En el último día del año, monseñor Vincenzo Turturro comparte sus reflexiones sobre lo que ha percibido y conocido de la realidad paraguaya, a 8 meses de haber asumido el cargo de nuncio apostólico de la Santa Sede ante el Paraguay. Nos recibió ayer en la sede de la Nunciatura en Asunción, donde expresó estar muy motivado por la profunda fe y devoción de los paraguayos y por cómo la Iglesia paraguaya camina al lado de los más pobres y tiene presencia en todos los rincones del país. También expresó su preocupación respecto a la situación de los indígenas y campesinos sin tierra asegurada y respecto a la forma en que la gente concibe el relacionamiento con cualquier tipo de autoridad.
–¿Qué vivencia y experiencia ha podido recoger de las visitas que ha realizado a las distintas diócesis y ese acercamiento a las iglesias locales y a la gente en su realidad?
–Tengo apenas ocho meses de haber llegado acá; entonces fueron meses muy intensos porque yo creo que no se puede conocer un país y sobre todo a un pueblo desde un despacho. Yo creo que la mejor forma para conocer la realidad, y sobre todo conocer la realidad del Paraguay es con los pies, o sea, caminando, cruzándome con la realidad que vive la gente, que vive el pueblo paraguayo.
Fueron ocho meses intensos porque pude sentirme bien recibido, bien acogido de parte del pueblo paraguayo y sobre todo de los pastores de la Iglesia Católica Paraguaya. Los obispos son cohermanos, personas que se mostraron enseguida muy contentos de recibirme y cada uno me va invitando para que conozca su diócesis.
“El pueblo paraguayo tiene un gran amor por sus raíces, por su cultura guaraní. Por eso pienso que se podría hacer mucho más por los indígenas que son expresión viva y concreta de esas raíces”.
Tuve ya la oportunidad de conocer y entrar en las ciudades principales de varias diócesis; me faltan todavía algunas. No conozco toda la parte del Chaco, pero ya pude recorrer bastante. Cada vez que voy en una diócesis, a una comunidad, a una capilla, me doy cuenta de la fe que se hace alegría, que se hace motivo para seguir esperando, para seguir alimentando esa esperanza fuerte en un mañana siempre mejor, y esto es lo que deseamos para todos los paraguayos, y todos trabajamos por eso. Evidentemente es un pueblo que tiene una gran fe, y eso es lo que impacta. Yo que soy europeo ya ahí no tenemos esta manera de vivir una fe de forma tan evidente, tan abierta. Evidentemente la fe marca la vida de la gente.
Este es el primer regalo que yo recibo estando en este país, una fe concreta, una fe real, que se hace devoción. Cuando un sacerdote se acerca, lo primero que hacen los paraguayos es juntar las manos para pedir la bendición. Y esto es verdaderamente una alegría muy grande. Uno se siente bien valorado como sacerdote, se siente esperado por la gente, y esto nos empuja también a donar siempre lo mejor que tengamos para que no decepcionemos a este santo pueblo de Dios.
–¿Ha notado en las diócesis las dos realidades que conviven en el país donde hay una amplia población viviendo en pobreza y otra que se mueve en la suntuosidad con un pasar económico de primer mundo?
–Evidentemente, sí. Hay una brecha muy grande entre unos pocos que tienen muchas riquezas materiales y una gran mayoría del pueblo que vive de su propio trabajo y con una dignidad, yo creo, que solamente los pobres tienen.
Una dignidad que dice sí, tener ganas de avanzar, de superar su estado de pobreza, pero también profundo agradecimiento con Dios. Entonces en esta parte del pueblo de Paraguay encuentro que sí vive en un estado de pobreza, pero tiene una riqueza grande, que es la riqueza que viene de la fe. Claro, crea mucho dolor, mucha pena ver que un país donde no hay una población muy numerosa y que, a pesar de la riqueza que tiene en términos de recursos naturales, sobre todo alimentación, haya personas que no tienen a veces ni siquiera lo necesario para poder comer o poder vivir.
“Hay una brecha muy grande entre unos pocos que tienen muchas riquezas materiales y una gran mayoría del pueblo que vive de su propio trabajo y con dignidad”.
Esto es un desafío grande que todos tenemos, que tienen las instituciones públicas y la Iglesia también; me refiero a la Iglesia paraguaya, capaz de ponerse al lado de esas situaciones de pobreza.
Pienso, por ejemplo, en los campesinos que todavía no ven reconocida su parte de tierra, y que puedan sustentar su día a día. Pienso a la situación de los indígenas. El pueblo paraguayo tiene un amor grande por sus raíces, por sus tradiciones, por su cultura guaraní, y esto verdaderamente toca el corazón. Por eso pienso que se podría hacer mucho más por los hermanos y las hermanas indígenas que son expresión viva y concreta de esas raíces. Entonces, en este sentido, no podemos permitir que, sobre todo, los que son como la columna vertebral de la sociedad paraguaya y marcan la identidad, como son los indígenas y los campesinos, sin embargo, vivan las situaciones de vulnerabilidad más graves.
–Todos los estudios de opinión colocan a la Iglesia como una de las pocas instituciones que gozan de la credibilidad en la población paraguaya. ¿Cómo debería interpelar esto a la Iglesia en un país que afronta situaciones de desigualdad, corrupción, impunidad y pobreza?
–Es una gran responsabilidad para nosotros. Esa credibilidad tenemos que valorarla. Nos ayuda a hacer verdaderamente lo que la Iglesia tiene que ser. El Papa Francisco nos llama a ser una Iglesia capaz de ponernos del lado de los pobres. Capaz de ponerse encima los ojos de los pobres para ver la realidad y la vida con esos ojos. Porque a veces nosotros tenemos una percepción de la realidad filtrada por lo que uno vive. Pero preguntémonos cómo es la vida de los pobres y cómo los pobres perciben la vida del día a día.
Como Iglesia, esto siempre tenemos que tener como una prioridad: leer la realidad a partir de los ojos de los pobres. Y en este sentido veo la Iglesia paraguaya muy comprometida. Me refiero a los obispos y a todos los componentes de la Iglesia. Hacen un gran trabajo también las religiosas y los religiosos, los movimientos laicales. O sea, personas que por motivo de su fe viven codo a codo la realidad de la gente. Entonces, yo diría que nadie puede enseñar a la Iglesia paraguaya cómo están las cosas, porque tiene conciencia de cómo se vive en todo el país. Y este es el otro elemento fundamental. No hay un rincón de este país donde no haya una presencia de la Iglesia. Usted puede ir a cualquier lado de Paraguay y siempre habrá una comunidad, una parroquia, una capilla, una misión. Y esa presencia, que se hace vida diaria con nuestra gente, con nuestro pueblo, es lo que da credibilidad a la Iglesia. Entonces, no tanto una Iglesia que desde la Nunciatura mira lo que pasa en Paraguay, porque eso es muy limitado y limitante, sino una Iglesia que vive dentro de la realidad concreta de nuestro pueblo.
“Usted puede ir a cualquier lado de Paraguay y siempre habrá presencia de la Iglesia, que se hace vida diaria con la gente. Es lo que le da credibilidad”.
–Estudios que miden el nivel de corrupción ubican a Paraguay como uno de los países más corruptos. ¿Qué sucede ahí con esa fe que parece no encarnarse?
–Tiene razón. Esto es un desafío grande que queda porque evidentemente la fe no es tanto un adorno que uno pone de un lado y mueve del otro lado; la fe tiene que permear profundamente nuestra vida. La fe no es solamente algo que nosotros vamos añadiendo a nuestro ser, sino que pertenece o tendría que pertenecer profundamente a nuestra manera de ser, y del ser salen las decisiones que nosotros tomamos, porque uno necesita formarme interiormente para poder después expresar lo que es con sus decisiones. Tenemos que permitirle a esa fe llegar a ese nivel más profundo para que pueda darle una forma cristiana a toda nuestra vida.
Las personas que dejan que la fe permee profundamente su existencia no pueden ni siquiera pensar, por ejemplo, en cometer un acto de corrupción, en la violencia o todo lo que es anticristiano.
La corrupción, que es una herida muy profunda, es robarle dinero a los pobres, que es la más grande injusticia social que existe. Yo me atrevo a decir que, más que un tema de fe, de vida, que también es importante, yo remontaría a un tema cultural, porque percibo que a veces hay una relación hacia la autoridad que no es sana. O sea, como si la autoridad, cualquier autoridad, tiene que concederme algo.
Y no creo que todos tenemos que reconocernos ya como con nuestros derechos, que la autoridad tiene que reconocer. Entonces, a lo mejor podemos trabajar un poco ese aspecto. Y luego, creo que el Gobierno, por lo que he visto, está trabajando en crear estructuras que le corten las piernas a todas las posibles formas de corrupción, en todos los niveles. O sea, cualquier ocasión que pueda volverse una ocasión de corrupción.
Entonces, si nosotros trabajamos de un lado la parte cultural y del otro lado la estructura, entonces creo que se puede hacer algo para modificar este pensamiento sobre la corrupción. Tanto por el lado de las personas que corrompen imponiendo coimas, tanto por el lado de las que piensan que dando plata a quien tenga alguna autoridad se puede conseguir algo mejor. Cambiando esta mentalidad y reestructurando nuestras estructuras a lo mejor se pueda conseguir, por lo menos, mermar un poco este flujo injusto, desordenado también, de dinero.
–¿Es fundamental un Poder Judicial independiente para ese cambio estructural que menciona?
–Sí, evidentemente. Tenemos ya órganos de control; tenemos órganos que tienen que funcionar. Siempre tenemos que animar para que todo lo que ya existe funcione y funcione mejor, porque evidentemente, por gracia de Dios, vivimos en una democracia, y la democracia se funda justamente sobre la división entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Esta división es una manera gracias a la cual todas las democracias puedan funcionar mejor.
–Sus homilías han tenido un importante contenido social en estos meses, lo que se constituye en una novedad tratándose del nuncio apostólico que a la vez es diplomático y pastor. A usted se lo ve más como un pastor que como diplomático. ¿Esta es una característica particular de su persona o es una nueva orientación del papa Francisco?
–Bueno, el servicio diplomático de la Santa Sede por cómo está estructurado hoy en día tiene dentro de su estructura sobre todo sacerdotes y obispos, y yo pienso que no puede pensarse a un sacerdote o un obispo fuera de su tarea pastoral, o solamente pegado al escritorio. No podemos pensar en eso. Y más, el Papa Francisco, evidentemente, es un Papa que nos orienta a todos los católicos a hacernos cercanos, a ponernos en camino para ir al encuentro de nuestros hermanos. Es expresión de esa vida pastoral de una Iglesia que sale, de una Iglesia que no se conforma, de una Iglesia que siempre trata de ir al encuentro de los hermanos.
Evidentemente, el servicio diplomático de la Santa Sede no es un servicio diplomático que se pueda entender con las categorías propias del servicio diplomático de mis colegas de las embajadas de otros países. Es un servicio diplomático propio de la Santa Sede, con lo cual sí tenemos que desempeñar un papel institucional por lo que corresponde a nuestra tarea diplomática. Pero creo que hacerse representante o ser nombrado representante del Papa en un país significa también llevar a todos esa caridad, ese amor, esa atención del Papa hacia cada uno de los miembros de la iglesia. Entonces, yo creo, sea natural, sea parte del ADN, creo, del ser nuncio, de ser obispo, de ser sacerdote, esta atención pastoral. Y más, le digo, el Papa regala a todos los nuncios, cuando son nombrados, un anillo, que es este anillo que yo llevo (enseña la mano). Y este anillo tiene al buen pastor. Cuando quiero quedarme a descansar, veo a este anillo y ya me levanto.
–¿Cree que el Jubileo que se inauguró en Nochebuena pueda impactar positivamente en la humanidad e instalar algún debate sobre la necesidad de la paz, en un momento que, según la ONU, hay unos 56 situaciones conflictos activos?
–Sí, el Jubileo Ordinario que estamos viviendo cae providencialmente por el contexto en el cual el mundo se encontraba y se encuentra.
Hemos visto que a lo mejor no hemos aprendido mucho de la pandemia, porque ahí se fueron dando situaciones internacionales muy graves, como las guerras. Estamos con 56 conflictos activos en el mundo, que es un número demasiado grande. Y guerra significa destrucción, muerte de inocentes, cortarle la esperanza a los jóvenes, ver a niños que, cuando sobreviven van a vivir con esa amargura de ver a sus padres heridos o muertos por otras personas. O sea, la guerra no solamente es una ruptura de las relaciones entre los países, entre los pueblos, sino que deja una herencia de muerte. Y esto es lo más grave. El Papa nos dice de ser peregrinos de esperanza. Esa palabra, que creo que es la contribución más grande de la Iglesia a este mundo. Y no es la esperanza de quien, con los brazos cruzados, espera que pase algo. Es la esperanza que nos levanta, nos pone de pie y nos permite comprometernos para que todos podamos tener un futuro diferente.
Sobre todo los que ahora sufren, los que ahora están en una situación deshumanizante como es la guerra.
“El Papa nos llama a ser una Iglesia capaz de ponernos del lado de los pobres. De ponerse encima los ojos de los pobres para ver la realidad”.