Por Ignacio Gogorza *
Ser y sentirse libre es una de las grandezas de la persona humana. Es lo que nos diferencia de los demás seres que nos rodean en la naturaleza. En la medida que alguien actúa en libertad y con libertad es más persona. Pero la libertad no es dejarse llevar por los instintos y tampoco dejarse dominar por el ambiente que a uno envuelve. Si fuera así caeríamos bajo las garras de quienes nos desnaturalizan, haciéndonos esclavos de los mismos. No actuaríamos más como personas, ya que ni la razón ni el discernimiento serían los motivadores de nuestras decisiones; y nos convertiríamos en masa o dependientes de la satisfacción de nuestros instintos.
La vida, si deseamos vivirla plenamente, nos invita a una continua elección. Escoger mi vida va a ser el acto de conciencia libre, fundante de mi identidad adulta. Nos hacemos personas eligiendo, ya que este es, por excelencia, el ejercicio de la libertad.
En la actualidad es una de las tareas más difíciles que tenemos. Es por ello que muchos jóvenes y adultos se sienten frustrados y sin horizontes claros porque no saben qué hacer de su vida. Se dejan ir por la corriente y pierden, si la tuvieron alguna vez, su identidad.
Veamos algunas de las causas que nos inducen a esta realidad. Frecuentemente nuestra vida está decidida desde el mercado. La sociedad de consumo quiere saber no quiénes somos, sino lo que vamos a consumir, el dinero que vamos a disponer, y nos va a motivar y a programar en ese sentido. Al final yo seré un simple consumidor cuantificable, numéricamente identificable. Desde la política de interés partidario, soy y seré un elector, y probablemente, sólo interesaré como elector. Me dan importancia en tiempo de las elecciones con maravillosas promesas y dádivas, pero luego entro dentro de la masa, sin un rostro humano, salvo que los candidatos electos tomen su cargo como verdadero servicio al bien común y, por tanto, el bien de cada persona. Cosa rara en nuestra época, si bien existen excepciones.
La moda decide cómo me voy a vestir, la cultura decide cómo voy a pensar, valorar, aprender a esquivar la vida. En fin, el hombre, la mujer, dimiten de su vida dejándose llevar por las diferentes corrientes que nos deciden desde fuera, incluso bajo el pretexto de hacemos un bien.
Además de todo lo expresado anteriormente hay dos amenazas que nos acechan en la actualidad, el autoritarismo y la permisividad. Ambos son nefastos. El autoritarismo es la eficacia invasora de un poder decisorio, que manipula desde afuera. Se está divulgando mucho en el mundo contemporáneo debido a intereses en el ámbito político, socioeconómico, y, en el ámbito familiar e institucional, por falta de autoridad moral como consecuencia de la carencia vivencial de los valores. Termina creando una sociedad violenta.
La permisividad me hurta modelos de referencias que necesito, para poder escoger y me abandona al zarandeo de todo viento cambiante. Al no existir parámetros soy como la veleta que gira hacia donde sopla el viento. Me saca personalidad. Es sumamente perniciosa y muy arraigada ahora por la “dictadura del relativismo” que vivimos, como señala en una de sus alocuciones el Papa Benedicto XVI.
Fijemos una vez más nuestra mirada en Cristo. Escogió siempre lo que le ayudaba a fortalecer su identidad. Consciente de lo que es, nos dice “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Sigamos su ejemplo y seremos capaces de elegir guiados por la libertad que orientará nuestras vidas.
(*) Encarnación, 31 de agosto de 2007
Obispo de Encarnación