14 oct. 2024

Jesús, el enamorado

Hoy meditamos el Evangelio según San Marcos 10, 17-30.

…—“Una cosa te falta: Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, porque tenía muchas posesiones. …

…—En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, que no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna.”

“Jesús fijó en él su mirada y quedó prendado de él”. Dios nos ama tanto que a veces nos cuesta creerlo.

Nos topamos, en pocos versículos, con la desesperada búsqueda de felicidad que compartimos todos los seres humanos, esa sed de sentido que anida en cada corazón y que anhelamos satisfacer.

La urgencia de esa necesidad la podemos notar en el primer gesto del joven rico: Vino a Jesús corriendo. Sabía que estaba delante de una oportunidad única de resolver sus más profundas inquietudes y por eso no quiere dejar pasar ese tren.

Sin embargo, aunque ese joven sea un reflejo en el que todos podemos vernos proyectados, esta vez podemos fijarnos más concretamente en la actitud de Jesús, para que sea su imagen la que ilumine esa búsqueda de la que venimos hablando. En concreto, llama la atención y remueve el corazón leer esa expresión.

Por desgracia, muchas personas siguen pensando que hace falta correr detrás de la felicidad hasta alcanzarla, y no se dan cuenta de que no hace falta perseguirla: La felicidad ha venido hasta nosotros, es ella la que corre detrás de cada uno y simplemente espera que nos giremos y nos dejemos abrazar por ella. Porque la felicidad se encarnó y se hizo Hombre: “La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: El de Jesús de Nazaret”.

Los gestos de Cristo en este pasaje evangélico no dejan lugar a dudas: Son los gestos de un enamorado.

El Señor no tiene prisa con nosotros: Tiene tiempo de fijar su mirada. Nosotros, en cambio, tantas veces, tratamos a Jesús con prisa, porque estamos demasiado ocupados buscando la felicidad allí donde no se encuentra.

El Señor se deleita en nosotros: Hasta el punto de que los testigos oculares de esta escena reconocen en su mirada que quedó prendado de ese joven anhelante de un sentido para su vida.

Sabemos que el desenlace de este pasaje es triste. El joven se fue tan rápido como vino, tan pronto el Señor le dijo lo mismo que nos dice a nosotros: “Dame, hijo mío, tu corazón”. La felicidad ha venido a buscarnos: Depende de nosotros darnos cuenta de que “es muy poco lo que se me pide, para lo mucho que se me da”. De aceptar la llamada de Jesús, hasta el fondo y sin miedo, dependerá que nuestra vida sea feliz y eterna como la de los santos, o pase al olvido como este joven del que no quedó registrado ni el nombre.

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2024-10-13/).

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