10 ene. 2025

La belleza que estorba

Estorbar es poner dificultades para la ejecución de una acción. En ese sentido la belleza, en cierta forma, parece un estorbo para cierta gente hoy.

En la cultura dominante del mundo actual es exaltada la fealdad, la crueldad, la grosería, el cinismo, la oscuridad, el sinsentido, y, al mismo tiempo, es escondido el dolor, la humillación, el fracaso, la soledad, la vejez, la muerte, a la vez que también es cancelado todo lo que nos dé un indicio o nos mueva el deseo de trascendencia.

Está permitido todo, menos ensanchar el corazón y abrirse a la posibilidad de encontrar un sentido último a la realidad, mucho menos anunciarlo cuando se encuentra una certeza. Tal es el drama de millones de seres humanos que mueren y dejan morir, pero se las dan de exitosos en su hipocresía.

Solo ver el bajo índice de natalidad, el alto índice de suicidios, los escandalosos actos de vandalismo y violencia en países supuestamente civilizados, todo indica que se nos cierra el corazón, se nos endurece el corazón, se nos enfría el corazón. Como muestra el caso de Inglaterra donde la policía ha admitido que durante años sabía de existencia de redes de abusadores de niñas conformadas por miembros de minorías musulmanas y, por no querer problemas con esos grupos, silenciaron los hechos y a las víctimas que ya suman decenas de miles. El otro ejemplo clarísimo es de los casos interconectados de abuso sexual de niños, ritualismo satánico, extorsión, manipulación de carreras enteras, influencia política y mediática de alto nivel y silencio cómplice ante la barbarie en pleno Hollywood, en el caso del empresario musical Diddy y sus amigos de la farándula y la política globalista.

Claro, hay una cosa que la rapiña deshumanizante de este tiempo no perdona, y no son los actos nefastos en sí, sino los que sean descubiertos. Cuando se descubre la basura bajo la alfombra, he allí el llanto y el rechinar de dientes, el escándalo. Luego, las cortinas de humo para tapar el horrible espectáculo de la caída y el sacrificio del chancho de su chiquero. Y a otra cosa, mariposa, que si te visto no me acuerdo.

La belleza es el resplandor de la verdad, decía Benedicto XVI y la verdad está censurada en la dictadura del relativismo moral actual. Todo vale menos buscarla. Todo vale menos la valentía de dejarse encontrar por ella en la realidad. Pero la verdad es un imán que atrae mucho más que todo el oropel del entretenimiento y del sentimentalismo opiode en el que nos tienen distraídos y anestesiados para no sentir su ausencia.

La belleza resplandece porque la verdad existe. Y de tanto en tanto supera la censura, se escapa como agua cristalina entre las manos del poder. Es lo que sentí al ver llegar a Paraguay esta semana al productor de cine y actor mejicano Eduardo Verastegui. Vino a firmar acuerdos con el Gobierno desde su fundación que busca terminar con las redes de tráfico y explotación de niños en el mundo. Son conocidas por muchos sus películas S onidos de Libertad, Bella, Inesperado, Pequeño Gigante , su colaboración en el filme Cristiada y otros… También su grupo de oración y su cambio de vida en cuanto a la castidad. Una persona bella que me recuerda a aquella anécdota del fallecido neoyorquino, monseñor Fulton Sheen, que había convencido a una preciosa vecina de viaje en un avión a usar esa belleza en favor de los desfavorecidos. Ella lo hizo, fue a Vietnam a hacer obras de caridad dando consuelo espiritual y material a mucha gente con el plus de entregarles su presencia de excepcional belleza humana.

¿Es posible que la belleza salve al mundo como decía Dostoievski? El querido Aldo Trento decía que sí, obra dándolo como una certeza profunda. También el finado Koki Ruiz creía en esto. Porque existen personas así, capaces de sacrificarse sin pretensiones exitistas, uno se puede plantear que realmente es posible la esperanza. Porque, aunque para mucho estorbe su presencia, la belleza es capaz de correr las piedras de la cerrazón existencial, nos mueve la estantería y es capaz de transformar desde abajo y desde dentro. Todo lo contrario a lo que plantean los amos de la cultura dominante, la belleza nos hace vislumbrar un umbral esperanzador que puede ser cruzado desde nuestra frágil humanidad.

Más contenido de esta sección