24 nov. 2024

Kamishibai: El teatro de papel en clave guaraní

La técnica japonesa para contar historias ilustradas se llama Kamishibai y hace 10 años se implementa en nuestro país. Hablamos con Pepe Cabana Kojachi, investigador de la disciplina en Latinoamérica, y con los impulsores a nivel local.

Kamishibai 1

Cuando los actores Adriana Mongelós y Eduardo García comienzan su show, Kamishiguay, dejan de ser Adri y Edu para convertirse en Purapinta y Palomo del Paraná.

Foto: Fernando Franceschelli

Mukashi, mukashi —hace mucho tiempo— nació una maravillosa tradición en Japón: el Kamishibai. Este movimiento fue conocido como “el teatro de los pobres” porque nació en el periodo de entreguerras y floreció en una época en que este país experimentó dificultades financieras extremas, producto de la Segunda Guerra Mundial, (1939-1945). El Kamishibai se originó, aproximadamente, en 1930 con el fin de compartir historias desde una caja o butai y estaba orientado a los más pequeños.

La leyenda dice que, como el desempleo crecía, a un señor se le ocurrió una idea que transformaría por siempre la forma de narrar historias: colocó una caja de madera en una bicicleta y comenzó a visitar distintos pueblos. En cada lugar que paraba, empezaba por tocar el hyoshigi —instrumento que consiste en dos piezas de madera dura o bambú conectadas por una delgada cuerda ornamental que usaban los narradores para anunciar su llegada— y los niños se acercaban para comprar golosinas. En agradecimiento, el vendedor levantaba la tapa de la caja y la convertía en Kamishibai.

Se calcula que en los años posteriores a 1945, 50.000 gaitas kamishibaiyas se ganaban la vida en las calles del país nipón. Uno de principales abanderados y teóricos del Kamishibai como herramienta educativa fue el profesor Gonza Takahashi, que en 1938 fundó la Asociación del Kamishibai Educativo de Japón, y que quería diferenciarlo del entretenimiento callejero. Pero también fue utilizado para fines propagandísticos. Al inicio de la guerra, esta técnica era una manera de incentivar el nacionalismo frente al llamado “enemigo” de una manera muy sutil y subliminal.

“Era el valor de defender a tu familia, por ejemplo. O de que si vas, tu comunidad, tu pueblo va a tener una esperanza”, dijo a Pausa Pepe Cabana Kojachi, diseñador gráfico y narrador peruano-japonés que recorrió tres continentes con el Kamishibai a cuestas. Pero el teatro de papel es parte de una larga tradición de narración de cuentos, que comienza en el siglo XII d.C.

El diseñador y kamishibaya Pepe Cabana Kojachi explica que en 1930 empieza este movimiento de compartir esta manera de contar historias desde el Kamishibai.

El diseñador y kamishibaya Pepe Cabana Kojachi explica que en 1930 empieza este movimiento de compartir esta manera de contar historias desde el Kamishibai.

Foto: gentileza de Proyecto Raymi Kamishibai (Perú).

Antecedentes del Kamishibai

Los maki-e o pergaminos ilustrados combinados con narraciones fueron utilizados por los monjes budistas para transmitir su doctrina al público laico, mayoritariamente iletrado, sobre contenidos morales o educativos con una serie de ilustraciones a color que completaban su significado. Solían abundar las escenas del infierno o de la “condenación del alma pecaminosa”.

Más tarde, los etoki —narradores— adoptaron estos métodos para contar historias seculares. A lo largo del periodo Edo (1603-1867) y en el periodo Meiji (1868-1912), evolucionaron una variedad de estilos de actuación callejera, utilizando imágenes y narraciones. Con el paso del tiempo, la declamación prescindió del componente visual y se puso un mayor énfasis en la voz.

Fue así que surgió la figura de los biwa-hoshi, o monjes ciegos errantes que se ganaban la vida recitando pasajes de cantares famosos, como el Heike Monogatari (compuesto hacia la primera mitad del siglo XIII), y que se valían, muchas veces, de la música de la biwa o de algún otro instrumento.

Nuevas formas de entretenimiento popular, como el auge de los teatros Bunraku y Kabuki, relegaron a los juglares nipones a un segundo plano durante mucho tiempo. Solo dos hechos muy significativos —la depresión económica de los años 30 y la Segunda Guerra Mundial— consiguieron sacar al Kamishibai del ostracismo. Esto ocurrió en el siglo XX, cuando conformó su poética tal y como se entiende en nuestros días.

En la década de 1950, y con el advenimiento de la televisión, el Kamishibai se había vuelto tan popular que la televisión se denominó inicialmente denki kamishibai, o kamishibai eléctrico. Pero, a medida que Japón se hizo cada vez más próspero, el Kamishibai se asoció con la pobreza y el atraso.

Finalmente, el Kamishibai como un arte callejero casi desapareció. Los artistas que se habían ganado la vida con esto recurrieron a actividades más lucrativas, especialmente la creación de manga —cómics japoneses— y más tarde animé, pero nunca olvidaron por completo sus raíces. De hecho, a menudo se ve como un precursor del manga y su influencia aún se puede sentir en estos objetos culturales.

“No se necesita okane (dinero) para hacer Kamishibai, solo imaginación”, cuenta Pepe Cabana Kojachi. Y es que, desde pequeño, tuvo una relación especial con las leyendas transmitidas a través de la oralidad y apoyadas en un soporte visual. En el pueblo donde nació su padre en Ayacucho, Perú, utilizan un retablo de madera para contar historias, mientras que en Okinawa, Japón, de donde es oriunda su madre, usan el Kamishibai.

“Cuando yo inicié mi camino de fomentar la lectura por medio del arte y la narración de cuentos, nunca se me ocurrió mirar a mis raíces. Uno a veces busca por todas partes algo que en realidad tiene dentro. Encontré ahí algo muy similar. Ambos desarrollaban en una caja de madera el contenido de una historia. Y fue entonces cuando hallé la pieza del rompecabezas que le faltaba a mi vida”, expresa Cabana Kojachi.

El diseñador comenzó a investigar ambos fenómenos y ya hace 10 años que le está haciendo seguimiento a la triada: escritura, ilustración y lectura. En el 2009 visitó Paraguay para el festival de cuentería popular Ñe’e Jerépe que organiza el grupo Piipu. “Cada historia, en un diálogo dramático, forma, atrae y mantiene el interés de lectores emergentes, en desarrollo y con fluidez”, refuerza.

El kamishibaya (narrador) no debe actuar como protagonista del Kamishibai. Es importante que capitalice su voz y su expresión corporal y, a la vez, que incentive la participación de los niños y niñas.

El kamishibaya (narrador) no debe actuar como protagonista del Kamishibai. Es importante que capitalice su voz y su expresión corporal y, a la vez, que incentive la participación de los niños y niñas.

Foto: Fernando Franceschelli

Las reglas y la representación

Las ilustraciones que se utilizan tradicionalmente por los kamishibaiyas no suelen ser detallistas, sino que recogen el pasaje exacto que se narra en ese momento. Los personajes se dibujan grandes, con colores vivos y acostumbran a ser dinámicos para mantener la atención del público. Las láminas contienen, en su reverso, un breve texto recomendado detrás de cada ilustración, para que cada kamishibaiya lo interprete según su estilo.

Estas tarjetas se encajan en un teatrillo, construido en madera o en cartón grueso, que tiene dos puertecitas y, una vez abiertas, queda como un tríptico pictórico. Según las normas de la Asociación Internacional de Kamishibai de Japón (Ikaja), el cuentacuentos debe asumir su rol de mediador entre el texto y la audiencia y no actuar como protagonista del Kamishibai. Son muy importantes la voz y la expresión corporal del intérprete, así como el incentivo de la participación de los niños y niñas.

Además de la representación, la Ikaja es estricta sobre las dimensiones de los teatros de papel. Todos deben tener 12 o 16 tarjetas de entre 15 por 10.5 pulgadas, entre algunas de las exigencias. Por lo general, el o la intérprete se coloca cerca del teatrillo, de cara al público y presenta la historia usando su voz. El objetivo es que el público conecte con el mundo del relato. No se necesita un gran despliegue escénico o de medios, tampoco un lugar especial para llevarlo a cabo.

Otra de las premisas de esta asociación es que el Kamishibai, además de divertir a los niños y niñas, debe aportar mensajes o enseñanzas a través de sus representaciones. Fue así que, pronto, muchos profesores japoneses lo comenzaron a incorporar como herramienta pedagógica de los más pequeños en las diferentes asignaturas del sistema educativo nipón del momento. El éxito no se hizo esperar. La carrera del Kamishibai ligada a la pedagogía había comenzado.

Las historias con fines educativos todavía se están publicando y se pueden encontrar en escuelas y bibliotecas de Japón y, más recientemente, a través de los esfuerzos de Kamishibai for Kids, en Estados Unidos y Canadá. Un aspecto particularmente vibrante del avivamiento de este fenómeno son los festivales tezukuri kamishibai —Kamishibai hecho a mano— celebrados en puntos designados durante todo el año, donde personas jóvenes y mayores se reúnen para escribir historias ilustradas por ellos mismos.

Según las normas de la Asociación Internacional de Kamishibai de Japón (Ikaja), el cuentacuentos debe asumir su rol de mediador entre el texto y la audiencia.

Según las normas de la Asociación Internacional de Kamishibai de Japón (Ikaja), el cuentacuentos debe asumir su rol de mediador entre el texto y la audiencia.

Foto: Fernando Franceschelli

Trascendencia del Kamishibai

Usualmente, a los cuentacuentos se los representaba como personas montadas en sus bicicletas destartaladas. En la parte trasera se ubicaba el teatrillo del Kamishibai y unos cajoncitos para guardar los pastelitos o los dulces. Después de la llamada del kamishibaiya a los niños de los alrededores con la voz o ayudado de un hyoshigi, una armónica o algún trompetín, el cuentacuentos, de a poco, comenzaba a rodearse de público. Pero no todos los narradores lucen igual.

Cuando los actores Adriana Mongelós y Eduardo García comienzan su show, Kamishiguay, dejan de ser Adri y Edu para convertirse en Purapinta y Palomo del Paraná. En el espectáculo mezclan distintas técnicas, como el Kamishibai y el clown, y consiste en un teatro en miniatura adaptado a la cultura paraguaya. La estructura narrativa está compuesta por tres historias: Kururu —un cuento que Adri escribió con su mejor amiga, Elian Kleger—, La fábrica de nubes y Un avioncito de papel (adaptación de un cuento popular).

“Esto del clown te da un radar que es la mirada verdadera al público. Cuando estamos en escena tenemos un contacto directo con su mirada y eso invita a muchas cosas. Acá, si queremos crear un ambiente un poco más íntimo, volvemos a construir esa cuarta pared imaginaria dejando de mirar; o sea, tiene toda una técnica interesante de cómo uno va manejando la energía del público”, comentó Eduardo.

Adriana dijo a Pausa que el Kamishibai es un código narrativo y que lo refuerzan, constantemente, con sus personajes y con el clown. “Le damos también un concepto: son historias para viajar. Entonces, desde que empieza la obra hago indicaciones como si fuera una azafata, hago sonidos. Con los personajes nos enfocamos en el concepto de viaje y que los niños realmente sientan que están viajando”, describe.

Para ambos, una cualidad innata del ser humano es la capacidad de contar historias. “Nos leen cuentos para dormir, son otros mundos, otras realidades, el niño ejercita su creatividad, puede entender varias cosas a través de una historia. No es lo mismo decirle ‘cepillate los dientes porque vamos a dormir’ que decirle ‘el señor cepillo quiere entrar ya en su cueva’”, explica Adri.

Pero el Kamishiguay no es el único show con estas características: las Artesanas de la Palabra son un colectivo de arte y educación que trabaja, desde el 2010, la narración oral de cuentos. Está integrado por Laura Ferreira, licenciada en Ciencias de la Educación; Aura Brítez, actriz y comunicadora social, y Mariel Von Nowak, actriz y psicopedagoga. Se enfocan tanto en el fortalecimiento de la narración oral escénica como en el incentivo de la lectura.

El año en que Pepe Cabana visitó Paraguay y dictó un taller sobre Kamishibai, las artesanas se enamoraron de la técnica. Cuenta Aura Brítez que tienen cuentos con tapetes, con Kamishibai, con atril cuentero —que es un pequeño escenario que se cuelgan del cuello— y que se ocupan de la recopilación y revitalización de la memoria oral y el disfrute de la belleza del arte de la palabra.

Kamishibai Peru - Mukashi Mukashi

“Nuestra creativa, Gabriela Alfonsi, fabricó el primer Kamishibai de cartón y lo armó con diferentes colores, como uno de los materiales reciclados. Le pedí permiso a Mirta Roa, la hija de Augusto Roa Bastos, para adaptar el cuento Pollito de fuego al Kamishibai, y con esta autorización lo sumamos a nuestros otros dos relatos del espectáculo: La bruja de caramelo y Sapo de otro pozo”, señala Laura Ferreira, coordinadora de Artesanas de la Palabra. El Kamishibai que utilizan es de madera con ñandutí y colores de la bandera, “reivindicando la tradición paraguaya”.

“Muchas teorías del conocimiento y la apreciación de los juicios, de cómo uno va formando un criterio, tienen que ver con las historias. Lo primero que uno hace cuando se refiere a algo que conoce es ubicarse en el espacio y el tiempo. Es una interacción pura, es el verdadero aprendizaje. De hecho, la cultura se transmitía antes a través de la historia. Se dice mucho que el paraguayo es chismoso, ¿y qué es el chisme? Una historia”, manifiesta Edu.

Esta disciplina oriunda de Japón que llevó su arte a otras partes de Asia llegó a puntos inimaginables, como Paraguay, donde las personas están aprendiendo a hacer y presentar sus propias historias en sus idiomas nativos. El Kamishibai se convirtió en una forma de superar las barreras culturales y lingüísticas y nos enseñó que donde hay ganas de contar, existirán formas de narrar.

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