Sencillo y directo, el español Julián Carrón, habla de su experiencia y de los testimonios que ha recogido en diferentes partes del mundo, de cómo una mirada humana positiva de afecto puede hacer brotar la esperanza y el cambio en medio de jóvenes y adultos marcados por el dolor y la violencia.
El doctor en Teología y docente universitario estuvo por Asunción para presentar su libro La belleza desarmada, en donde plantea básicamente que “el atractivo de la belleza” que ofrecen ciertos espacios donde las personas son “abrazadas y estimadas” de forma libre y gratuita, es capaz de provocar cambios y evitar la multiplicación de la violencia en nuestras sociedades.
La presentación se realizó en el Hotel Guaraní, con la participación de la periodista Estela Ruiz Díaz y el director de la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, Favio Chávez, quienes realizaron preguntas y compartieron experiencias.
Carrón reconoce que esta propuesta puede parecer ingenua, mientras no la verifica en la realidad.
“Por la forma de razonar que tenemos, ciertas cosas las consideramos ingenuas, pues no creemos que puedan existir, hasta que uno las ve. Yo tampoco me atrevería a decirlo públicamente, para no ser tratado de ingenuo, si no hubiera visto muchos casos, como el del chico inmigrante que llega a un centro de apoyo escolar que tenemos en Milán, en donde estoy viviendo, con la barra de hierro en la mochila, siendo un potencial violento, y después cambia al encontrar personas que le brindan afecto, profesores que gratuitamente le ofrecen apoyo académico; ellos cambian al sentirse estimados y abrazados libremente,y ahora el responsable de estos centros es uno de ellos”, comenta.
El sacerdote, responsable internacional de la Fraternidad de Comunión y Liberación, explica que esa experiencia de sus amigos en Milán, son intentos de tener un gesto de caridad, de amor, hacia los demás. “En vez de decirles ‘no hagas esto’, ‘no hagas lo otro’, estas personas son simplemente abrazadas y estimadas, y les vienen las ganas de vivir con más gusto, lo que antes, por la desazón que experimentaban, les llevaba a la violencia”.
¿Qué otros ejemplos podría mencionar?
“Una de las ocasiones que he tenido de presentar este libro fue con un juez brasileño. Contó el caso de un condenado que se había presentado y le dijo: ‘Mire señor juez, no estoy preparado para ir a la carcel. Acepto la condena, pero si usted me dejara solucionar unas cosas con mi familia, una semana, yo volvería para cumplir la condena’. El juez, por su parte, arriesgó y le dijo: no te doy una semana, te doy treinta días. El día 30 estaba allí, y ni siquiera tuvo que llevarlo la policia a la cárcel; el juez le dio la dirección y él mismo fue a la cárcel.
¿Es el caso de las APAC?
Sí, allí (en Brasil) se han construido los centros APAC (Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados), que no tienen guardiacárceles y su funcioniamiento depende de los reclusos. Los APAC buscan desafíar la capacidad de bien que tienen las personas. Del porcentaje de reinsidencia, que está en el 80% a nivel promedio, en estas cárceles, sin embargo, ha bajado al 15%. ¿Es ingenuidad esto, o es una modalidad de desafiar que nosotros tantas veces no creemos, y que, por tanto multiplicamos la violencia? Entonces, no digo que en todos los casos puedan aplicarse (los APAC) pero es una experiencia que reinserta en la sociedad en un modo que parecería imposible, ingenuo, diríamos”.
¿Son las evidencias de las que habla en su libro?
“Yo entiendo que, todo este tipo de cosas, si uno no lo ha visto, puede decir ‘es un iluso’, pero yo me quedo sin palabras cuando veo estos casos y no los puedo dejar de mencionar ante situaciones que parecería que no hay una solución. En cambio, si uno desafía el corazón el hombre, que está hecho para esto, no para la violencia, está hecho para amar, ocurren estas cosas. Es evidente que todos tenemos la posibilidad de caer, de equivocarnos, de volver a hacer violencia, pero existen muchas más posibilidades de las que nosotros pensamos para regenerar un tejido. ¿Por qué la única solución que se nos viene a la cabeza es crear más muros, más separación, más violencia? Por eso es un desafío social. No es un problema de la Iglesia o del cristianismo, es un problema de la sociedad. Y acepté a escribir el libro porque me parecía que en este momento, la Iglesia podría dar una respuesta a esto, una contribución, al menos”.
¿Por qué el título de belleza desarmada?
Surgió de un artículo realizado hace años, después de los atentados de Paris (2015), donde me preguntaba qué tipo de experiencia encuentran las personas que llegan a Europa, buscando trabajo, mejorar su vida, y que al final acaban generando violencia. Me preguntaba cúal era la contribución que los cristianos podíamos dar con una situación así. Es decir, ¿creemos todavía en la belleza desarmada de la fe, que es capaz de poner algo delante, tan absolutamente bello como para que no prevalezca el deseo de la violencia? En un mundo en el que empezaba ya a responder solo creando muros, me surgía la pregunta, si como cristianos podemos ofrecer algo distinto.
¿Hace falta una educación para apostar a esa ‘belleza’ y ceder ante ella?
Evidente, se necesita una educación y participar en un lugar donde uno pueda empezar a vivir así. Uno que no lo ha visto puede pensar que no es posible. Educarse es posible, el problema es, y este es el gran desafío, quién educa en esto, quién cree suficientemente en esto como para poder desafiar a otros y darse el tiempo y la paciencia para ver crecer los frutos. Yo soy uno que ha querido hacer esta verificación personalmente, ver si esto es posible para mí, porque yo soy como todos los demás, tengo los límites de todos. Y ver cómo la vida puede florecer en mí me ha animado a poder compartir este camino, (que es) un intento de esta educación”
¿En qué sentido, afirma que el ‘otro’ es siempre un bien?
El otro es un bien no porque siempre coincida contigo o comparta tus valores, te da la razón o siempre sea cordial. A veces cuando el otro no es cordial me puede también ayudar, porque me desafía a saber cómo responder sin generar violencia. Y esto es un camino educativo, y uno puede crecer, y entonces resulta que tantas personas se convierten en amigos, no porque te tratan de un modo amable, sino porque te hacen crecer en la conciencia de que puedo responder de otro modo, me hace plantear, ‘pero yo, ¿tengo algo que ofrecerle’?
¿Esto tiene relación con la crisis antropológica de la que habla en el libro?
Sí, tiene mucho que ver. Muchas veces no nos dejamos suficientemente atraer, porque para poder dejarse atraer hace falta que haya algo que nos saque de nuestras medidas, que nos saque de nuestro racionalismo, que nos abra totalmente a la belleza que tenemos delante. Y tantas veces no hay algo lo suficientemente potente como para vencer esta cerrazón que vivimos, y encontrar ese algo que puede hacer emerger toda la potencia de la persona, toda la capacidad de disfrutar, de amar, de establecer una intensidad en la relación que antes no se conocía.
¿Qué significa que las fuerzas que cambian la historia son las mismas que hacen feliz?
Significa que el único que puede cambiar la vida es aquello que le hace feliz al hombre. Si el hombre encuentra algo que le hace feliz no necesitará la violencia, ni evitar el diálogo o levantar muros; no necesitará rupturas, encasquillarse dentro de sí mismo, porque vivirá una sobreabundancia tal que eso le hará cambiar. ¿Estamos poniendo nosotros delante un bien para los demás? Este es el desafío que tiene la sociedad ahora, de lo contrario continuaremos repitiendo lo que ya sabemos que no funcionan, que es aplicar más rigidez, que es la forma en que escondemos nuestra incapacidad de una propuesta positiva.