Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional
El creciente poderío económico, diplomático y militar de la República Popular China ha significado un progresivo desafío para la clase política de los Estados Unidos. Independientemente de quién gane las elecciones el próximo 5 de noviembre, el nuevo presidente estadounidense deberá gestionar la relación bilateral en un momento en el que la animosidad y la desconfianza mutuas se han mantenido elevadas por ya varios años. El nuevo líder norteamericano tendrá la desafiante tarea de evitar que la competencia con China, tanto en lo económico como en lo militar, devenga en un quiebre del sistema comercial y financiero mundial o, peor aún, en una guerra entre superpotencias nucleares. Por tal motivo, la República Popular China ha ocupado un lugar preponderante en las próximas elecciones. Tanto la campaña de Donald Trump como la de la vicepresidente Kamala Harris han remarcado que están conscientes de los desafíos presentados por China Popular, presentando algunas diferencias y muchas similitudes en las políticas propuestas para lidiar con reste desafío.
Trump y su candidato a vicepresidente, el senador por Ohio J.D. Vance, quien ha calificado a China como la mayor amenaza actual para Estados Unidos, han planteado una respuesta confrontacional, desde la premisa de que en la competencia entre ambos países solo habrá un vencedor y un vencido. Resulta paradójico, en este sentido, que Trump hable siempre en términos positivos del presidente chino Xi Jinping, aunque aclara que considera que China Popular se ha beneficiado de forma injusta del acceso a los mercados de los Estados Unidos.
Por su lado, Harris ha prometido asegurarse de que sea Estados Unidos, y no China, la potencia que gane la competencia por la supremacía en el siglo XXI. Esta es una aseveración que ha repetido en eventos de alta importancia, como el debate presidencial el pasado setiembre. Si bien tanto Harris como su candidato a vicepresidente, el gobernador de Minnessota Tim Waltz, han planteado sus políticas de respuesta al desafío chino en términos más diplomáticos, ambos comparten con Trump ciertas políticas para lidiar con China en términos económicos y de seguridad.
Antes de abordar aspectos específicos de las propuestas de ambos candidatos respecto a China, resulta fundamental destacar que existe en el Congreso de los Estados Unidos un grado significativo de consenso respecto a las amenazas que representa la República Popular China y, en menor medida, qué política exterior debería adoptar Estados Unidos para contrarrestarlas. El apoyo en el Congreso resultará fundamental para implementar la política exterior del nuevo presidente respecto a China. A grandes rasgos, se detallan los siguientes desafíos planteados por el creciente poderío económico y militar de China Popular. El primero de ellos gira en torno a la actitud cada vez más asertiva de la República Popular China respecto a Taiwán. Entre 1954 y 1979, Estados Unidos tuvo un pacto de defensa con Taiwán, que establecía que Washington intervendría militarmente en caso de una agresión a la isla. En 1979, al romper relaciones diplomáticas con Taiwán, el presidente Jimmy Carter también dio por terminado el pacto de defensa. Sin embargo, el Congreso de los Estados Unidos, como forma de contrarrestar lo que percibía como un abandono a un aliado estratégico, aprobó la Ley sobre las Relaciones con Taiwán, que incluyó dos puntos de gran importancia. El primer punto fue el de la venta de armamentos a Taiwán, que sigue teniendo lugar el día de hoy y cada vez a mayor escala, a pesar de las constantes expresiones de protesta por parte de Beijing.
El segundo punto versa sobre la eventualidad de un ataque militar contra Taiwán. En lugar de establecer que los Estados Unidos intervendrían en defensa de la isla, se incluyó una frase que expresaba que dicho ataque constituiría un motivo de “grave preocupación” para el gobierno estadounidense, sin aclarar cuál sería la respuesta concreta. Esta cláusula generó el desarrollo del principio de “ambigüedad estratégica”, por el cual Estados Unidos normalmente no confirma o desmiente que defendería a Taiwán militarmente o si se limitaría a imponer fuertes sanciones económicas y financieras a China Popular. En cualquier caso, un conflicto militar por Taiwán entre dos superpotencias nucleares causaría tanto un tragedia humanitaria como, muy posiblemente, una gran recesión económica global, al poseer ambas potencias las dos mayores economías del planeta y tener lugar el conflicto en la región con algunas de las economías más avanzadas y dinámicas del mundo. Trump ha declarado que bajo su presidencia, China no se atrevería a reunificar Taiwán por la fuerza, pues él está “totalmente loco” y Xi Jinping lo sabe. Si bien Joe Biden ha declarado en varias ocasiones que él ordenaría a sus fuerzas militares que defiendan a Taiwán, Harris, al ser preguntada sobre el tema, ha declarado que no respondería a una pregunta hipotética en relación a este punto.
Más allá del conflicto por Taiwán, China Popular presenta otro significativo desafío geopolítico para los Estados Unidos: Los reclamos de soberanía absoluta sobre el Mar del Sur de China por parte de Beijing. El gigante asiático está siendo cada vez más asertivo sobre sus supuestos derechos soberanos en dicho mar, lo cual podría afectar gravemente la libre navegación internacional y, en consecuencia, los flujos de comercio exterior en una región con muy alta actividad en materia de comercio internacional. A más de haber construido islas artificiales para reforzar sus reclamos, la actitud de China Popular choca con los reclamos de un número de países de la región, incluyendo a Taiwán, Vietnam, Malasia y las Filipinas. El conflicto más riesgoso es el relacionado con esta última nación, que posee un pacto de defensa con Estados Unidos y que ha sido objeto de constantes ataques a su guardia costera por parte de la guardia costera china, la cual a su vez es apoyada por buques de la Marina del Ejército Popular de Liberación de China. En este punto, ambos candidatos presidenciales tienen una visión similar.
Durante su mandato presidencial, Donald Trump rechazó los reclamos chinos y argumentó que el derecho internacional apoya la tesis de la libre navegación en el Mar del Sur de China. Sin embargo, debido a su estilo de liderazgo muchas veces impredecible, resulta difícil inferir si Trump continuaría en la misma línea de ser electo presidente nuevamente. Harris, por su parte, ha adoptado una actitud firme y resuelta respecto a este tema, visitando Filipinas y públicamente asegurando al gobierno de dicho país que tiene el total respaldo de los Estados Unidos. Resta por ver este respaldo incluiría una respuesta militar por parte de Washington si las tensiones siguen elevándose y el conflicto escala significativamente.
Otro punto de gran conflictividad entre Washington y Beijing lo constituye el comercio exterior. Trump, recientemente autoproclamado “el hombre arancel” (“tariff man”) plantea la imposición de un arancel significativo a todas las importaciones de Estados Unidos. Inicialmente habló de una tasa del 10%, aunque recientemente ha empezado a afirmar que la tasa sería del 20%. En este ambiente proteccionista, Trump plantea un arancel de hasta 60% a todas las importaciones provenientes de China, aunque es importante señalar que el presidente Biden ha impuesto aranceles a productos chinos que van desde el 25% para baterías utilizadas en vehículos eléctricos, 50% a paneles solares, y 100% para vehículos eléctricos. Harris ha planteado una actitud más selectiva hacia los aranceles en líneas generales, concentrando los esfuerzos en apuntalar a las industrias de alta tecnología mediante subsidios, más que por medio de aranceles. De todos modos, no ha planteado eliminar los aranceles impuestos por Biden a China, por lo que todo hace suponer que los dejará vigentes. Una diferencia fundamental entre los candidatos respecto al comercio con China, lo constituye la propuesta por parte de Trump de despojar a China de su estatus de nación más favorecida. Este estatus garantiza a un país (en este caso China Popular) a recibir el mismo trato preferencial que un estado (en este caso Estados Unidos) otorga a otras naciones, y ha resultado una variable de importancia estratégica para el aumento sostenido de las exportaciones chinas a Estados Unidos a través de los años. Más grave aún, si Trump cumple con esta propuesta provocará una significativo daño al funcionamiento de la Organización Mundial de Comercio, ya afectada por el estancamiento de las negociaciones por la liberalización adicional del comercio internacional y por el creciente aumento de políticas proteccionistas a nivel global.
Finalmente, y ligado tanto al comercio como a la competencia por la supremacía mundial, tanto Trump como Harris se han mostrado partidarios de continuar con las políticas de Biden respecto a la prohibición de exportación de bienes de alta tecnología a China. Estos bienes incluyen a los semiconductores avanzados, esenciales no solamente para mantener la supremacía militar de Estados Unidos, sino para dominar los emergentes sectores relacionados a la inteligencia artificial y la computación cuántica, que constituyen las áreas de avance tecnológico más importantes en la actualidad.
En resumen, tanto Trump como Harris comparten la visión de China como un formidable adversario al que hay que enfrentar en los campos económicos y militares, y presentan grandes similitudes en cuanto a su política exterior hacia China. Al mismo tiempo, exhiben también importantes diferencias, sobre todo respecto a Taiwán, pero también en relación a las medidas proteccionistas para frenar el desequilibrio en comercio exterior con China que presenta Estados Unidos hace décadas. Queda por ver cómo actuará el presidente electo luego de ser juramentado y ante las realidades de una China Popular que crece de forma asertiva en la arena internacional.