Los presidentes lo hacen poniendo una mano sobre la Biblia, otros sobre el corazón o levantando el brazo derecho como en los saludos fascistas.
Quieren decir con eso que serán fieles a lo que se les demanda en función del cargo o la tarea que les confían. Las declaraciones juradas tienen el mismo valor e impacto. Cada empleado público desde el presidente hasta el último de ellos nos tienen que contar con cuantos recursos ingresaron y con cuanto salieron y además, lo deben actualizar cada año.
Parece serio pero no lo es. Ha sido una gran conquista hacer que sea público y que la contraloría acepte la decisión judicial en ese sentido. Pero sin embargo la parte fundamental de esa transparencia aun no se ha concretado.
No hay un solo funcionario, de los 350 mil, que haya sido condenado por enriquecimiento ilícito en ejercicio de su cargo y la fiscalía carece de voluntad de perseguir a estos ejemplos decadentes de nuestra incompleta democracia. Si sólo se dieran una vuelta por las casas de sus colegas del poder judicial, policías o empleados de aduanas verían que eso jamás podría haber sido construido con el salario que mensualmente reciben.
Solo con mirar la declaración jurada de bienes del ex presidente Nicanor Duarte Frutos jamás es explicable lo acumulado con todos los salarios recibidos en más de tres décadas de ser amamantado por las ubres del Estado.
Si existiera voluntad –la más mínima de todas- otro gallo cantaría en la administración de los bienes públicos y esa tarea podría ser ejercida por quienes evitarían que dos mil millones de dólares anuales vayan por el sumidero de la corrupción aumentado el hedor de las pestilencias de las cloacas del país. Las únicas que existen como tales y en donde los parásitos están muy cómodos en la opacidad en la que habitan. La han iluminado ahora pero no ha cambiado nada.
Ahora sabemos con certeza que el rico que entra al Estado quiere también incrementar su patrimonio y lo triplica incluso como lo hizo Cartes en 5 años. Nadie que haya pasado por ese lugar salió pobre y digno.
El sistema cloacal está demasiado bien montado que nada cambia haciendo conocer el monumental patrimonio que incrementa cada uno que haya pasado por ahí. Mientras no se sancione al que incluso mintiendo su declaración acumula riquezas mal habidas y no es sancionado nada cambiará en este país. Y peor, se habrá fortalecido el sistema con los delincuentes riéndose como hienas después de devorar a cielo abierto los escasos recursos de todo.
La justicia tiene que animarse a ir contra sus propios intereses y la ciudadanía repeler al corrupto que con un carguito de “vista de aduanas” construye una mansión en el barrio compartiendo misa y piki boli con los vecinos.
Mientras esto sea normal y cómodo no habrá transparencia alguna que cambie las cosas. El afectado circunstancial solo peleará en términos electorales para que también a él le toque alguna vez la rueda de la fortuna pestilente.
No basta con saber lo rico que son nuestros sirvientes debemos tener la capacidad de castigar su voracidad, corrupción y venalidad porque de lo contrario nos harán pito catalán a todos para confirmar aquello que cuando más cambiamos más permanecemos iguales.
Transparencia debe ser igual a fin de la impunidad y no mecanismo de consolidación de los juramentos falsos e inconducentes que de nada sirven.