La inteligencia artificial (IA) se desarrolla de manera acelerada y exponencial en todo el mundo. Sus potencialidades y aplicaciones prácticamente no conocen de límites.
Esta semana, investigadores y referentes de la industria tecnológica de todo el mundo firmaron una carta abierta en la que se pide a los laboratorios de IA “suspender inmediatamente durante al menos 6 meses” el desarrollo de sistemas más potentes que el ChatGPT-4, última generación del modelo de lenguaje creado por la compañía OpenAI, firma dedicada a la investigación de inteligencia artificial.
Se trata de un chat que imita el lenguaje humano y que ha expuesto de manera clara y hasta sorprendente la gran capacidad de respuesta automática y potente que ofrece esta tecnología. A través de algoritmos y texto predictivo es capaz de crear todo tipo de contenidos recopilando datos de toda internet en cuestión de segundos. Es capaz de componer un libro entero o realizar una conferencia especializada sobre cualquier tema, y en el idioma o acento que se desee, en cuestión de minutos. Por ello se las conoce como “mentes digitales” o cerebros artificiales de respuesta ilimitada.
En la citada carta abierta, los firmantes, entre ellos, el empresario Elon Musk, propietario de Twitter; y el cofundador de Apple, Steve Wozniak, advierten que los laboratorios están en “una carrera fuera de control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden comprender, predecir o controlar de forma fiable”.
Piden una regulación y hasta la intervención de los gobiernos, en caso necesario. Esta impresionante tecnología –el chat– presenta diversos desafíos, uno de ellos su fiabilidad. No existe plena garantía de que el resultado que ofrece sea la información precisa y correcta. Ya sea por el juego de algoritmos o influencia externa. La herramienta exige, además, replantear las metodologías de trabajo. En el campo de la educación, las tareas de la casa se volvieron inservibles. Los docentes ya no tienen forma de descubrir o verificar que una tesis o investigación pertenece al estudiante o es resultado de una herramienta de IA.
Respecto a esta tecnología en general, los investigadores consideran que en poco tiempo una computadora aplicada al campo médico será más precisa y fiable que un profesional de blanco humano.
A estos se suma otro elemento: el poder de estas mentes digitales de influir en la cultura y convivencia de la sociedad. No en vano se considera que la IA podría dar lugar al mayor cambio cultural de la historia, puesto que la manipulación de algoritmos en la red influye en los resultados de las búsquedas y, por ende, en el consumo de los usuarios. Aquí se juegan comportamientos colectivos, opinión pública, hábitos, etc.
Estamos ante un escenario sin precedentes ni retorno. Una carrera sin vuelta atrás. El desarrollo tecnológico y en particular el de la IA nos lleva a niveles de la ciencia ficción, con vehículos que circulan sin conductor o el sicólogo virtual que te ayuda a superar la depresión con base en 10.000 libros analizados previamente y en minutos.
No se trata de cerrarse ante este avance que también puede traer beneficios enormes. Se trata de retomar el uso adecuado de la razón, del valor de la verdad y la experiencia real antes que las emociones o facilidad que producen una pantalla. Ante semejante herramienta, la ética y la verdad adquieren un valor vital. Solo el uso honesto y respetuoso con la dignidad de la persona podrá garantizar que esta realidad sea aplicada para el bien común y no se convierta en pieza de deshumanización.
El impacto tanto a nivel laboral como de comportamiento de la sociedad no puede dejarse de lado en ningún caso; debe ser debatido y hasta regulado. En tanto, quedan latentes las preguntas: ¿Es ético que una computadora trate al paciente en vez de un médico? ¿Será suficiente conversar con un rostro de IA para llenar la soledad del ser humano?