La primera y más obvia es ¿por qué? ¿Por qué diputados y senadores (con honrosas excepciones) le imponen al contribuyente un incremento de seis millones en sus dietas sabiendo que el hecho solo puede generar indignación y bronca? Salvo por unos pocos, la gran mayoría de los parlamentarios exhibe ya un patrimonio generoso. El monto en cuestión no supondrá pues un cambio demasiado importante en su flujo monetario. ¿Por qué irritar entonces a los potenciales votantes?
¿Es una mera demostración de poder? ¿Es solo para decirle a la prensa que les importa un rábano que sus acciones sean condenadas en las portadas de los diarios? ¿O es que saben que la provocación solo generará una ira temporal y que los mismos iracundos de hoy serán dóciles electores el día de mañana?
Antes de seguir con las preguntas conviene desmontar algunas patrañas esgrimidas últimamente por los perifoneros del oficialismo, sofistas de nuevo cuño que en sus delirios de conspiración internacional consideran aliados a los gobernantes de turno, y bajo esa consigna psiquiátrica no tienen pudor en mentir a favor del derroche. El bulo más infantil lo montan citando las dietas parlamentarias de la región, y haciendo comparaciones estúpidas.
Hacer referencia a las dietas en dólares sin mencionar siquiera la diferencia en el costo de vida de cada país ya es hacer trampa; pero resulta incluso más grosero si se vincula con el salario mínimo cuando es por todos sabidos que en el Paraguay ese no es un piso salarial, sino un techo, que el grueso de los trabajadores malviven en la informalidad, y que en un porcentaje aterrador ni siquiera alcanzan el mínimo.
Lo segundo es celebrar como si fuera un cambio revolucionario aumentos de 14 o 15 millones de dólares en el presupuesto de Salud Pública cuando estamos haciendo referencia a un sector que necesita duplicar o triplicar su presupuesto. Eso es como jactarse de haber comprado un paquete de curitas para el departamento de oncología. Pretender que con ese incremento minúsculo ya no habrá polladas ni cadenas de solicitudes para cubrir los medicamentos más básicos es fingir demencia o revelar que jamás se ha pisado un hospital del Estado.
Por supuesto que ninguno de estos culebrones sociales –que llevan décadas gestándose bajo la administración del mismo partido de gobierno– podrán resolverse en unos pocos años. Y no hay dudas de que el Presupuesto del 2025 muestra una tendencia a destinar más recursos a las áreas sociales más delicadas. Pero no nos engañemos: no son cambios drásticos y no supondrán una modificación sustancial en la calidad de vida de la mayoría casi absoluta de los paraguayos.
Más del noventa por ciento de los trabajadores seguirán intentando alcanzar cuanto menos un salario mínimo, siendo humillados en el transporte público y encomendándose a dioses o al azar para no terminar siendo víctima de la legión de zombies, adictos que deambulan por las calles robando lo que sea para adquirir su siguiente dosis.
Los representantes electos por esa misma colectividad, ¿desconocen esta realidad? ¿No saben cómo viven sus votantes? Y si lo saben, ¿por qué lo hacen? ¿Puede la sensación (o certeza) de impunidad generar tanta ceguera o insensibilidad?
Por supuesto que un cambio en sus dietas no supondrá una modificación relevante en términos presupuestarios, pero genera bronca... y la bronca se acumula.
La clase política venezolana jugó irresponsablemente con ella por décadas. Y Chávez fue la horrible consecuencia.