06 ene. 2025

La cachaca: Ese símbolo de hambruna intelectual

Por Adrián Cattivelli – En Twitter: @adricati

El vallenato, género musical originario de la costa Caribe de Colombia, ha sido declarado recientemente Patrimonio Inmaterial Histórico de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Desde luego, no se trata de uno de los ritmos que más cultivo, pero no existe la más mínima duda de su riqueza musical y de su arraigo popular, junto con otros sones provenientes de la misma región latinoamericana y caribeña, como el merengue, la salsa o la guajira.

Algunos, equivocadamente, pretenden ubicar en el mismo nivel musical a algunos denominados subgéneros que hipotéticamente encontrarían su origen en esas cadencias tropicales, tales como la cumbia villera, en Argentina, o la cachaca, en nuestro país.

Acontece, sin embargo, que estos ritmos ni siquiera podrían ser clasificados como subgéneros, puesto que ello debería implicar la preexistencia de una categoría superior de la cual se desprendiera el compás de marras.

Desde mi punto de vista, que desde luego no tiene por qué ser popular ni mucho menos compartido por las grandes masas, la cachaca no puede ser ubicada en el rango de música, sino en el de mero ruido. Su esencia monocorde así lo permite concluir.

La música (conjunto de sonidos agradables al oído), se sabe, es un lenguaje, y en su conjunto constituye un idioma universal. Y nadie podría suponer que existiera un sistema comunicacional basado en un ritmo de solo tres acordes. Pero ese es el carácter monótono, insistente y sin variaciones de la cachaca. Auditivamente se resume en la reiteración de un ritmo primitivo: chucu-chuk, chucu-chuk, chucu-chuk.

Es evidente que quien siente placer por este tipo de estridencia, tiene una afición musical bastante elemental, sin desarrollos armónicos elaborados ni sofisticación. Esa categoría rudimentaria responde, pues, a una forma de lenguaje bastante limitada y espiritualmente empobrecida.

Como escribió el lingüista austriaco Ludwig Wittgenstein: “Los límites de mi habla representan los límites de mi mundo”. Y su máxima es aplicable al caso de la música.

La cachaca, en suma, no es más que un síntoma de la degradación de la palabra y el empobrecimiento del léxico que vive nuestra población en el momento presente. Algo que –como bien lo explica la lingüista argentina Ivonne Bordelois en su libro El país que nos habla– sumado a la indigencia económica que sufre una elevada proporción de gente, da muestra de la hambruna intelectual que afecta a buena parte de la sociedad.