El fallecimiento del ex mandatario James E. Carter, conocido como Jimmy, concluye un periodo en la historia de los Estados Unidos. Un periodo en el cual aún existía un amplio consenso acerca de la herencia del pacto original fundador del país, en el cual ciudadanos de diversas confesiones religiosas o no tanto como demócratas, republicanos e independientes, convivían en armonía bajo la tutela de la Constitución. Carter, ciudadano sin un prestigioso pedigrí político, y profundamente religioso, que procedía de las llanuras de Georgia, formaba parte de esa tradición.
La corrección política aún no había minado el pacto político liberal de Jefferson.
Carter fue un presidente de transición. No obstante, su integridad, ayudó en curar el cuerpo político luego de la crisis de Watergate. Fue el último presidente Demócrata provida. Dado que formaba parte de un partido demócrata entonces conservador, había sido testigo de su deslizamiento hacia el progresismo. Corriente que dominaría al partido desde entonces, como certifica la resistencia del último gobernador demócrata provida de Pensilvania, Robert P. Casey (1987-1995), años más tarde. Examinemos brevemente su travesía política.
Cristianismo y política
Carter no era un cristiano sin más. En 1967, pasa por una experiencia de nacer de nuevo (born again). De ahí surgiría su mantra del “nunca les mentiré”, marcando su distancia con Johnson y Nixon, quienes lo habían hecho en Vietnam y Watergate. Carter se oponía a la segregación racial, apoyando los derechos civiles. Fue elegido senador a inicios de 1963 y, posteriormente, gobernador en 1971. Sin embargo, el cambio de su vida tuvo lugar en 1976, cuando, como un oscuro granjero del maní, conmueve al establishment político al ganar la presidencia al republicano Gerald Ford.
Así, accede de esta forma a la presidencia como un “outsider”, siendo el primer ciudadano del Sur profundo que obtenía la presidencia desde el siglo diecinueve. A partir de su inauguración, rompió las normas de una presidencia imperial a lo Nixon, exhibiendo su sencillez al caminar, en su inauguración, por la avenida Pensilvania con su esposa Rosalyn y su hija Amy. No obstante, el país se encontraba en desaceleración: La crisis del petróleo, la economía debilitada, la incredulidad en el gobierno dificultaría su administración.
Los derechos humanos son absolutos
Es posible que la acción más notable de su gestión fuera la defensa de los derechos humanos. Desde su célebre discurso en la Universidad de Notre Dame en 1978, donde afirmara que ya no podemos separar las cuestiones tradicionales de la guerra y la paz de las actuales cuestiones de justicia, equidad y derechos humanos. Que las instituciones internacionales promuevan la libertad, ya que las democracias no se enfrentan mutuamente.
El realismo político de la Guerra Fría, sufría así un cambio abrupto. Se abandona el realismo político (realpolitik). Las consecuencias fueron inmediatas. Washington enfrentó regímenes autoritarios, como Corea del Sur, Argentina, Irán, Sudáfrica y también la dictadura de Stroessner. Centenares de políticos y ciudadanos fueron liberados. Y varios países, volvieron a la democracia. Eran derechos humanos no ideológicos. En 1977, Carter también logra la devolución del canal de Panamá con el presidente Torrijos. En 1978, Begin y Anwar Sadat firmaron acuerdos entre Egipto e Israel, lo que acabaría con más de treinta años de guerra entre los dos Estados.
La crisis de los derechos no es suficiente
A nivel doméstico, la estanflación (una combinación de lento crecimiento económico, desempleo creciente y alta inflación) persistía. El pueblo de los Estados Unidos lo comenzó a percibir como un líder débil. Carter prosiguió con su actitud poco política: ante la crisis energética, obligó a cerrar escuelas durante el invierno de 1978, pidiendo “sacrificio”. En 1979, dirigió un discurso, más un sermón, en el que pide una autocrítica a su nación que antes se enorgullecía de trabajar duro, de construir comunidades fuertes y de tener fe en Dios, y que ahora, era una sociedad que adoraba la autocomplacencia y el consumo. La izquierda de su propio partido, liderada por el senador Teddy Kennedy, lo criticó despiadadamente y lo desafió como candidato en 1980.
Pero estalla la crisis de los rehenes en Irán. El apoyo dado al Shah llevó a la toma de la Embajada Americana por islámicos. La intención de retomarla militarmente fracasa y sella la suerte de su reelección.
Pierde abrumadoramente con Ronald Reagan en 1980. Pero su carrera de servicio no finaliza entonces. En 1982 funda el Centro Carter para proteger los derechos humanos lo que le valió el Premio Nobel en 2002. A su fallecimiento, el mundo ya no es el mismo. No obstante, algunos elementos de los conflictos persisten. La crisis de los derechos humanos no explica todo. La disputa por el poder evidencia que los Estados, al igual que los seres humanos, también son egoístas. Por consiguiente, resulta ilusorio a veces establecer conexiones éticas fundamentadas en los principios de la moral y la justicia.
Es importante, también, estar respaldados por la fuerza. Es posible que esa inocencia política fuera una de las razones de que la administración de Carter haya sido fugaz.