29 ene. 2025

La daga de la traición

Una persona de bien explicaba ciertos momentos de cambio histórico con una imagen: Imagina a una anciana que corre desde el mar y pregona en los pueblos de Normandía: “Vienen los aliados, vienen los aliados”. Los que sufrían el régimen nazi y ven acercarse el final de la guerra salen contentos a celebrar, pero los colaboracionistas nazis tiemblan por vergüenza y temor”.

Los colaboracionistas son tan despreciados o más que los mismos enemigos.

Traicionar significa “entregar” al amigo o la causa a un enemigo, a veces, participando directamente de la muerte del que hasta entonces era un benefactor. Es el caso de Bruto, el protegido de Julio César, quien participa de la conspiración que culmina en el asesinato del líder de la Antigua Roma.

Es famosa la frase que atribuyen a Julio César al encontrarlo entre los traidores: “¿Et tu, Brute?” (¿También tú, Bruto?).

La traición es dolorosa y escandalosa porque implica defraudar la confianza de los cercanos y en muchas culturas, cuando se da contra la patria, es penada con la muerte.

Incluso los niños castigan con su enojo al que habiendo sido de su grupo se muda a otro, sin previo aviso, como ese niño que dijo que no quería ser como cierto destacado jugador porque ese se cambió de club y él (el niño) no era un traidor.

Hasta en los submundos es un acto considerado de la peor calaña.

Para bien y para mal todo grupo humano tiene sus reglas sobre esta cuestión. Solo recordar las zalameras filas de felicitadores de Alfredo Stroessner en un día como hoy durante la dictadura. Era su idea tergiversada de la lealtad, pero criticada por quienes veían en ello la clara anteposición del culto caudillista por encima de la lealtad a la patria. Es que la propia conveniencia o el interés mezquino nunca serán sinónimo de lealtad, sino antesala de su antónimo, la traición.

Claro, para entender lo que significa vivencialmente la traición, antes hay que tener la experiencia del sentido de pertenencia y del honor. Sin haber vivenciado el esfuerzo, el riesgo y el sacrificio que implica la lealtad, es muy difícil comprender realmente lo vergonzoso y ruin que es una traición. Quizás por eso el genio Dante Alighieri coloca a los traidores en el noveno círculo, el más bajo del infierno, donde los condenados comparten con Judas el castigo merecido.

Es impresionante la cantidad de mensajes que aparecen en las redes sociales con esta etiqueta atribuida al presidente Peña y a los senadores de su grupo.

El enojo de los padres y otros votantes se dio luego de su cambio de postura en relación con su promesa electoral acerca de las acciones que tomaría en relación con el Convenio con la Unión Europea, el cual somete el sistema educativo a un “marco de gobernanza”, con paradigmas contrapuestos a nuestro marco cultural.

La flexibilidad política o juego de cintura tiene sus límites.

La traición a la palabra dada en este tema genera tanta desconfianza en los electores que puede poner en riesgo incluso la institucionalidad; y es la perfecta agitación del río que esperan como ganancia los pescadores avivados. Una pena.

Por supuesto que entre sus detractores también están los que apoyan el marco de gobernanza en este Convenio y en muchos otros, e incluso quienes ganaron dinero como asesores del plan de transformación que dicho Convenio vino a fortalecer. Pero una traición no justifica la otra.

Es notable que justamente la acción de deslealtad se diera en un tema tan sensible a los ciudadanos que le dieron la victoria electoral contra muchos pronósticos.

Las crisis que, sin duda, llegan al poder tarde o temprano, les demostrarán al presidente y a los suyos lo mucho que necesitan de la lealtad de esa gente sencilla y noble a la cual defraudaron esta semana con la traición a su palabra.

Ojalá reflexionen en ello.

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