Justo en estos días en que las universidades públicas están pugnando por elevar el presupuesto que se les asigna desde el Parlamento, fui testigo de cómo un puñado de jóvenes investigadores de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) se alzaba con un montón de galardones en la 26ª Jornada de Jóvenes Investigadores que organizó la Asociación de Universidades Grupo Montevideo en la Universidad del Cuyo (Mendoza, Argentina).
Junto con sus pares de la Universidad Nacional del Este (UNE) y la Universidad Nacional de Itapúa (UNI), estos chicos daban el ejemplo, pues posiblemente representaban a las universidades públicas con más bajo presupuesto en toda la región y, sin embargo, se alzaron con varios premios en áreas de salud, humanidades y ciencias exactas. Competían contra poderosas universidades argentinas, brasileñas, chilenas, uruguayas y bolivianas.
La alegría en los rostros de estos chicos era el contraste de la batalla que sus rectores y decanos estaban peleando con los legisladores que tienen en sus manos aumentar o no el presupuesto de sus universidades. Si uno supiera en qué condiciones estos jóvenes investigadores hicieron la mayoría de sus pesquisas, vergüenza nos daría; no eran la más óptimas, más aún si las comparamos con las universidades públicas vecinas. Al menos nos consuela saber que materia gris y ganas de trabajar no nos faltan, solo el apoyo político que la educación superior hace rato espera.
La investigación universitaria es, por un amplio margen, responsabilidad de las siete universidades públicas que tiene el Paraguay, especialmente en la UNA, la UNE y la UNI, que cada año se destacan en las jornadas de la AUGM. A pesar de las muchas falencias que podemos endosar a aquellas, al menos tratan de dar alguna dignidad a sus investigadores, sean de trayectoria o iniciantes. Sin duda que falta más de parte de las universidades mismas, instituciones que muchas veces están corroídas por la corrupción que invade sistemáticamente las entidades públicas. Solo como ejemplos tenemos a la UNA, que pasó por una tormenta hace pocos años cuando se descubrió la corruptela liderada por el rector, punta del iceberg de una serie de personajes que han perjudicado grande a la decana de las universidades. Incluso algunos de estos corruptos están hoy ocupando curules en el Congreso Nacional.
Si a estas falencias internas le sumamos el poco apoyo que han recibido de parte de los parlamentarios, quienes vienen recortando sus presupuestos sistemáticamente cada año, debería sorprendernos el que aún puedan hacer investigación científica nuestras universidades públicas. Estamos hablando de un ámbito que aún suena a lujo para muchos políticos de inteligencia de corto alcance, y que, empero, es una necesidad acuciante para nuestro desarrollo en varios órdenes.
Ese entusiasmo que muestran estos jóvenes es contagioso, y dicha energía y talento explica sus logros en la producción de conocimiento, apoyados, ciertamente, por docentes y mentores investigadores que desde hace décadas sostienen con entereza la investigación universitaria nacional. Solo nos resta imaginar lo que sería tal aporte si el presupuesto fuera también digno.
Ojalá en estas semanas decisivas nuestros parlamentarios comprendan esta acuciante realidad y hagan justicia con las universidades públicas del país.