Es demasiado bárbaro, salvaje, triste y alarmante lo que resumen las imágenes que captaron la escena real en que un adolescente, camino al colegio, con su mochila a la espalda y el celular en mano, es atacado brutalmente por un hombre que apuñala repetidas veces al desprevenido chico con intenciones de arrebatarle el teléfono. El hecho ocurrió en Ciudad del Este, pero quedan contados sitios del país que se salvan de situaciones como estas, todos los días.
Este caso particular duele no solo por la violencia que imprimió el asaltante, sino por la indiferencia de un automovilista que justo en el momento de producirse el ataque se desplazaba por la misma calle sin amagar siquiera alguna acción que pudiera disuadir al delincuente. La apatía, insensibilidad y cero solidaridad de quien iba al mando de ese vehículo también asustan, porque reflejan una de las menos deseables actitudes que se dan como consecuencia de vivir bajo constante amenaza y peligro: El “sálvase quien pueda”. Es la renuncia a vivir en comunidades solidarias y seguras, es ceder los espacios públicos, encerrarse y no asomarse a mirar a la calle. Es vivir con temor y no saber siquiera quiénes son tus vecinos y es el no meterse, aunque estén lastimando a alguien frente a uno.
En el caso mencionado, el victimario sería un ex presidiario y adicto a las drogas, por lo que la historia conjuga varios componentes que hablan de una sociedad enferma, en retroceso y que demanda atención y medidas urgentes.
Entre otras cuestiones, llama la atención sobre una faceta abordada tangencial o solo policial y penalmente, pero no en forma integral, por las instituciones y es el tremendo crecimiento del microtráfico en el país. Barrios enteros, los alrededores de escuelas y colegios, clubes, locales nocturnos, bodegas, y hasta servicio de entrega en casa están en la esfera de esta actividad ilícita que está acabando con el futuro de miles de jóvenes. La mirada del Gobierno está puesta, desde hace muy poco tiempo, en el narcotráfico a gran escala, particularmente por el vínculo que tiene esta actividad con el lavado de activos. Pero ignora el crecimiento extraordinario del microtráfico. La droga se comercializa por todas partes y la policía simplemente hace la vista gorda. No existe una política de prevención de las adicciones y de tratamiento y rehabilitación de los adictos.
En otro frente, los convictos que recuperan su libertad retornan pronto a las prisiones porque no existe un programa de seguimiento ni de apoyo que los ayude a reinsertarse. Todo está mal en este terreno. Un alto porcentaje de los ex presidiarios reinciden casi automáticamente y, algunos, con mayor violencia, apurados por su adicción a las drogas u obligados por grupos criminales que operan desde las cárceles.
En ámbitos de la política el debate es si hay injerencia o no de parte del Gobierno de los Estados Unidos en Paraguay. Si la Fiscalía está o no totalmente sometida a Horacio Cartes, si hay más bandidos en Honor Colorado o en Fuerza Republicana y si habrá más “significativamente corruptos”. Si la Concertación seguirá perdiendo o ganando adeptos. Que si la izquierda o la derecha.
Entretanto, las calles, los ómnibus, el vecindario, tu negocio o el microcentro se volvieron zona roja. Por lo que retornar todos los días a casa es un acto audaz para la gran mayoría, hasta pasar a ser la siguiente víctima que mostrarán en televisión tras resultar malherida por un consumidor de drogas que le sustrae un teléfono, para obtener la dosis que le permita resistir hasta el siguiente robo.
Es el Paraguay hoy. El de los políticos divorciados de esta realidad y el de un ejército de funcionarios que no se sienten servidores públicos. El de los cristianos en el ejercicio del poder político y económico, en su mayoría de boca para afuera, para los que vale más llenarse los bolsillos y ubicar a sus parientes en cargos dentro del Estado, en lugar de custodiar cada guaraní para invertirlo en programas sociales y calidad de vida, antes que en más cárceles