La corrupción en el periodismo no es un asunto nuevo; sin embargo, cada vez que el tema sube a escena golpea duramente, no solo a quienes eventualmente caen bajo sospecha o son perpetradores, sino a toda la sociedad. Y es que esta es una labor que por su naturaleza requiere el más alto prurito y los cuidados más extremos de transparencia, honestidad y ética. Su fundamento –pese a la desnaturalización que sufre con los actuales sistemas de medios y propietarios– es el de informar con ecuanimidad y veracidad, denunciando los actos ilegales y señalando a los responsables, no transformarse en cómplice. El de ser contrapoder se había instalado en el siglo pasado (siglo XX) como una de sus grandes tareas y valores. Estar como guardianes de la cosa pública, principalmente, siempre solía ser una de las labores más encomiables de la prensa. La otra era la del servicio a los intereses de la gente, de la sociedad.
El caso que ahora se desata tras la caída del jefe del Departamento Técnico Aduanero de Vigilancia Especializada (Detave), general retirado Ramón Benítez, deflagra la discusión y la polémica. Los nombres de 7 comunicadores de medios conocidos aparecen en su agenda y el Ministerio Público filtra el dato de que recibían dinero para guardar silencio sobre el esquema de corrupción que rendía al militar a través de extorsiones y coimas miles de dólares semanales. La vara del escarnio social no se dejó esperar y como pocas veces dio rienda suelta a sus críticas y ataques. En este caso, vale decir que las sospechas no son condenas y que el derecho a la presunción de inocencia es una institución que debe garantizarse, aun cuando algunos de los afectados hoy no lo hayan hecho con sus ocasionales entrevistados.
En el ejercicio de esta profesión escuchamos, vemos y vivimos todo tipo de situaciones. Entre tantas cosas hay alguien que siempre nos dice, nos indica que –como la esposa del César– un periodista no solo debe parecer, sino además ser. Lógicamente, como en todo grupo humano, en el periodismo hay quienes SON; y quienes SOLO PARECEN, porque usan la profesión como medio para escalar, aprovechar y medrar con hechos, información privilegiada y contactos con el poder y los poderosos de sus áreas de cobertura. Estos últimos pudren la cesta.
Los casos de corrupción en el periodismo –de periodistas– siempre golpean a todo el gremio y a sus integrantes. Sacude y pone en duda toda la labor de la prensa y embolsa a la totalidad, sin discriminar. Esto ocurre porque la gente busca en quién confiar, a pesar de todo, y cuando son defraudados, reaccionan.
Para quienes trabajamos dentro del periodismo, siempre es incómodo hablar de la corrupción en el ambiente que es pequeño y en donde nos conocemos todos. A mediados de 2018 también estalló el escándalo de los periodistas que recibían dinero de la binacional Yacyretá; y años atrás otros casos, como el del colega al que grabaron pidiendo dinero a un funcionario de la misma entidad. Casos hubo y lastimosamente seguirán. En parte por los relajos éticos y la deshonestidad incubada en las personas; y en parte por aquello otro que no siempre se coloca en el análisis cuando hablamos de estos problemas: la precarización laboral, los bajos salarios y lo que a veces desde los mismos medios inducen. Posiblemente en algunos casos si los afectados hubieran recibido mejor salario no habrían sido comprados. Obviamente, esto solo busca explicar la situación, no justificarla. La corrupción, sea de la naturaleza que sea, debe ser combatida. Así como hay que denunciar a los periodistas corruptos, también hay que hacerlo con los funcionarios; con los empresarios que en su mayoría tienen historiales de violarse hasta sus actas de nacimiento; con los de los poderes del Estado, con políticos, hasta con sus amantes...
La corrupción en el periodismo vulnera todo y constituye un fusible social que salta y pone en evidencia lo mal que estamos.