Una de cada cuatro personas tiene entre 15 a 29 años de edad y el 40% de su población tiene menos de 15 años, afirma el Instituto Nacional de Estadística (INE)
Este dato podría reflejar la buena salud y el vigor que experimenta nuestra sociedad, y llenar nuestro espíritu de esperanza en el mañana.
El futuro, contemplando estos números, tiene apariencia prometedora porque se sostiene en brazos fuertes y vigorosos. Sin dudas, Paraguay guarda un divino tesoro.
Pero este valioso capital, lastimosamente, no está siendo bien cuidado ya que la delincuencia está arrastrando a cada vez más jóvenes hacia ese camino escabroso que se bifurca llevando a la cárcel o a la muerte.
Un trabajo realizado por el Observatorio Paraguayo de Drogas arroja datos que deberían ponernos en alerta.
32 chicos y chicas de 14 a 17 años fueron detenidos por casos relacionados al tráfico de drogas entre 2018 y 2022.
Los mismos son captados para trabajar como deliverys, o mulas (como se llama a los que transportan droga utilizando partes de su cuerpo) hasta de sicarios.
De los 1.307 detenidos que por estos tipos de delitos se tuvieron en ese tiempo, 455 tienen entre 21 a 30 años, cifra que revela un preocupante diagnóstico: las organizaciones están capitalizando esta fuerza joven para expandir su negocio.
El Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura (MNP) resalta, en su informe mensual, que la población adolescente privada de libertad aumentó su población en 17 personas, con respecto al informe de mediados del mes de diciembre de 2021, pasando de 190 a 207 adolescentes al 31 de enero de 2022.
La respuesta a estos números para nada alentadores podría estar en el fracaso de las autoridades en el diseño de políticas públicas para este sector de la sociedad.
Evidentemente, hay una deuda con ese artículo de la Constitución donde se manda a las autoridades que “Se promoverán las condiciones para la activa participación de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural del país”.
Los referentes del crimen organizado, avispados como son, advierten este hueco y en muchos sitios se ponen el traje de Estado.
El sicariato es una salida laboral para muchos jóvenes en la zona de frontera. El dinero que ofrecen los capos de los carteles es la esperanza que tienen para salir del pozo de la marginalidad.
Los jóvenes, ante la orfandad del Estado, no solo se ven atraídos hacia este peligroso mundo por necesidad, sino por admiración.
Hay una suerte de idolatría por el bandido; hacia el hombre que exhibe la cadena de oro debajo de la camisa desprendida, que maneja una Dodge Ram y tiene el Iphone último modelo; del vivo que vive del sonso. El vyrochusquismo puro y duro que va ganando terreno.
A esto se resume la aspiración de parte de la población juvenil y uno de los motivos por los que tantos de ellos terminan teniendo conflictos con la ley, al verse engañados por esa vida que es pura apariencia.
La fiscala Lourdes Bobadilla, que lleva tiempo lidiando con casos de microtráfico, afirma que la ausencia de valores y la corrupción que se observa desaniman a los jóvenes que recurren a estos falsos ídolos como un medio de escape.
¿Pero acaso existe otro espejo que pueda reflejar honestidad y trabajo que sirva de ejemplo? Los referentes políticos y empresariales de hoy, son hombres de probada virtud y honorabilidad?
Como sociedad, deberíamos fijarnos la meta de poner de moda la honradez. Sería una forma de enfrentar esto que nos compete a todos. Porque si hoy el presente ya es alarmante, el futuro, que está en manos de los jóvenes, podría ser aún más incierto.