve que a otro le intimidan, a informar a su profesor o a un adulto para que se realice la comunicación a la autoridad pertinente a fin de que se adopten las medidas correctivas de rigor, y no omitir como lastimosamente ya ocurrió en casos de abusos.
Las escuelas no deben asumir una actitud pasiva ante hostigamientos. Los profesores y directivos deben actuar conforme a las normativas y protocolos establecidos.
El Código de la Niñez y la Adolescencia es muy enriquecedor cuando dice que el niño y el adolescente tienen derecho a una educación que les garantice el desarrollo armónico e integral y que el sistema educativo les garantizará el derecho a ser respetado por sus educadores, la promoción y difusión de sus derechos y el respeto a su dignidad. Además, que tienen derecho a estar protegidos contra cualquier actividad que pueda ser peligrosa o entorpezca su educación, o sea nociva para su salud o para su desarrollo armónico e integral. Estos enunciados, entre otros, deben cumplirse a rajatabla por el bien de los niños y de la sociedad