Sobre el punto indica… “el mundo ha perdido la capacidad de erradicar a sus dictadores” destacando la vigencia en el poder de 39 dictadores, 20 de ellos en África, 14 más en Asia, 3 en América Latina y 2 en Europa.
Dice Naim: “Salir hoy de un dictador es mucho más difícil de lo que era hace un par de generaciones”, resaltando que anteriormente la solución clásica para liberarse de dictadores era el exilio de estos “con maletas llenas de dinero y jubilándose en lujosas mansiones”, tal como ocurrió como Idi Amin, de Uganda, o Duvalier, de Haití.
El arresto de Pinochet en Londres, en 1998, y el juicio internacional por crímenes de lesa humanidad contra el ex presidente yugoslavo Milosevic (muerto en 2006 en una celda de La Haya) sentaron precedentes, aumentando de manera sustancial el costo de entregar el poder para los dictadores y, a decir de Naim, entorpeciendo todos los intentos posteriores para removerlos.
Esta reflexión es oportuna previo al inicio de un tercer mandato autocrático de Nicolás Maduro en Venezuela encabezando un régimen que tiene sometido al pueblo venezolano y que soporta denuncias a nivel internacional por crímenes de lesa humanidad, violación a los derechos humanos y múltiples cuestionamientos de severas irregularidades en su último proceso electoral, de parte de observadores y organizaciones internacionales.
Ni las múltiples denuncias locales e internacionales ni las presiones de organismos de derechos humanos ni la movilización de millones de ciudadanos venezolanos sostenida por años, lograron incidir en el régimen. Inmutables, los jerarcas del régimen autocrático van por un nuevo mandato, llevándose a cuestas presos políticos, violaciones y humillaciones a los derechos humanos y, maniobrando, a su favor, los procesos electorales.
Como bien indica Naim “la proliferación de autócratas enamorados de las elecciones es un sorprendente fenómeno político. No es que a los dictadores les gusten los comicios libres y justos en los cuales ellos podrían perder, no; lo que buscan es el pasajero aroma democrático del que los impregna una elección popular, siempre y cuando, su victoria esté garantizada.”
Saddam Hussein, Muamar Gadafi, Kim Jong-un, Hugo Chávez y Maduro, Putin o Lukashenko, en Bielorrusia, han ganado elecciones fraudulentas.
Ortega somete a Nicaragua con una dictadura implacable y logró que la Corte Suprema de su país, hace unos años atrás, acepte la posibilidad de ser reelecto indefinidamente.
En Paraguay lo conocemos bien; la dictadura de Stroessner se sostuvo en elecciones periódicas y el funcionamiento “normal” de poderes del Estado e instituciones, incluso, con la participación de partidos de oposición. El fin del stronismo vino por una acción militar de antiguos aliados al régimen; no fue por causa de la movilización ciudadana o por algún resultado electoral adverso al régimen.
Paradójicamente, y pese a lo que nos costó librarnos de la dictadura, los últimos datos del Latinobarómetro 2024 indican que Paraguay lidera la lista de países en la región que prefieren un régimen autoritario, por encima de Perú, México, Ecuador e incluso, Venezuela. ¡Vaya paradoja!, construir democracias en sociedades que añoran un pasado autoritario.
Terminar con las dictaduras no es tarea fácil, e incluso, habiendo sido derrocadas, el proceso de transición a la democracia no siempre es exitoso ni con resultados garantizados.
Pueden darse retrocesos, estancamientos o colapsos. A nivel mundial los casos de Túnez (retroceso) Myanmar o Egipto (colapso) o Sudán (degeneración en guerra civil), son prueba fehaciente de ello. A nivel regional, luego de la tercera ola de democratización, solo los casos de Uruguay y Costa Rica dan muestra de un proceso sólido y desarrollado de democracia; los demás casos exhiben niveles preocupantes de una democracia mínima o de baja calidad, estancadas por muchos años, con el agravante, en el último tiempo, de un acelerado proceso de erosión democrática.
Moisés Naim considera que el mundo tiene que volver a aprender el arte de salir de un dictador o prepararse para que el tipo más común de gobierno en el mundo actual sea la dictadura o la anarquía. Podemos concluir, para ser más precisos, que vamos hacia la consolidación de regímenes híbridos, modelos que guardan mínimamente las formas democráticas (en lo electoral), pero que coquetean –demasiado– con lo iliberal y autoritario para el gusto (y esto es lo preocupante) de amplios sectores políticos y ciudadanos que lo demandan.