El hombre, Julián Vega, protagonizó un bochorno de dimensiones épicas y fue expulsado de Taiwán. Eligió un momento sublime para manosear el muslo de su traductora: justo durante la visita de la comitiva presidencial. Sin embargo, cuando regresó fue recibido como un héroe por una multitud enfurecida por la “injusticia” cometida contra él.
El seccionalero había sido despedido de su importante cargo público. La imagen del aeropuerto puede parecer insólita para un extranjero, pero no sorprende a quienes ya nos acostumbramos a las periódicas estampas del viejo Paraguay salvaje. Además, hubo ejemplos recientes de casos parecidos.
Cuando el escándalo de los audios del Jurado de Enjuiciamiento dejó en evidencia el inmenso poder detentado por Óscar González Daher gracias al tráfico de influencia, hubo videos de apoyo de correligionarios agradecidos, cenas de desagravio, notas de adhesión encabezadas por el presidente del Sportivo Luqueño y visitas a su domicilio al son de entusiastas mariachis. Todos ellos decían que el senador destituido era una “víctima política”.
Cuando el “Operativo Berilo” permitió que los reflectores iluminaran a un actor inesperado, conocimos al opaco diputado Ulises Quintana, hoy imputado por tráfico de drogas, asociación criminal, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero. En estos días un grupo de hurreros suyos se manifestó frente a la casa de la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, con pancartas en las que exigían su juicio político y reclamaban la libertad del diputado. Aquí también sus fanáticos simpatizantes hablaban de injusticia. Hasta el dueño del circo narco, Cucho Cabaña, tuvo su hinchada. Los pobladores del barrio Remansito de Ciudad del Este se manifestaron ruidosamente frente a la seccional colorada clamando por un “juicio justo” para el benefactor de la comunidad.
Hace unos días hubo frente al Congreso una nutrida manifestación de apoyo a la intendenta Sandra McLeod para desagraviarla con vítores de las múltiples denuncias que llevaron a la intervención de la Municipalidad. “Solo nosotros sabemos lo que vale la familia Zacarías”, expresó uno de los manifestantes. Otra injusticia, según ellos.
Entiendo que hay que respetar el debido proceso y la presunción de inocencia. Pero que estas hinchadas organizadas de la desvergüenza no pretendan engañarnos. Son iguales a los líderes que defienden. Viven de sus migajas y de la estructura clientelar de nuestra política. Son truhanes que, cuando se disfrazan de indignados, solo consiguen indignar a los decentes.
Por eso, no puede sorprender que estos sobrevivientes de la prebenda acudan a recibir a un impresentable con carteles de bienvenida y banderas partidarias. Frente al zoquete del que están prendidos, ¿cuánto puede importar el muslo manoseado de una mujer china?