El tono más amenazante de este fenómeno es que al liberar al discurso político de la exigencia argumentativa y el celo editorial, el posicionamiento puede muy bien transcurrir sobre la base de enunciados falsos, pero con profundas raíces en las ansiedades y prejuicios existentes en el mundo de las creencias. Ejemplo, el discurso antinmigrante de las ultraderecha europea y americana es un ejemplo. Se anclan los posicionamientos en una caracterización de estos como enfermos mentales, criminales, de malas intenciones, portadores de virus malignos. Esto va poco a poco carcomiendo las bases del entendimiento en una sociedad plural.
Una de las preguntas que nos hacemos es hasta qué punto este fenómeno es reversible o sujeto a contención. Aquí entra toda la discusión sobre libertad de expresión, contención del discurso del odio y la difusión de falsedades que pueden afectar negativamente la vida de las personas, etc. Los más optimistas creen en una suerte de autoregulación piensan que la gente va a ir poco a poco sabiendo sortear esa dinámica y podrá diferenciar entre lo falso y lo verdadero, sin dejarse llevar. Por el otro, está todo el esfuerzo regulatorio, de pautar los contenidos.
En el caso paraguayo, la dinámica arriba descrita tiene su vigencia y se puede apreciar cómo afecta a la política. El predominio de las redes sociales ha influido de manera importante en el surgimiento de políticos con fuerte presencia en las plataformas. Inclusive, podríamos lanzar la hipótesis de que hay una relación entre un crecimiento exponencial en las redes, y una exacerbación del individualismo en cuanto a los posicionamientos. Ello afecta evidentemente la vida y función de los partidos políticos, que pierden su calidad de instancia de reflexión o moderación discursiva y se vuelven escenarios de confrontación de actores que están pensando en las redes y su desempeño en ese medio ambiente virtual. Ello va emparejado a la vigencia de lo “performativo”. En efecto, con la vigencia de este nuevo “ecosistema” semiótico el posicionamiento político deja en de ser una expresión de las ideas y creencias y pasa a ser una actuación performativa, dictada no por una convicción, sino por una necesidad de reforzar una posición antagónica o de apoyo a otro. Yo me posiciono para obtener el respalda o el seguimiento, como una buena performance en un espectáculo.
Uno podría argumentar que todo es cuestión de un equilibrio, que un buen político podría manejar las exigencias de la actuación performativa sin perder contenido en otros espacios. O, se podría también argumentar que un partido político podría servir de contención de los excesos de la política moderna actual. Sin embargo, no parece ser el caso a nivel nacional. Por ejemplo, si uno va a la página de la ANR, y aprieta la pestaña de “ideología”, se va a encontrar con una disertación de Leandro Prieto Yegros de 1987. Muy alejado de los posicionamientos actuales de las dirigencias. Ese terreno del debate ideológico aparece abandonado en los partidos.