“Esto no es una historia para nuestros nietos”, sino algo presente, asegura Roome, que aprecia “signos muy claros” de una crisis que está cursando con fenómenos climatológicos extremos (ciclones, tormentas con inundaciones acompañadas de sequías) más recurrentes e intensos, o una capa de hielo en el Ártico que se derrite ahora mucho más rápido por el calentamiento global.
A su juicio, es urgente cambiar “de forma radical” nuestra forma de vida con un enfoque más sostenible en las actividades: con un nuevo diseño de nuestras ciudades superpobladas y más vulnerables al clima, y de cómo nos alimentamos y gestionamos el transporte o el uso de sistemas de refrigeración en un mundo cada vez más caluroso que por tanto consumirá más energía para refrescarse.
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Según el último informe del grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC), cualquier incremento de la temperatura, por pequeño que sea, importa mucho, y los previsibles daños de un aumento de dos grados respecto a los niveles preindustriales serían mucho peores de lo previsto inicialmente.
El impacto en actividades como la agricultura si el aumento de las temperaturas se situara entre 1,5 grados y 2 grados, por ejemplo, sería muy superior al de una subida ligeramente menor, ya que ese escenario podría elevar en cientos de millones la cifra de personas susceptibles a caer en la pobreza, advierte el director de Cambio Climático del Banco Mundial.
Lamentablemente, prosigue, estamos muy lejos todavía de poder cumplir a nivel global con los objetivos del Acuerdo de París. Para hacerlo es determinante avanzar hacia la descarbonización de las economías y evitar que el aumento de la temperatura media respecto a los niveles preindustriales supere esos 1,5 grados cuyo impacto sería mucho peor de lo que pensábamos inicialmente.
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“Globalmente –añade– tenemos que llegar a la cima máxima de emisiones de carbono a principios de esta próxima década y alcanzar la neutralidad climática en 2050".
Por otra parte, más allá de los necesarios compromisos de los gobiernos y los avances regulatorios indispensables para promover la sostenibilidad junto al apoyo de los bancos para redirigir sus inversiones a proyectos verdes y las empresas para desarrollar tecnologías no contaminantes, el consumidor también tiene un destacado papel en la lucha contra la crisis climática, añade.
Así, explica, además de que el ciudadano tenga la opción de comprar vehículos eléctricos o híbridos para reducir las emisiones de dióxido de carbono, o cerrar el grifo, apagar la luz e instalar termostatos que disminuyan el consumo eléctrico, también “debe votar a aquellos políticos realmente comprometidos en la lucha contra la crisis climática”.