Acertada y oportuna resultó la homilía de la Vigilia Pascual del cardenal y arzobispo de Asunción, Adalberto Martínez, quien afirmó que los ciudadanos no pueden participar en actos deshonestos; al mismo tiempo, criticó a los cristianos que roban y dictan leyes contra los débiles. Martínez enfatizó en la necesidad de coherencia cuando señaló que muchas personas que se declaran cristianas públicamente, asistiendo a misa y cumpliendo con los ritos de la Iglesia, tienen, en cambio, un comportamiento distinto en su vida privada y pública.
Paraguay sigue siendo el segundo país más corrupto de Sudamérica, por detrás de Venezuela, por tercer año consecutivo.
En nuestro país, debemos referirnos –lamentablemente– a un tipo de corrupción endémica, la que nos afecta, pues deviene precisamente de la debilidad de las instituciones del Estado. Así, tenemos que entender que la corrupción es el abuso de una posición de autoridad para obtener ventajas propias. La consecuencia es igual de nociva, pues mina la confianza de la sociedad en sus instituciones y en la democracia, y al mismo tiempo reduce las posibilidades de un desarrollo en igualdad y hace prácticamente imposible una mejora en la calidad de vida de los ciudadanos.
Para entender incluso mejor estos postulados, es oportuno recordar las frases del cardenal Adalberto Martínez, quien grafica claramente nuestra realidad nacional, particularmente cuando explica que hubo quien ayudó a cargar su cruz a Jesús, y otros hacen lo contrario. Entre estos, cita a los abusadores de los bienes de la tierra, el agua, el medioambiente que lo contaminan y explotan por más de treinta monedas. “Persiguen a Cristo los que son hipócritas y sepulcros blanqueados, corruptos que dan de comer a sus hijos el pan sucio de sus corrupciones, de robo, violencia, apropiaciones indiscriminadas, sicariatos”, enfatizó.
El cardenal también tuvo presente a los mercaderes de la droga y sustancias que embotan y matan a los jóvenes, y a aquellos que persiguen a Cristo, “fomentan y defienden las inequidades sociales en defensa de sus propios intereses y en detrimento de los pobres e indefensos”.
Para el arzobispo es fundamental el actuar de manera coherente, señalando a quienes se declaran cristianos públicamente, asistiendo a misa y cumpliendo con los ritos de la Iglesia, pero en sus vidas privadas y públicas tienen un comportamiento distinto: “Actúan con total falta de escrúpulos, mienten o roban sin pudor, dictan leyes y sentencias injustas en desmedro de los más débiles, y en sus decisiones, evidencian el desprecio por los valores morales y éticos”.
Los datos y los informes no son solamente meros enunciados. Cuando se habla de corrupción se refiere a situaciones que afectan gravemente la vida de las personas, y esto es precisamente lo que nos recordó la homilía del cardenal cuando la describe como una enfermedad letal, que amenaza y daña el cuerpo social.
“La corrupción mata: cuando mueren niños sin terapia intensiva; cuando personas enfermas deambulan mendigando para solventar tratamientos y medicamentos, y mueren sin remedio; cuando no existen fondos para políticas públicas de protección social que abandona a su suerte a los ancianos”, mencionando así hechos dolorosos ocurridos recientemente en el país.
El cardenal asimismo tuvo presente en su mensaje otra grave epidemia que afecta a la sociedad: la violencia contra las mujeres. Monseñor Ricardo Valenzuela pidió pensar en el amor enfermo que se transforma en violencia hacia las mujeres, y al referirse a los feminicidios, afirmó que es un problema casi del maligno, porque es aprovecharse de la debilidad de alguien que no puede defenderse.
Urge un cambio en el Paraguay. La corrupción y su hermana, la impunidad, socavan cada vez más la democracia y el Estado de derecho; la corrupción mata y empobrece y la gran víctima de este delito es el pueblo paraguayo.